¿Hasta pronto?

Es extraño observar cómo los pájaros nacen sabiendo mover las alas, pero teniendo que aprender a volar. ¿Por qué, si tienen alas, no nacen sabiendo volar? Así pasa con casi todo lo que eventualmente necesitamos saber hacer los gusanos, lobos y humanos: no nacemos sabiendo y lo hemos de aprender. Pensémoslo, las personas hemos de aprender a andar, hablar, a usar las manos y a desarrollar un sentido del humor (algunos). Esto es así, nos dicen los especialistas, porque la forma biológicamente más efectiva y adaptable de tener conocimiento para operar en nuestros ecosistemas es vía el aprendizaje, no vía la cognición innata. Ocurre con protozoos, hongos, invertebrados y vertebrados. Así es también como se construye la IA: vía aprendizajes. Esto no es una casualidad increíble, los científicos desarrollaron la IA inspirándose en la inteligencia natural tras diseccionarla y analizarla.
Se pueden destacar tres tipos de conocimiento humano. Tenemos el conocimiento académico: es muy útil y su adquisición requiere esfuerzo, paciencia y, para alcanzar algunos niveles, talento innato. Tiene unos retornos predecibles, está al alcance de muchos y es riego sanguíneo al cerebro. Existe el conocimiento obvio: es saber que 100 cm es igual a 1 m, que a las personas no nos gustan las colas y que la IA cambiará el mundo. No es muy útil, y es mejor no pregonarlo si uno quiere causar una buena impresión. También tenemos el conocimiento no obvio. Es la poción mágica de Astérix y es el que marca la diferencia entre el que sabe hacer algunas cosas y el que no. Es el que requiere una percepción inusitada, haber pensado mucho, haberse equivocado, tiempo y práctica. Desgraciadamente es difícil de adquirir y suele ser contraintuitivo, por eso poca gente lo tiene y nunca está claro dónde encontrarlo. De ahí que muchas personas no sepamos ganar elecciones, explicar chistes o vestir bien. Por eso es recomendable escuchar a los que saben hacer cosas que nosotros no sabemos hacer, aunque digan cosas que parezcan extrañas. Lo no obvio es un gusto adquirido.
Escribir en ‘La Vanguardia’ ha sido un gran honor y una inesperada fuente de aprendizajePara aprender no minusvaloremos la teoría, por muy denostada que esté. Un cerebro que lee, piensa, discute y escribe es un cerebro que va al gimnasio. Quizás el ejemplo más llamativo sería el de Immanuel Kant, el filósofo que en tiempos de la Ilustración cambió la forma de pensar y de entender la ética en el mundo. Lo hizo sin viajar jamás más allá de los alrededores de su Königsberg natal y sin tener otro trabajo que pensar.
Por todo esto muchos pensamos que la lectura es importante y la defendemos como un gran instrumento de aprendizaje. Pero si leer es un sistema de aprendizaje, también lo es escribir. Escribir mínimamente bien no es fácil: requiere ordenar ideas, simplificar, identificar lo importante, pensar en lo que quizás el lector no conoce y saber de lo que se escribe. Escribir implica repetición, repetición y más repetición, y eso refuerza todo aprendizaje.
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Escribir en La Vanguardia ha sido un gran honor para este opinador. En casa, y en las casas que frecuentaba de joven, La Vanguardia era el balcón al que salir para observar el exterior. Cuando uno es un nostálgico, eso pesa. Poder escribir ha sido, además, una poderosa autopoiética y una inesperada fuente de aprendizaje. Plasmar ideas por escrito ha obligado al autor a confrontar sus contradicciones y vaguedades y ha sido sorprendentemente útil. Por eso recomienda escribir. El lector juzgará si esta proposición es una propuesta obvia o no obvia. También decidirá si el esfuerzo de escribir compensa frente a otras muchas formas de aprendizaje, otras responsabilidades y tantas opciones de entretenimiento.
A este articulista ahora le tocan otras responsabilidades y estas requieren dedicación y concentración completas. Con esto, tiene que pausar once años ininterrumpidos de dar su opinión por escrito de forma regular. Espera haberlo hecho con educación y esgrimiendo argumentos. Lo hace con un poco de pena y sabiendo que ha valido la pena. También lo hace agradecido a quien le abrió la puerta para entrar en este salón tan especial, a La Vanguardia y a sus lectores. Este autor seguirá escribiendo, pero no una columna de opinión.
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