El preso político cubano Duannis León Taboada lleva más de diez días en huelga de hambre

Duannis León Taboada siempre ha sido, lo que se dice, de buen comer. De vaciar el plato, de no protestar por lo que sea que le pongan a la mesa. Cuando era bebé, su madre, Yenisey Taboada, lo amamantaba por horas, pero él casi siempre se quedaba con hambre. A los ocho meses, los ojos le brillaron cuando probó por primera vez un mango. Al año, ya comía trozos de boniato. Entre todas las cosas, siempre prefirió la leche. Cuando la madre le preguntaba qué quería que le llevara los días de visita en el penal, el preso político siempre respondía que leche; podía prescindir de lo demás. Por eso, la angustia de Yenisey, que ha disfrutado siempre de lo bien que come su “niño”, que lo alimentó y lo vio crecer hasta que el Gobierno cubano se lo encarceló. Ahora, sin saber exactamente cómo está Duannis, tras una huelga de hambre de más de diez días, ella tampoco puede llevarse nada a la boca, se mantiene a base de té y jugos naturales: “No he podido comer nada, no me baja un bocado”, dice. “Es imposible que una madre pueda comer sabiendo que su hijo no está comiendo y el peligro que eso representa”.
La de León Taboada es la última huelga de hambre en una cárcel cubana, el último gesto de un preso político por sí mismo y por el resto de los reclusos en esa misma condición. Duannis, de 26 años, se declaró en huelga el pasado 18 de julio en la prisión del Combinado del Este, en la periferia de La Habana, casi diez días después de que el también preso político Yan Carlos González González, de 44 años, muriera en el penal La Pendiente, al centro de la isla, tras más de 40 días en huelga de hambre por una condena de 20 años de privación de libertad que consideraba injusta. En un país donde la gente se queja de la escasez de alimentos, los presos que deja la política no encuentran otro camino que lanzar el mensaje del hambre, del cuerpo propio muriendo lentamente.

En los últimos días, Duannis se ha negado a comer la comida que le lleva su madre cada mes, pero en realidad ya había dejado de comer la comida del penal hace mucho más tiempo, acaso dos años y medio. Un día se dirigió con un pozuelo a recoger la cena del penal, y el jefe de disciplina del edificio 1 -donde el joven permanece recluido en el primer piso, en un espacio destinado a unas 25 personas- le dijo que no estaba permitido y le echó a la basura el recipiente. “A partir de ahí se abstuvo de comer comida del régimen, solo come lo que yo llevo en su jolongo”, dice Yenisey, de 43 años, desde su casa de La Habana.
Hace 15 días, Duannis le dejó saber que había tenido que compartir la comida con otros reclusos, y que no le había alcanzado. “¿Y cómo vas a hacer entonces”?, le preguntó ella. Su respuesta fue directa: “No te preocupes, yo sobrevivo”. Poco después, la madre se enteró de que el hijo estaba en huelga de hambre y sed. El 21 de julio, después de una llamada que les permitieron luego de que Yenisey se “plantara” a las afueras de la prisión, la madre le “rogó” que al menos tomara agua. El hijo accedió. “Lo escuché sumamente débil, me pidió disculpas por hacerme sentir esto, y que, por favor, lo entendiera. Me dijo: basta ya, mamá. Justicia y libertad”.
La madre le preguntó por qué lo hacía, por qué se exponía a tanto, si le había sucedido algo en particular. “Me dijo que no era nada específico, sino todo lo que ha estado pasando en cuatro años injustamente preso. Dijo que ya no podía más, que esto lo hacía por todos los presos y por todos los familiares”.

Después de varios días sin saber cómo se encuentra su hijo, el jefe del penal le prometió a Yenisey que él mismo la llevaría a verlo en persona. El jueves dice que fue engañada por los guardias: “Creí que iba a verlo, pero me sacaron por otro lugar y me montaron en una patrulla hasta la estación de la policía local de Guanabacoa, lejos de la prisión”, cuenta. Ahora está a la espera de que los oficiales de la Seguridad del Estado le permitan un encuentro para convencer a Duannis de que abandone la huelga.
“Cuando él toma una decisión es porque lo ha pensado muchísimo y lo lleva hasta las últimas consecuencias”, dice. “Pero espero que el amor de madre y el respeto que me tiene lo hagan reflexionar, espero lograr que deponga la huelga”.
“Me encerraron cuando yo aún no sabía ni quién era”Desde hace cuatro años, Yenisey ve a su hijo una vez al mes, 12 veces al año. El 11 de julio de 2021, durante las protestas populares, su hijo estaba en un bar con unos amigos. Era domingo. Duannis descansaba de su trabajo como barbero, el oficio que aprendió con 13 años para aliviar el bolsillo de la madre y ayudar con las tres hermanas, y que ejercía en la casa que él mismo construyó en un “terrenito” que le regaló Yenisey en el reparto Víbora Park. Había decidido emprender y dejar a un lado la profesión de técnico medio de Metrología, Normalización y Control de la Calidad. Aquel era su día de descanso e iba a ver un partido de fútbol.
En algún momento del día, comenzó la revuelta en la barriada de La Palma, en el municipio Arroyo Naranjo, y Duannis se unió al gentío que atravesó las arterias habaneras hasta ser atacados por la policía en la Esquina de Toyo, municipio Diez de Octubre. La manifestación en ese sitio produjo una de las imágenes que quedarían en la memoria del relato de la protesta cubana: una patrulla volcada en medio de la calle, la desobediencia como los cubanos nunca antes la habían visto en la historia reciente.

