“Las orquestas son políticas; trabajan hacia un bien común: la música”

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“Las orquestas son políticas; trabajan hacia un bien común: la música”

“Las orquestas son políticas; trabajan hacia un bien común: la música”

Las orquestas son políticas; trabajan hacia un bien común: la música

Diemecke visitó la CDMX para dirigir la OECCh // En entrevista con La Jornada, destacó su gusto por trabajar con agrupaciones juveniles

▲ Los conciertos fueron sábado y domingo en el auditorio Blas Galindo del Cenart y el Complejo Cultural Los Pinos.Foto Bernardo Mijangos/Cenart

Ángel Vargas

Periódico La JornadaLunes 2 de junio de 2025, p. 4

En la música no debe haber política, según el director de orquesta Enrique Arturo Diemecke: No, por lo menos, en el sentido en el que la entendemos. Las orquestas, en tanto agrupaciones humanas, son políticas. Pero aquí las cosas son diferentes y sí funcionan. Todos trabajamos de manera conjunta y armoniosa por un bien común y supremo: la música.

El también compositor y violinista respondió de esa manera a una provocación jocosa que siguió a su comentario sobre un personaje de la política. Es que pertenezco a otro partido; la verdad, no milito en ninguno, aclaró entre risas, marcando el tono amable que caracterizaría el resto de la entrevista con La Jornada.

Considerado una de las batutas más importantes de nuestro país, Diemecke estuvo de visita este fin de semana en la Ciudad de México para dirigir, en condición de invitado, a la Orquesta Escuela Carlos Chávez (OECCh), del Sistema Nacional de Fomento Musical.

La agrupación estudiantil preparó el programa De mitos y leyendas, conformado por Una noche en la árida montaña, de Modesto Mussorgsky, y la Sinfonía fantástica, de Hector Berlioz. Los conciertos fueron sábado y domingo, en el auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes (Cenart) y el Complejo Cultural Los Pinos, de forma respectiva.

Aunque la formación musical no es una tarea que haya podido desarrollar a lo largo de su carrera con la frecuencia que quisiera, según dijo, para el director de orquesta es muy importante trabajar con músicos en ciernes o jóvenes estudiantes, como es el caso de los atrilistas que conforman la citada agrupación.

También yo aprendo, no sólo los jóvenes. Tenemos que aprender de todo en la vida. Debemos venir con la idea de que es una escuela; si aprendemos mal, así se queda, indicó.

Debemos aprender a hacer bien las cosas. Por ejemplo, a controlar el ímpetu en ciertos momentos y, a veces, cuando lo amerita la obra, dejarlo que fluya. Hay que tener presente siempre que la música está por encima de todo; siempre es lo primero.

Ahondó: “Me gusta mucho trabajar con las orquestas juveniles, porque son músicos que están creciendo. Todo lo que se les diga debe llevar ese mensaje de aprendizaje y de retención de que hay que aplicar en el momento que se necesita. Es muy satisfactorio ver su crecimiento, la entrega, el entusiasmo, la adrenalina de la juventud.

Por eso es un privilegio participar en su formación y entrenamiento; los resultados se ven casi de inmediato. Siempre que tengo oportunidad de participar en situaciones como éstas, salgo feliz y muy pleno, porque también yo he crecido y fortalecido mis conocimientos.

Indicó que al trabajar con una orquesta profesional, este tipo de experiencias le sirven, sobre todo, para quitar anquilosamientos, que los músicos sigan sintiendo fresco el menester de ser profesionales e interpreten una obra como si fuera la primera vez o, mejor dicho, la última.

Buena estructura educativa musical en México

Entre otros aspectos, Diemecke reconoció avances en la actual formación musical en México, al contrastarla con su época de aprendiz, donde el acceso, aseguró, estaba limitado, y la música, más que profesión, era vista como oficio.

“En el país, no había orquestas juveniles en esos años. El entrenamiento lo teníamos muchos en casa: éramos de familias de músicos y los instrumentos los teníamos por nuestros padres, algún familiar o amigo. No existían instituciones –como ahora el Sistema de Fomento Musical– en las que uno recibiera una beca para estudiar y dedicarse a esta disciplina”, explicó.

Teníamos que trabajar para ayudar a la familia a salir adelante y convertirnos en profesionales muy jóvenes. Por ejemplo, yo lo hice a los 13 años, en la Orquesta de Guanajuato. Aclaro que no fue explotación infantil, nadie me obligo, era algo que yo anhelaba.

En su opinión, el contraste con el presente es notable: Hoy, los jóvenes tienen estructuras educativas, becas, maestros especializados. Llegan a las audiciones profesionales mejor preparados, con el repertorio orquestal ya estudiado.

Diemecke se congratuló de la existencia de más instituciones de enseñanza musical en el país: Por eso tenemos más orquestas y más músicos jóvenes con un repertorio aprendido para esas agrupaciones. En mi época todos aspirábamos a ser solistas; ahora se entiende que tocar en una orquesta es un arte en sí mismo.

