‘El Alma’ de Natalia Rose florece en Alemania

Es primavera en Alemania y los magnolios, álamos y castaños vuelven a pintarse de intensos colores. El invierno ha quedado atrás y el cambio de estación reverdece la fascinación de Natalia Rose por las plantas, en especial las orquídeas que decoran su pequeño estudio en la zona histórica de Stuttgart, donde vive hace tres años y medio, lo mismo que sus ganas de tocar los temas de El Alma, su nuevo álbum, en varios clubes de esa y otras ciudades y pueblos cercanos en los que suele presentarse. Volver a sentir el sol en la piel también la llena de nostalgia, y aunque agradece la experiencia de vivir en otro país y actuar en los mejores clubes de jazz de Alemania, su corazón y su música siguen profundamente enraizados a Colombia.
A los 34 años, Natalia Rose Londoño Bradford, nacida en Bogotá, trabaja duro para forjar su carrera en el espectro del jazz. Ensaya en las mañanas, da conciertos en las noches, dicta clases todos los días (sus alumnos están entre los 7 y los 70 años), paga un crédito del Icetex e intenta mejorar su alemán para aspirar a una plaza en una universidad local. El año pasado, obtuvo su maestría en guitarra-jazz en la Universidad Estatal de Stuttgart.
“En lo cultural, la diferencia entre Colombia y Alemania es abismal. Vivir aquí ha sido todo un proceso. Todavía no me siento en un hogar, pero poco a poco me voy adaptando. Antes salía a la calle y me preguntaba: “¿dónde estoy?”. El trato con las personas es distinto, uno lo percibe cuando va a un supermercado, cuando ensaya con músicos locales. También hay cosas muy positivas: el transporte público, la sensación de seguridad, la política pública que obliga a la gente a reciclar. Las plantas son baratas y he podido hacerme un pequeño jardín en mi apartamento”, dice Natalia.
Los iniciosSu formación musical empezó a los siete años, en Quito, donde vivió de los cuatro a los doce años. Allí se interesó por el piano, pero al volver a Colombia, tras una corta estadía en Brasil, dejo de lado la práctica instrumental y escribió canciones con letra y melodía, sin ningún tipo de acompañamiento.
“Al regresar a Bogotá, tuve que esperar para retomar el colegio y pasé varios meses en casa escribiendo esas primeras canciones y escuchando horas y horas de música en la radio. También escuchaba discos como Fallen, de Evanescence, y Life for Rent, de Dido. Fue en ese momento, a los 12 años, cuando supe que iba a dedicar mi vida a la música”, recuerda Natalia.
A los 16 recibió su primera guitarra eléctrica, una Squier Telecaster, con la que tomó clases particulares antes de estudiar en la Academia Cristancho. En 2011 entró a la Universidad Javeriana, donde se graduó en Música con énfasis en guitarra-jazz. Su trabajo final, titulado Retratos de un Juego de sombras –que en 2017 se convertiría en su primer álbum de estudio– recoge composiciones suyas basadas en fotografías tomadas por Camila Malaver en Barranco de Loba, un municipio del sur de Bolívar afectado por la presencia de grupos armados ilegales.
Como referente para escribir estos temas, Natalia estudió la música programática del Romanticismo, que se caracteriza por evocar imágenes o ideas extramusicales en la mente del oyente, casi como si se tratara de una pintura sonora. En este contexto, la música no es solo una sucesión de sonidos, sino que actúa como un medio para representar paisajes, historias, emociones y conceptos. Algunos compositores románticos, como Berlioz, Liszt o Strauss, intentaban crear un vínculo entre la música e imágenes, sentimientos y escenas descritas en textos y poemas. Lo mismo puede decirse, ya entrado el siglo XX, de álbumes como Hejira, de Joni Mitchell; The Times They Are a-Changin’, de Bob Dylan; o Another Green world, de Brian Eno, inspirados en la pintura, las artes visuales, la fotografía documental o la simple contemplación de paisajes a campo abierto.
Destaco esto porque en la conexión entre imágenes y música se encuentra uno de los rasgos más llamativos del trabajo de Natalia Rose como guitarrista y compositora. Luego de formarse con maestros como Holman Álvarez, Adrián Herrera, Richard Narváez y Enrique Mendoza, entre otros, Natalia también exploró varios géneros con agrupaciones como Inés Elvira y las Tortugas Albinas o Desierto de Sal, esta última, una banda con marcado acento en el jazz-rock. Con el proyecto Input 91, anduvo los caminos de la música electrónica, el pop y los sonidos africanos. Tras el lanzamiento de su primer álbum, Natalia debutó en la edición 2019 de Jazz al Parque y se presentó en Barranquijazz con su quinteto. En los meses siguientes, tocó con grandes músicos y jazzistas colombianos como Diego Pascagaza, Néstor Vivas, Pablo Muñoz, Juan David Mojica, Nicolás Ospina y Ramón Berrocal, entre otros. En 2020, actuó en el Festival de Jazz de Villa de Leyva y comenzó a trabajar en los temas para Impresiones, su segundo álbum.