Ese día, Duannis durmió en su casa. El 16 de julio, cuando se dirigía a la casa de su novia en el reparto Santa Amalia, unos oficiales vestidos de civil lo abordaron y, según su madre, lo arrestaron a golpes, de la manera más violenta que pudieron. Un vecino telefoneó a Yenisey, le dijeron que habían cargado con su hijo. La madre no pudo localizarlo, nadie sabía de su paradero. Dos días después, supo que estaba detenido en la prisión de Cien y Aldabó, un preso más de los más de mil que dejó la protesta. Luego, el fue trasladado a la prisión de Valle Grande y más tarde al Combinado del Este, donde Yenisey ha podido notar cuánto ha cambiado su hijo, a quien se encarcelaron con 22 años. Ahora ya casi tiene 27, y, si se cumple la condena de 14 años de privación de libertad por el delito de sedición que el Gobierno le impuso, podría salir del penal con 36, una persona completamente distinta de la que se llevaron.
“A veces le digo: papi, cómo has crecido, yo pensé que ya no crecías más, estás más grande, estás hermoso, cuántas cosas me he perdido”, cuenta la madre. En otras ocasiones, él le ha respondido: “Mamá, no me han dejado ni crear una familia. Me encerraron cuando yo aún no sabía ni quién era”.
La prisión, donde Duannis ha hecho otras protestas en reclamo por su libertad, y donde ha recibido golpizas y atropellos que han debilitado su salud, de por sí deteriorada por un padecimiento renal y problemas de presión arterial, también ha moldeado el carácter del joven todos estos años. Antes hablaba de manera atropellada, ahora lo hace muy pausado, como si, ciertamente, dispusiera de todo el tiempo del mundo. A veces dibuja, a veces escribe sus poemas. Dice la madre que también se ha vuelto más analítico. “Me dice que, para él, hasta las piedras ahora son importantes, o un pájaro, o el pedacito de sol que ve. Que lo único bueno que puede sacar de todo esto es que lo han llevado a la verdadera universidad del hombre, estando con tantas personas, con diferentes caracteres. Una vez me dijo: mami, aquí donde las almas se van y te abandonan, aprendes a hablar con la mirada, eres capaz de descifrar los gestos de las personas”.
Este lunes, Yenisey recibió una llamada de los agentes de la Seguridad del Estado. Le prometieron que este martes sí le iban a permitir ver a su hijo en la mañana. La madre quiere a su hijo vivo, pero dice que se está preparando “para lo peor”. “Yo le estoy rogando a Dios que me dé las fuerzas necesarias para el peor escenario. Conozco a mi hijo y sé que es muy fuerte, pero estamos hablando de cosas médicas reales. Me estoy preparando para lo peor y rezo para que salga lo mejor. Quiero que entienda que la vida es lo más importante en nuestras manos, que si tenemos vida, tenemos todo”.

A la madre, los oficiales le han hecho saber que su hijo está bien, pero, sabe que otros han muerto en condiciones similares sin que nadie conozca exactamente qué sucedió. Johanna Cilano, investigadora de Amnistía Internacional para el Caribe, asegura a EL PAÍS que “un elemento relevante” sobre la situación de las violaciones de derechos humanos en las prisiones en Cuba “está relacionado con la falta de información veraz, la opacidad, la inexistencia de mecanismos de escrutinio, la falta de reconocimiento por las autoridades cubanas de la existencia de organizaciones de derechos humanos y la ausencia de compromiso de las autoridades con mecanismos internacionales para que las cárceles puedan ser visitadas, y que los abusos y violaciones de derechos humanos que en ellas ocurren sean efectivamente investigados y castigados”.
A Yenisey le espanta saber que su hijo tenga que vivir 14 años en una cárcel cubana, pero dice que Duannis ya se ha preparado para lo peor. A lo que le tiene miedo es a no saber lidiar con el país que se encuentre a su salida. “Me ha repetido en muchas ocasiones que lo que siente es miedo de la libertad, a la calle, que no está listo ahora mismo para eso”.
EL PAÍS