Año 2050: así será la España en la que (salvo vuelcos improbables) reinará Leonor I
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En 2050, el rey Felipe VI tendrá ochenta y un años y su hija Leonor de Borbón y Ortiz, la actual princesa de Asturias y heredera del trono de España, tendrá cuarenta y cuatro; hipotéticamente estará casada, tendrá hijos y estará a punto de hacerse cargo de la Jefatura del Estado, salvo vuelcos políticos que hoy hay que considerar, supongo, como bastante improbables. O salvo que, para entonces, ya ocupe la Jefatura del Estado, naturalmente.
Sea como fuere, el país en el que reinaría Leonor de Borbón y Ortiz será muy diferente a aquel que heredó su padre de Juan Carlos I hace medio siglo. Un mundo por completo distinto, que reclamará numerosas adaptaciones sobre lo que hoy existe.
La generación Zeta, al poderLeonor de Borbón y Ortiz, la futura Leonor I, que hoy encarna el seguramente más probable de los cambios (o sea, continuidad) en la política española, habrá conocido, a mediados de este siglo, la mayor parte de las mudanzas que hemos sugerido en este libro. Y otras muchas que ahora resultan insospechadas, porque, al ritmo al que camina —vuela— el mundo, un cuarto de siglo es una eternidad.
La generación Z (1997-2012), a la que pertenece Leonor de Borbón, tiene, como las restantes generaciones en las que hemos dado en dividirnos, sus propias características tópicas: son nativos digitales, aceptan como algo natural la diversidad e inclusión, cierto compromiso con el cambio climático, no son grandes bebedores, y tanto la diversidad como la enorme preocupación por la salud mental son parte de sus señas de identidad. Ah, y uno de cada cuatro jóvenes entre dieciocho y veinticuatro años se reconoce bisexual. El 23,6 %, exactamente, según el CIS.
Los de la 'Gen Z' han quedado retratados en las encuestas que desde Periodismo 2030 hemos venido haciendo con Metroscopia y la Fundación AXA a lo largo de cuatro años, con muestras de tres mil o cinco mil personas, según los casos.
Los jóvenes Z piensan, mucho más que sus mayores, que es probable una tercera guerra mundial en los próximos treinta años (63 frente a 53 % de los mayores). Asumen que la jubilación se producirá a los setenta y cinco años (65 %) y que acabará el actual sistema público de pensiones (49 %, frente al 40 % que piensa que esto no ocurrirá). Están seguros de que el teletrabajo ha venido para quedarse, aunque los mayores de sesenta y cinco lo piensan en mayor medida (90 % frente a 82). Creen que el suicidio será la principal causa de muerte en el futuro (66 frente a 52 % en los mayores de sesenta y cinco) y que la salud mental ocupará el mayor número de consultas médicas.
Hay un dato, escrutando los resultados de casi cien tablas en las encuestas, que me ha llamado especialmente la atención: un 59 % de los jóvenes de entre dieciocho y treinta y cuatro años cree que en el próximo cuarto de siglo se producirá un éxodo desde las grandes urbes hasta las pequeñas ciudades y zonas rurales, lo cual, como señalaba en un capítulo anterior, es un hecho desmentido por la realidad y por las prospectivas más severas, que piensan que un 30 % más de gente acabará yendo a parar a las macrociudades en los próximos años.
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Hemos preguntado a los jóvenes en nuestras encuestas sobre muchos de los temas de este libro y hemos descubierto que, en general, son menos imaginativos que los boomers en cuanto que parecen creer menos en la velocidad e intensidad de algunos avances, como la penetración de los robots en nuestras vidas, la carrera aeroespacial o la desaparición del dinero en efectivo, por poner solamente algunos ejemplos dispares. O puede que su convivencia con el Cambio continuo les haga ver las mudanzas como algo natural: el concepto del Cambio es parte de su andadura habitual por la vida.
