Centro Cultural El Mejunje | Inclusión en Cuba: El sueño de una "sociedad del futuro"
La enredadera Virginia crece sobre la colorida fachada de la calle Marta Abreu en Santa Clara. Sonidos de guitarra y risas se escuchan desde el patio. Jorge Luis Crespo aparece en la puerta del número 12. El hombre demacrado viste de blanco hoy, con sus largas rastas cayendo sobre sus hombros. Es el alma del centro cultural El Mejunje : a veces artesano, a veces cantinero, siempre ahí donde se le necesita. Me saluda con una amplia sonrisa: "¿Estás de visita otra vez en el club más inclusivo de Cuba?". Señala el mural de manos sonrientes en una pared de ladrillos. La imagen representa la diversidad y está dedicada al actor y educador Ramón Silverio, ahora de 75 años, quien ayudó a fundar el centro cultural. Esta apertura, que encarna Jorge Luis Crespo, se refleja en todo el concepto del Mejunje.
Santa Clara se encuentra en el interior del país, con una población de 350.000 habitantes. Prácticamente todos los niños conocen el centro cultural, que ofrece tardes de bolero para los mayores, eventos de rock y tecno para los más jóvenes, y talleres de teatro y arte para los más pequeños, además de exposiciones, conciertos y fiestas. El concepto es abierto y diverso. El centro cultural incluye salas de exposiciones, un teatro con capacidad para 150 personas, así como oficinas y estudios.
Más de una docena de drag queens de la región han contribuido significativamente a su innovadora reputación. Pelucas coloridas, delineador de ojos grueso, rubor intenso, atuendos estridentes y sonrisas radiantes son el sello distintivo de las "transformistas", o artistas del cambio de imagen, como Zulema Anderson. Su foto cuelga junto a otras en la pared de ladrillo visto al fondo del centro, donde Orlando Reynoso ha estado tras la barra cada noche durante más de 30 años, transformando el espacio.
Esta noche, es hora de discoteca. La escena queer de Santa Clara acude en masa a Mejunje. Drag queens con vestidos deslumbrantes se pavonean por el adoquín con tacones de aguja. Sus pelucas de colores brillantes se mecen al ritmo de la música. Vaqueros cubanos contonean sus caderas mientras elegantes mujeres con austeros vestidos de noche o minifaldas cortas pasan zumbando, distantes pero parte del colorido espectáculo.
"Nuestras drag queens son un referente", dice Orlando Reynoso. "Pero sobre todo, defendemos la diversidad y el respeto". El barman parece serio. Porque Mejunje es más que un escenario y un bar. El compromiso social del centro es particularmente evidente en la actual crisis económica. Las personas mayores, en particular, están quedando al margen de la protección social.
“Nos conectamos con otras ciudades e intercambiamos ideas sobre qué podemos hacer mejor, porque la brecha social en Cuba se está ampliando”.
Argelia Fellove
Este espíritu de solidaridad atrae a personas de toda Cuba. La activista LGBTIQ Argelia Fellove también está convencida de ello. En 2019, cofundó la organización de base "Afrodiverso", que gestiona un comedor social local. "Nos conectamos con otras ciudades y debatimos qué podemos hacer mejor, porque la brecha social en Cuba se está ampliando", explica Fellove, considerada pionera del movimiento transformista en Cuba.
En el escenario, la artista de 57 años se transforma en Alberto, el bailarín de salsa, y contrarresta el machismo cubano, así como el trato público a la escena queer, con gran humor. También ha actuado como Alberto en Mejunje y es buena amiga de Ramón Silverio, quien se ha convertido en una figura representativa de la Cuba cosmopolita.
Ramón Silverio es hijo de la revolución cubana. "No fue hasta la victoria de 1959 que mi generación tuvo acceso a la educación", explica este hombre de 75 años. Creció en un ambiente humilde, en un pequeño pueblo cerca de Santa Clara. "Mi familia vivía en una choza con suelo de tierra apisonada. Mi madre se aseguró de que no solo predicáramos la solidaridad, sino que la viviéramos". Era normal, comenta, dar algo a los vecinos cuando les faltaba arroz o frijoles. Esta influencia de la solidaridad rural se incorporó a su proyecto de vida. Por ello, la institución cultural también cuenta con una brigada de teatro móvil que visita pequeños pueblos de la Sierra del Escambray para presentar obras.
Silverio ha estado involucrado con Mejunje desde sus inicios. El nombre deriva de una decocción de hierbas que los mambises, luchadores independentistas cubanos contra el dominio colonial español, preparaban para protegerse de las enfermedades. Sin embargo, más difícil que encontrar un nombre para el grupo fundador fue conseguir el local en la calle Marta Abreu a mediados de los ochenta. Los artistas ya habían actuado en la calle y en el Teatro Guiñol, y ahora buscaban un espacio.
