Una tarde en Fonte Filipe, el barrio más inclusivo de África
Tchinda es un salvoconducto en Cabo Verde: suele usarse para designar a cualquier integrante de la comunidad LGTBIQ+ del archipiélago, y hoy también es sinónimo de poder vivir con dignidad. Decir Tchinda Andrade es ir más allá del orgullo. La activista, que falleció el pasado noviembre, fue una de las primeras personas que se travistieron en la isla de São Vicente y la primera caboverdiana que salió públicamente del armario, a través de un artículo en la prensa, en 1998.
Tchinda había nacido en 1979 y falleció a los 45 años “porque la mala vida nos hace irnos demasiado jóvenes”, apunta Luna, una mujer transexual que oficia de destaque (o vedette principal) en el ala del de la escola do samba del barrio de Fonte Filipe (Mindelo). Este año se ha celebrado el primer carnaval sin la pionera Tchinda y, en este barrio —quizá el más LGTBIQ-friendly de África—, la recuerdan en los aprestos de las festividades y en todas las charlas que anticipan los desfiles del orgullo, que Tchinda inició en 2013.
Tchinda nombra el homenaje, en las casas de este suburbio con puertas y ventanas abiertas a la brisa atlántica, y que los vecinos franquean en total libertad, esquivando tules, brillos de lamé y coronas de fantasía. “Gracias a todo lo que ella inició aquí no sufrimos una discriminación violenta”, señala Paulo, un hombre gay de unos 50 años, que integra la escola Samba tropical.
A su lado está Luna, que es la estrella a la que las costureras, sus amigas mayores, quieren ayudar a brillar. Tiene 34 años y desde los 17 desfila en las escolas, de forma independiente, porque parece no querer llevar el apellido de ninguna de ellas, y menos definirse como drag queen. “Soy una persona trans”, sonríe, y habla en voz baja.
Les entrevistamos una tarde de marzo, en la segunda ciudad más importante de Cabo Verde, el país del mestizaje, en el cual todos se reconocen descendientes de europeos y africanos continentales, donde no se percibe iracundia por haber sido la última tierra africana en la que los portugueses reunían a los esclavos antes de subirlos a la fuerza a los barcos que los trasladarían lejos para siempre. Son las islas de la morabeza, esa hospitalidad que nació tras el proyecto colonial, a pesar de su crueldad. Hay una amabilidad criolla (de palabras en portugués y cientos de términos provenientes de lenguas africanas de diversas etnias), calles impecables y una cadencia que contrasta con las olas atlánticas, en la música de Cesaria Évora, la cantante descalza, eterna, oriunda de Mindelo.
Es por aquí, desde el oeste, a menos de 700 kilómetros de la costa de Senegal —justo enfrente de la ciudad de Dakar— por donde África ha comenzado a volverse inclusiva con las personas de todos los géneros y orientaciones sexuales, porque ha dejado de criminalizarlas. De hecho, en 2018, Cabo Verde fue el primero —y sigue siendo el único— país africano en haber firmado su adhesión a la Coalición por la Igualdad de Derechos ERC (Equal Rights Coalition), un mecanismo de colaboración que integran 45 países, por la protección de los derechos humanos de las personas lesbianas, gays, trans, bisexuales e intersexuales. Esta alianza que componen gobiernos y organizaciones de la sociedad civil está copresidida por España y Colombia en el bienio 2024-26.
Salud antes que trabajoAunque en algunos rincones de la web se cite a la isla de São Vicente como un oasis LGTBIQ+ en África, Luna sostiene que el camino de la inclusión por recorrer sigue siendo extenso. “Cabo Verde sufre en términos financieros, de educación y sanidad”, indica Luna, que actualmente trabaja como educadora de pares, es decir, una persona que pasa por una situación similar a las personas que ayuda y que, por tanto, aprovecha su propia experiencia como herramienta de formación. Luna se formó en Praia como trabajadora social gracias al apoyo de la Fundación Triángulo y de la cooperación española.
“En Cabo Verde, hay que centrarse más en la salud, porque sin ella no podemos avanzar hacia el trabajo”, advierte y sostiene que en el país necesitan leyes que favorezcan a su comunidad en cuanto al “derecho a la atención sanitaria en los procesos hormonales”. Por la falta de acceso a la medicina específica en hospitales, muchas personas trans se automedican. “Se compran hormonas por internet y las toman sin supervisión médica, o usan las píldoras anticonceptivas como una terapia, y esto nos enferma”, explica. A esto se suma, según denuncia, la discriminación que las personas trans perciben por la falta de confidencialidad del personal sanitario y el incumplimiento del secreto profesional por parte de algunos médicos.
Más allá del carnaval—¿Hay discriminación en la sociedad, entre las mismas personas que celebran el paso festivo de personajes travestidos en los desfiles?
—Es algo que a veces me pregunto, por qué no podemos sentirnos igual de aceptados el resto del año… pero esa es la naturaleza del Carnaval (allí somos útiles) y entonces la gente se acuerda de nosotros”.
Luna menciona que abandonó el fútbol. E inmediatamente asocia: “Nosotras, las personas trans, sufrimos bastante discriminación verbal, casi a diario”.
Este barrio no es solamente LGTBIQ+, es una comunidad como cualquier otra. Acogedora, sí, porque aquí vienen las personas gays de todas las islas, a sentirse a gusto
Luna, educadora
Con todo, reconoce que en Fonte Filipe no sufren mucha discriminación, porque esta es “una zona de referencia para la comunidad, como un refugio”. “Este barrio no es solamente LGTBIQ+, es una comunidad como cualquier otra. Acogedora, sí, porque aquí vienen las personas gays de todas las islas, a sentirse a gusto, y los demás también se sienten más cómodos viniendo a socializar, a crear grupos de amistad”.
Aún en el contexto de un continente como el africano —que suele presentar grandes dificultades para las personas no normativas—, su colectivo de Fonte Filipe puede salir adelante gracias a una unidad inquebrantable. Luna insiste, sin embargo, en que falta compromiso político, gubernamental, ya que el sostén viene de instituciones extranjeras.
Para las gay parades de junio, en cambio, la sociedad sí ofrece apoyo y concurrencia. Lo mismo sucede en todas las fiestas populares callejeras, a través de las cuales, concede, han “ganado visibilidad”. “Hemos despertado en la población la idea de que estamos presentes en una misma sociedad, y de que somos capaces de asumir responsabilidades, de transformar nuestro día a día, de proponer ideas, de llevarlas a la práctica y, finalmente, de demostrar que hacemos cosas útiles y agradables”, sentencia.
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