Creo que esta generación, que será la que estará ejerciendo de pleno el poder político y empresarial presumiblemente en 2050, merece un estudio muy cuidadoso. No tanto porque sus expectativas e ideas difieran mucho de las de otras generaciones, que sí, sino más aún porque muestran una buena dosis de realismo —incluso de cierto pesimismo— sobre el porvenir: ya he dicho antes que el 63 % asume que vivirá peor que sus padres, por ejemplo. Y el 50 %, frente al 39 % que cree lo contrario, está convencido de que en el futuro tendremos nuevos modelos políticos que sustituyan a las democracias tal y como hoy las concebimos.
Leonor, aprobadaAcerca de sus actitudes monárquicas o republicanas tenemos pocas fuentes (el CIS, por ejemplo, nunca ofrece al público tablas sobre ello). Pero a través de lo que he ido preguntando a algunos de quienes elaboran informes para la Zarzuela o para el Gobierno, obtenemos la sensación de que entre los jóvenes de esta generación no se dan actitudes radicalmente monárquicas o republicanas; parece que la forma del Estado no es tema que, en principio, preocupe demasiado a este sector de la población, aunque sus inclinaciones hacia las tesis republicanas parecen predominar ligeramente; sin embargo, la imagen de Leonor de Borbón está claramente en alza entre los jóvenes, por encima de la de otros miembros de la familia real.
En concreto, un 62,4 % de los jóvenes encuestados (de entre dieciocho y veintinueve años) cree que la princesa conecta con los valores de la juventud actual; así lo considera, además, el 95 % de los electores del PP, el 65 % de los de Vox y el 60,7 % de los del PSOE, según una encuesta de NC Report para La Razón.
Un amplio apoyo, pese a las limitaciones de su cargo, que ella también ha contribuido a generar, sobre todo con las imágenes que se han visto de Leonor saliendo, como una joven más, con sus compañeros durante los días de descanso tanto en la Academia Militar de Zaragoza como en la Escuela Naval Militar. Como era de esperar, los votantes de Sumar son más críticos y solo un 13,3 por ciento cree que conecta con la realidad de los jóvenes de su edad. Carezco de datos fiables sobre la opinión en el mundo de los nacionalismos catalán y vasco, que, obviamente, sitúan en otra dimensión la dialéctica Monarquía-República. Y al Estado actual, en general. Lo cual es, claro, un tema que incidirá de una u otra manera en lo que vengo llamando «el mundo de Leonor».
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Asimismo, un 74,6 % de los representantes de la 'generación Z' cree que la princesa reinará y heredará la Jefatura del Estado, una opinión que comparten mayoritariamente los votantes del PP (94 %), Vox (87,5 %) y el PSOE (78,6 %) y, en mucha menor medida, los de Sumar (30 %). Solo el 6,5 % del total encuestado cree tajantemente que no reinará. Son bastantes, desde luego, los que no saben/no contestan.
Leonor, que está cercana a cumplir los veinte años, se encuentra ahora concluyendo la fase intensa de formación militar tras su paso por Gales, a punto de iniciar sus cursos universitarios y, en este sentido, un 68,6 % cree que está avanzando correctamente en este camino. Pero ¿cuál es la nota que le dan los jóvenes votantes de cada partido? Se sitúa entre el 6,4 y el 6,7. Y si se desglosa según el partido al que votan, los electores del PP son los que mayor puntuación conceden a la princesa Leonor, un 7,7, mientras que los de Vox le otorgan un 7,1. Los del PSOE se quedan en un 5,9. El único electorado «nacional» que suspende a la heredera es el de Sumar, con un 4,1.
Me atrevería a decir que la dialéctica Monarquía-República no es el mayor quebradero de cabeza que tendríamos los españoles, aunque también forme parte de nuestras preocupaciones. Porque la opinión pública es una veleta. A saber cómo andarán las cosas en 2050, y si para entonces habrá aún encuestas como las que hoy utilizamos.
La revolución es la educaciónHay quien piensa que el Cambio será, en realidad, una cuestión de "revolución de la educación". Un 73 % de los encuestados menores de treinta y cinco años piensa que surgirán nuevas asignaturas, nuevas materias que, de alguna manera, harán esta revolución. Curiosamente, quienes piensan así entre los mayores de sesenta y cinco años constituyen un 86 %.