En 1985, las señales en Cuba apuntaban hacia una reforma política. A pesar de la ideologización de la vida cotidiana, Silverio y sus compañeros activistas obtuvieron el contrato para las ruinas del hotel. Esto fue sumamente inusual, ya que las personas homosexuales, bisexuales y transgénero, así como las personas con ideas afines que no encajaban del todo en la norma socialista del "hombre nuevo" de Ernesto Che Guevara, sufrieron discriminación y marginación. Activistas perseverantes como Silverio, quien continúa abogando por la diversidad y la libertad de expresión en el Partido Comunista, fueron la excepción en aquel entonces.
"Teníamos buenas razones para construir un centro cultural en el corazón de la ciudad, porque en aquel entonces no había nada para la generación más joven en Santa Clara", recuerda Silverio. Juntos restauraron el edificio. Los dos edificios adyacentes ahora también pertenecen al Mejunje. Albergan el teatro, la galería y la sala de ensayos.
Allí, así como en el patio interior del centro, rodeado de antiguos muros, Ramón Silverio actúa regularmente. Presenta teatro original, a veces mordazmente divertido, a menudo despiadadamente estrafalario, y siempre con un tono crítico. Esto es lo que representa el espectáculo de Silverio, que también tiene seguidores fuera de Cuba. Corny Littmann, director del Teatro Schmidt de Hamburgo, es fan de Silverio y donó nuevos baños al centro inclusivo a finales de los noventa.
Santa Clara, donde comenzó la marcha triunfal de la Revolución Cubana en diciembre de 1958, ha sido durante mucho tiempo un modelo para otras ciudades cubanas. Mariela Castro, hija del expresidente Raúl Castro, ha contribuido a ello como directora del Instituto Nacional de Educación Sexual. Visitó la ciudad en varias ocasiones y, bajo su patrocinio, el primer concurso nacional de drag queens de Cuba se celebró en Santa Clara en 2010, en el Mejunje, por supuesto. A partir de entonces, los eventos, populares entre la comunidad queer, perdieron su estigma.
El largometraje "Fresa y Chocolate", ganador del Oso de Plata en la Berlinale a mediados de los 90, también contribuyó significativamente a la apertura en Cuba. La película aborda la situación de las parejas homosexuales en Cuba. Llama la atención sobre la discriminación latente e impulsa un cambio. "'Fresa y Chocolate' creó espacios de libertad en Cuba que antes no existían", afirma Uniel Velásquez, activista del movimiento LGBTIQ cubano. "Y el Mejunje fue un centro de autodeterminación sexual".
Jorge Luis Crespo lo confirma. Ya tiene poco más de sesenta años y es VIH positivo. A finales de los ochenta, era un joven que buscaba desesperadamente un lugar donde no lo trataran como un paria. Finalmente encontró el Mejunje, que sigue abierto a personas como él. Esta institución cultural busca ofrecer algo para todos, y a precios asequibles. «Cualquiera puede pagar la entrada de tan solo unos pesos cubanos», dice Crespo.
Pero también admite que mucho ha cambiado en Mejunje con la pandemia del coronavirus y la crisis económica. «La emigración de jóvenes es un problema enorme; muchos se han marchado». Esto se debe no solo a la recesión económica , agravada por el embargo estadounidense , sino también a la brutal represión de las protestas nacionales que comenzaron el 11 de julio de 2021. La policía arrestó a más de 1600 personas en ese momento. Los tribunales condenaron a muchas a penas de hasta 30 años de prisión. Los cargos incluían alteración del orden público y daños a la propiedad. A menudo, bastaba con manifestarse pacíficamente o filmar las protestas. Organizaciones de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch, así como oficinas de la ONU, criticaron la actuación de las fuerzas de seguridad.
La represión estatal latente pesa mucho sobre la sociedad. Ramón Silverio reacciona con cautela ante las contradicciones de la realidad cubana: «Hemos cometido muchos errores, pero las protestas también están siendo sistemáticamente alimentadas por círculos ultraconservadores en Estados Unidos», señala. Al mismo tiempo, no oculta su preocupación por el éxodo latente, especialmente de jóvenes cubanos cualificados. «Para nosotros, esto es una sangría que nos resultará difícil compensar», admite.
Silverio también plantea estas preocupaciones a los comités del partido. No está claro si su voz será escuchada allí. Pero aquí en Mejunje, entre los muros cubiertos de hiedra, su visión sigue viva: una sociedad donde se respete a todas las personas, sin importar su color de piel, origen u orientación sexual. «Aquí soñamos con una sociedad del futuro».
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