Sobre su trabajo al frente de la Orquesta Sinfónica de Michoacán, de la cual es director artístico desde finales de 2023, apuntó que se encuentra en una fase de trabajo muy atractiva y un proceso de renovación.

Ha sido un enfoque muy interesante. Hay muy buenos músicos en Michoacán, así como buen público. Entonces, hay gran interés de ellos para mantener la orquesta viva y que siga adelante.

Resaltó que, actualmente, una de las prioridades ha sido cubrir las plazas vacantes, además de lograr un equilibrio en la programación.

Se trata de no presentar siempre los caballitos de batalla y la misma programación. He introducido muchas obras nuevas, pero manteniendo siempre en los programas al menos una pieza de tradición, para que el público no se espante, que sepa que va a tener un balance entre lo nuevo y lo tradicional. Entonces, creo que vamos bien, finalizó.

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En el Blas Galindo se vivió una mezcla de febril vitalidad y madura templanza

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▲ El maestro Diemecke al frente de la OECCh, durante la ejecución del programa De mitos y leyendas. Foto Ángel Vargas

Ángel Vargas

Periódico La JornadaLunes 2 de junio de 2025, p. 4

El auditorio Blas Galindo del Centro Nacional de las Artes (Cenart) se convirtió el sábado pasado en un territorio de lo insólito.

Bajo la sapiente batuta de Enrique Arturo Diemecke, director invitado, la Orquesta Escuela Carlos Chávez (OECCh) emprendió un peculiar viaje sonoro por tiempos y parajes insospechados con el programa De mitos y leyendas, que se repitió ayer en el Complejo Cultural Los Pinos.

Fue una especie de exorcismo musical en el que demonios montañeses y amantes alucinados bailaron al ritmo de las notas de Una noche en la árida montaña, del ruso Modest Mussorgsky (1839-1881), y La sinfonía fantástica, del francés Hector Berlioz (1803-1869).

Una experiencia subyugante para el público que llenó casi tres cuartas partes del recinto y que durante cerca de hora y media disfrutó con la febril vitalidad de los jóvenes integrantes de la agrupación, guiados por la templanza, conocimiento e intensidad de aquel maduro director mexicano, una de las figuras más importantes de la música nacional hoy día.

Para todo músico, siempre es un privilegio compartir lo que más ama en la vida: la música, comentó Diemecke en una breve intervención, micrófono en mano, antes de alzar por vez primera la batuta y comenzar esa suerte de sortilegio conformado por ese par de obras que tienen que ver con lo sobrenatural.

Suena cursi, lo sé, pero la música es el alimento del espíritu. Y lo es porque nuestro espíritu siempre está lleno de ansiedades, de inquietudes, de amor, de pasión, de entrega, de felicidad, de tristezas, y necesitamos algo que nos ayude a que todo eso sea ecuánime. Allí es donde entra la música.

La obra de Mussorgsky fue un aquelarre sonoro. Los metales escupieron llamaradas, las cuerdas delinearon sombras inquietantes. Diemecke, a la manera de un chamán, extrajo de los jóvenes ejecutantes un crescendo infernal que desembocó en campanas redentoras.

Esa montaña maligna nos enseña que tras la tormenta viene la calma, que no está perdido nada, anticipó al inicio el director. El público, extasiado, estalló en aplausos al finalizar la pieza.

El sueño de opio de Berlioz

Tras un breve intermedio llegó el viaje sicodélico con la Sinfonía fantástica. Antes, Diemecke tomó el micrófono para contar la anécdota de esta obra. Berlioz, dolido de amor, intentó suicidarse ingiriendo opio, pero soñó su propia muerte, relató.

La obra fue un recorrido onírico de cinco movimientos en los que las cuerdas y maderas fueron del suspiro hasta el grito, los metales condujeron a instantes refulgentes y hubo también un pasaje en el que el corno inglés y el oboe emularon el diálogo de dos pastores en el campo.

Además, una marcha guio el camino del cadalso a la guillotina, y el dies irae (canto de la ira) gregoriano se mezcló con las risas de las brujas para concluir de tal manera esa estrambótica experiencia.

El público, entre atónito y embelesado aún, reaccionó de festiva manera a tan impetuosa y bien lograda ejecución, con atronadoras ovaciones. Los jóvenes músicos mostraron así que han logrado conformar una orquesta cohesionada, balanceada y potente.

Diemecke, fiel a su apasionado estilo, dirigió ambas obras de memoria, sin partitura; tampoco usó batuta. Habitó la música y dejó que ésta lo habitara, a partir de esa suerte de coreografías tan suyas, en las que el prodigio sonoro se torna materia dúctil que él moldea entre sus manos y el resto de su anatomía, con vistosos movimientos que van de lo sutil a lo vertiginoso.

jornada

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