Sobre esta revolución también habríamos de detenernos si queremos entender cabalmente el Cambio que se nos echa encima. No se trata solamente de nuevas titulaciones académicas o de crear nuevas carreras que den respuesta a las nuevas demandas sociales, sino de procurarnos una mentalidad nueva. Una aproximación distinta a los conceptos clásicos de méritos académicos, de evaluaciones.
Sobre lo primero hablé extensamente con Juan Cayón, rector de la Universidad de Diseño, Innovación y Tecnología (UDIT), que ha irrumpido en un mundo académico aún bastante poco poblado desde el ámbito universitario, el del diseño de videojuegos, modas y productos, así como la programación software full stack (diseño de interfaces).
Me dice Cayón, y pienso que tiene razón, que ya no basta con citar las carreras STEM (ciencia, tecnología, matemáticas) para hablar de vanguardia educativa. "España es un país destacado en escuelas de negocios; ¿por qué no hacemos lo mismo con nuestras universidades, alejadas de los cien primeros puestos en el mundo? Porque somos poco innovadores", asegura. "Hay bastante caspa en algunas universidades", concluye, y cuando le pido que me resuma el cambio en una palabra, me dice: "El Cambio es innovación".
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Una somera búsqueda me indica las nuevas titulaciones universitarias: ingeniería de satélites, de sistemas ferroviarios, ingeniería metalúrgica de materias primas, audiología, estudios teatrales... "Ahora hay unas cuarenta y cinco ingenierías distintas", me dice Jorge González, un ingeniero industrial fundador de NextPlay Z, dedicado a la orientación vocacional de los jóvenes. Ya se sabe que muchas carreras (alrededor del 45 por ciento) desaparecerán, al menos tal y como ahora están concebidas, y surgirán otras tantas nuevas, en estos momentos la mayoría desconocidas y quizá hasta inimaginables.
Se trataría de evitar que cada año salgan miles de egresados de algunas facultades que no encontrarán trabajo; sin ir más lejos, los periodistas sabemos algo de eso. Hay que pensarlo mucho, añade Jorge, antes de decidirse por alguna de las cuatro mil quinientas titulaciones de grado existentes en España hoy en día. Eso, sin contar con la Formación Profesional, que esa es otra. Y sin contar tampoco con esas "asignaturas" que recomienda uno de los máximos especialistas españoles en tecnología de los alimentos, Daniel Ramón; para él, es vital establecer enseñanzas de higiene alimentaria y de otras materias prácticas (primeros auxilios...) a nuestros jóvenes. Las generaciones futuras, me dice, no pueden ser obesas y han de ser, por otro lado, autosuficientes en muchos conocimientos y prácticas.
Los colegios tradicionales ya no sirvenSobre lo segundo, una mentalidad nueva, entrevisté a Sonia Díez, con másteres en varias universidades, Harvard entre ellas, y autora de un libro que me abrió los ojos a las nuevas realidades educativas, EducACCIÓN, con diez capítulos que son otras tantas fórmulas para entender que el colegio y la universidad tradicionales ya no sirven. "Algo que se ha creado hace dos siglos lo lógico es que ya no funcione, porque tiene estructuras y funcionamientos muy rígidos". Para ella, "flexibilidad" y "personalización" son las dos palabras clave en el enfoque de la nueva realidad educativa.
"No se puede medir el talento de un pez por su capacidad de trepar a un árbol", me dice, en apoyo de su tesis de que "cada uno es diferente y tiene que evolucionar en función de su capacidad", que es exactamente lo opuesto a la enseñanza masiva y generalizada que ahora se imparte. Para el exdirector de la Oficina de Prospectiva de la Moncloa, 'padre' del informe España 2050, Diego Rubio, bastante citado en este libro, la educación reglada va a desaparecer; "llevamos mucho tiempo diciéndolo". Quién sabe.
