'Ciudad sin sueño': la lucha de la Cañada Real llega al Cannes del lujo y las estrellas de cine
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Han pasado dos años desde que Guillermo Galoe estrenó su cortometraje Aunque es de noche en el Festival de Cannes y la Cañada Real sigue sin luz. El asentamiento irregular más grande de España —y de los más grandes de Europa— cuenta con unos 7.000 vecinos a lo largo de la franja que ocupa entre Madrid, Getafe, Rivas y Coslada, y varios de sus sectores llevan a oscuras desde octubre de 2020. El barrio, además, está siendo desmantelado con previsión de reurbanizarlo en un futuro y muchas de sus familias realojadas. Estos dos temas —el realojo y la falta de electricidad—son los dos puntos de partida de Ciudad sin sueño, el largo nacido de aquel corto con el que Galoe compite ahora en la Semana de la Crítica de Cannes.
La mala casualidad ha querido que la 78.ª edición del Festival de Cannes haya arrancado el mismo día de la muerte de José Mujica, expresidente de Uruguay y protagonista de Frágil equilibrio (2016), el documental con el que Galoe se dio a conocer y con el que ganó dos premios Goya. En esta primera película de no ficción, el director madrileño propuso un viaje intercontinental de historias cruzadas protagonizadas por cuatro voces damnificadas de la crisis económica —la puntual y la endémica—.
Galoe conecta desde un ejecutivo japonés sometido por un trabajo que vampiriza hasta el último rincón de su alma hasta una familia española enfrentada a un desahucio, pasando por una comunidad de subsaharianos ansiando cruzar el Estrecho. Las palabras y el espíritu de Mujica sirvió de hilo para coser en uno los diferentes relatos sobre las distintas esclavitudes del mundo contemporáneo. Y también fue la primera ocasión en la que Galoe visitó la Cañada Real.
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De esa mirada con vocación documental nace Ciudad sin sueño, una ficción construida con los cimientos de la realidad y protagonizada por los propios vecinos de la Cañada. Galoe recupera al protagonista de su cortometraje, Toni (Antonio Fernández Gabarre), un chaval de quince años que se enfrenta a la separación de su mejor amigo Bilal (Bilal Sedraoui) a causa del realojo de ambos. Por un lado, la familia de Toni, de etnia gitana, está sopesando aceptar uno de los pisos que le ofrecen las Administraciones para abandonar la Cañada. Por otro, la familia de Bilal, procedente de Marruecos, quiere trasladarse a Marsella junto al resto de sus primos. La promesa: bañarse por fin en el mar.
Si Aunque es de noche se apoyaba más en la imaginación y el misterio, Ciudad sin sueño bascula hacia el retrato social de un asentamiento desconocido más allá de las noticias. Galoe ha consagrado el espacio de la Cañada al cine, como defendía Pasolini, y ha conseguido que sus vecinos hayan querido sentirse y formar parte de un film que sirve a la vez como relato de iniciación —del protagonista— y testimonio de muerte —de la Cañada—. Partiendo del mismo punto, la separación de los dos chavales, Ciudad sin sueño se enfrenta a la ampliación del universo de Toni, que se extiende a una familia en la que el abuelo, el patriarca, chatarrero de profesión, tiene un gran apego al lugar que considera su hogar y del que se niega a marcharse, y a un vecindario en el que los negocios al margen de la ley —ya sea tráfico de drogas como de animales exóticos— forma parte de la cotidianidad.
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Después del rodaje de Frágil equilibrio, Galoe volvió a la Cañada para impartir talleres de cine a los jóvenes, para los que utilizaba los teléfonos móviles como cámaras. El director rescata ese recurso, el de imágenes supuestamente rodadas por los personajes de Toni y Bilal, para hacer al espectador partícipe de esa mirada adolescente que pasa del juego infantil a la vida adulta. Un juego que utiliza un coche desguazado o un vertedero de electrodomésticos como parque de atracciones. Un paso a la madurez condensado en el paquete de cigarrillos que siempre acompaña a Toni.
También ha cambiado la mirada del director respecto a la propia Cañada. Si el cortometraje se acercaba al espacio desde el misterio —y casi la magia— de la noche, de las leyendas alrededor de la hoguera, Ciudad sin sueño cede ante el interés más diurno y social, consciente del acceso a una realidad única y en extinción. Quizás el compromiso con la comunidad de acogida ha hecho que la película abrace con más fuerza su discurso político que una retórica cinematográfica más sugerente y ambigua.
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Ya con la voz más grave que en el cortometraje, Toni sirve de vehículo para explorar los rincones de la Cañada, esa avenida polvorienta que habremos recorrido al final del film, esos diferentes barrios en los que conviven las peluquerías árabes y los bares de los gitanos. Y esas excavadoras que llenan el paisaje de escombros, tirando abajo casa a casa, levantadas todas con sus propias manos. Y, a lo lejos, las torres de cristal y acero de Madrid, tan cerca y tan lejos, un espejismo al otro lado del desierto. Toni se debate entre ver su mundo infantil desaparecer —su casa, la amistad con Bilal y la relación con su abuelo— y adoptar una nueva vida con nuevas posibilidades en la ciudad. El director también plantea ese primer amor, y lo hace de una manera naturalista, sin sentimentalismos ni artificios, desde la curiosidad, en uno de los grandes hallazgos de la película.
Ciudad sin sueño arranca con una carrera de galgos en el paisaje desértico y polvoriento de los alrededores de la Cañada. Y será el galgo de Toni el que conecte las historias de las dos familias gitanas enfrentadas en una guerra fría de conceptos sobre la honradez y los medios para ganarse la vida. Porque la Cañada Real es, también, "el mayor supermercado de droga en España", y la película muestra de manera cruda a los drogodependientes, que conforman otra suerte de barriada dentro del asentamiento.
Galoe es el segundo de los directores españoles que compiten con sus largometrajes en esta edición del Festival de Cannes, tras Sirat, de Oliver Laxe, y antes de Romería, de Carla Simón, estas dos últimas en Sección Oficial. Coincide, además, con la presidencia del jurado de Rodrigo Sorogoyen en la Semana de la Crítica, donde Ciudad sin sueño se mide con títulos como la taiwanesa Left Handed Girl, de Shih-Ching Tsou, Un fantasma útil, la comedia LGBTQI en la que el espíritu de una mujer posee un aspirador, del tailandés Ratchapoom Boonbunchachoke, o la holandesa Rietland, de Sven Bresser.
El Confidencial