Alma de jazzEl pasado 19 de marzo, Natalia lanzó El Alma en el Bix Jazz Club de Stuttgart, que junto al Unterfahrt de Múnich, son considerados los dos clubes de jazz más importantes de Alemania. John Patitucci, Ethan Iverson, Avishai Cohen y Kurt Elling son algunas de las figuras que suelen presentarse allí.
“Fue muy emocionante tocar los temas del nuevo álbum en un lugar tan reconocido como el Bix Jazz Club, pero también me he asegurado de enviar discos en físico a Colombia, donde espero presentarlo en vivo muy pronto”, dice Natalia.
La escena del jazz en Alemania atraviesa un gran momento. En las principales ciudades, incluso en los pueblos más pequeños, es fácil encontrar clubes dedicados al género. Hay incentivos académicos, apoyo público y privado, conciertos y festivales para todos los públicos. “Quisiera que más músicos colombianos pudieran tocar aquí y mostrar su gran nivel”, comenta Natalia.
Grabado en Berlín el año pasado, El Alma incluye cinco temas en los que la guitarrista plasma su nostalgia por la cultura colombiana y su mirada del país desde la distancia. Junto a ella, participan el saxofonista israelí Omri Abramov, el baterista colombiano Max Simancas y el contrabajista francés Nicolas Buvat. En los temas Viso y Refugiados se incluyó, además, un cuarteto de cuerdas alemán. Selva, otras de sus composiciones, está dedicada a los niños colombianos que se perdieron en la Amazonía colombiana en 2023.
“Estar aquí me ha hecho reflexionar sobre cómo funciona cada país y cómo eso lo hace a uno quien es. Esto es lo que he querido proyectar en El Alma, esa esencia que nos marca desde que nacemos. Los colombianos somos personas sencillas a pesar de todo lo que hemos vivido, y eso es algo muy bonito. Somos personas espontáneas; nos alegra conocer gente, hacer amigos. Es curioso, porque, habiendo tanta inseguridad, deberíamos ser más cerrados, pero es al revés. Eso lo admiro y lo agradezco. Me siento orgullosamente colombiana”, dice Natalia.
Conecto estas palabras con el tema Alerce, incluido en el álbum, una alegoría a la longevidad de este árbol colosal y a las profundas raíces culturales que, en procura del origen, buscamos muy atrás en el tiempo. Al escucharlo, pienso en las tenues refracciones de la memoria: Colombia es un pálpito, un altibajo, una oscilación que se delata a sí misma en la amplitud luminosa de sus montañas y en el absurdo de sus atrocidades. Vivimos una realidad sísmica y delirante que nos desborda emocionalmente. En Refugiados, quizás el tema más complejo en cuanto a métrica y armonía de este álbum, se percibe la angustia de millones de colombianos desplazados, errantes o amedrentados por el ascenso de las violencias; mientras que en Agua fuerte, mi favorito, fluye un caudal vigoroso que evoca la fuente vital, el nacedero, lo bello y lo endeble de un arroyo manando de la tierra.
La gran pregunta por el significado del alma quizás nos lleve a eso: al simple vaivén entre cuestionamiento y memoria. Natalia vive en una zona de conservación histórica que sufrió daños durante la Segunda Guerra Mundial. Al salir de su edificio, incrustadas en la acera, brillan las placas doradas del proyecto Stolpersteine (que podría traducirse como “piedras-obstáculo”) instaladas allí y en otras zonas de Stuttgart y de Europa por el artista alemán Gunter Demnig, frente a la última dirección de residencia de personas víctimas del nazismo. Al contacto con el sol, las pequeñas placas titilan en el suelo: los nombres de quienes murieron o sobrevivieron están ahí para que nos topemos con ese tramo de la historia humana.
“Los intercambios con gente de otros países aportan mucho en lo personal y enriquecen tu proceso creativo”, dice Natalia, quien viene trabajando en un proyecto de neo-soul llamado Yaelu, junto a una cantante alemana de padre egipcio. También ha sido escogida para componer los temas que interpretará una orquesta de 20 músicos en un festival de jazz local, a inicios de noviembre, ya entrado el otoño. Sé que todavía falta para eso, pero me pregunto cómo sonará Stuttgart cuando se acerque el invierno, qué tonalidades marcarán su temperamento, qué música escucharán sus habitantes.
Por ahora, es tiempo de primavera, la estación favorita de Natalia Rose. Es tiempo de que el alma y la música florezcan.
eltiempo