Burguer bocata champions market fest

En estos momentos seguro que hay alguien maquinando celebrar un evento multitudinario con comida, bebida y actuaciones musicales. Viene a ser como las ferias de ganado a las que me llevaban de pequeño en Orense; aunque también se parece a la feria de Albacete. Es una tendencia atractiva tanto para la muchachada, como para los boomers.
La barra de un bar, escuela de vida
Paco AlonsoLuego hay otro tipo de espacios, también concebidos a lo grande, que ofrecen diferentes opciones gastronómicas, como por ejemplo: un mostrador tex-mex con burritos, nachos y tacos; otro con ostras, caviar y champagne para los repijos; otro con pizza napolitana, Mac & cheese y prosciutto de Parma; la barra de tapas españolas que no falte, el cortador de jamón vestido de capea como en las bodas; y no sería un “Gastromercado” como Dios manda, sin su córner japo con sushi, tataki, baos y gyozas. La putada de todo esto es que el servicio de mesa eres tú, y la barra de la bebida está en la otra punta del local. Has de deambular haciendo equilibrios con los platos, y ojo, que si te des-cuidas te quedas sin sitio. Fueron una novedad pero al no ser prácticos ni cómodos, vas una vez pero ya no vuelves más.
Como operación inmobiliaria es de puta madre porque reconvierten discotecas, naves industriales, hangares o incluso espacios públicos como mercados municipales, si todavía no son de Mercadona, en puntos del encuentro para vermuteo y tardeo. Los propietarios, generalmente grupos de inver-sión, extraen una alta rentabilidad de los operadores, a quienes subarriendan la barras a hosteleros emprendedores, también abundan fucktrucks e incluso franquiciados. Crear este tipo de negocios sólo se les ocurre a ADEs con dos masters. Está en su naturaleza.
Pero los valencianos, que no somos madrileños y no tenemos un pelo de tontos, preferimos nuestro bar de confianza donde almorzar, comer, cenar o pillar un buen pedo. Y si es domingo y está cerra-do, vamos al chino, que encima nos invita al chupito. A la gente normal le gusta ser atendida por un camarero, y si es un buen profesional, mejor.
Pero los valencianos, que no somos madrileños y no tenemos un pelo de tontos, preferimos nuestro bar de confianza donde almorzar, comer, cenar o pillar un buen pedo”
Quiero dejar patente que si algo en este mundo me repatea los higadillos, es sentarme en una terraza y que el camarero/a suelte aquello de: “Hola chicos… qué vais a beber?” ¡Magma, pero en tu gar-ganta!
El mes que viene, cuando acaben los exámenes, mis dos hijos van a dar el salto al mundo laboral para sacarse unas perrillas. Ya tienen el carnet de manipulador de alimentos y están inscritos en Labora. Sí, lo reconozco, hasta hoy han vivido como marajás, sobreprotegidos, como todos los cha-vales de su entorno, sin apenas contacto con el mundo real. Pero eso se acabó.
Si en los ochenta se hacía la mili para conocer la crudeza y miserias de la vida, ahora se trabaja en hostelería. Afortunadamente tengo amigos que los tratarán con cariño y formarán en un oficio, que aunque para ellos sea efímero y eventual, estoy seguro que van a adquirir más habilidades sociales que en la universidad.
Objeté en la mili, pero del bar familiar no me pude escaquear.
lavanguardia