En todo caso, lo que sí comprobaremos es que, a lo largo de los próximos treinta años, en los colegios habrá una política de "pantallas cero", lo que será un enorme cambio sobre lo ahora existente. ¿Ha comenzado la guerra contra la dictadura de las pantallas? Habrá que preguntárselo, entre otros, a Sara Baliña, la economista que sustituyó a Rubio cuando este pasó a ser el jefe de Gabinete del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. De momento desconozco si habrá una nueva edición, corregida y aumentada, del informe España 2050. Nadie ni nada me lo confirma: el coyunturalismo, la inmediatez, la angustia de la nueva era "trumpista" priman ahora sobre cualquier otra cosa, incluyendo reflexionar serenamente sobre nuestro porvenir.
Ignoro también si la infraestructura oficial y privada de la enseñanza tiene las posibilidades para afrontar esta "individualización" de la educación. Sonia cree que sí. Yo creo que lo mejor siempre tiene que acabar haciéndose posible. Aunque eso suele tomar mucho tiempo y ha de vencer demasiadas incomprensiones.
Sobre el autor y el libro
Fernando Jáuregui (Santander, 1950) nació cuando se publicaron las Crónicas marcianas de Ray Bradbury y los mejores relatos de Asimov. Toda su vida -dice- ha estado dominada por el ansia de entender el futuro. Es lo que pretende con El cambio en cien palabras (Plaza&Janés), el vigésimo libro que escribe en solitario y al que se añaden otros tantos colectivos. Y es lo que busca, investigar los nuevos caminos de la información y de la vida, con su foro Periodismo 2030, con el que ha recorrido España varias veces.
Ha trabajado en prensa escrita y digital, radios y televisiones. Ha dado clases en universidades y ha organizado numerosos fotos y conferencias. Como informador político ha escrito más de doce mil crónicas para diversos medios nacionales y extranjeros. El cambio en cien palabras es un libro reportajeado, investigado y escrito en el que Fernando Jáuregui se plantea cómo será nuestra vida en el año 2050.
Como dice Ricardo de Querol en su libro
La enseñanza de la 'generación Alfa' (también, de alguna manera, de la Z) ya no será cosa de niños y jóvenes, porque tendrá que prepararnos para reinventarnos una vez tras otra... durante todas nuestras vidas.
"Tanto insistir en las habilidades técnicas y lo que más falta nos va a hacer, por fin empezamos a darnos cuenta, es la filosofía", concluye De Querol.
Cuando este libro se termina de escribir, la fase más intensa de la "revolución en la educación" va a llegar algo tarde para la generación Z. Quizá la de los 'zetas' sea la última generación a la que no alcance de lleno la inevitable revolución educativa, que irá mucho más allá de las habituales rencillas entre las fuerzas políticas cada vez que una de ellas da a luz una nueva Ley de Educación. La 'generación Alfa', la de los nacidos entre 2010 y 2025, encontrará un mundo tan radicalmente nuevo —incluso, ya digo, desde el punto de vista de la filosofía con la que iluminamos nuestras vidas— que hoy resulta simplemente inimaginable.
Y después de Trump, ¿qué?A menudo me preguntaban colegas extranjeros que llegaban como corresponsales en España o diplomáticos recién llegados a Madrid por mi opinión acerca de si Leonor, la princesa de Asturias, podrá acabar heredando la Corona española o más bien si España acabará transformándose, a no largo plazo, en una República. Siempre respondía que mi deseo personal sería una continuidad dinástica, pero que en un país políticamente tan complejo como España, donde las mayorías de gobierno se configuran en torno a formaciones que en principio resultaban incompatibles —y algunas de ellas incluso hostiles— al Estado, quién sabe lo que podría ocurrir.
Varias veces he repetido que no quería hacer un libro "político" excepto cuando ello fuese inevitable, porque todo forma parte de la política de las cosas y de las circunstancias.
A los efectos de esta obra, me interesa exponer cómo sería, previsiblemente, el mundo de Leonor I desde un prisma que aún no hemos analizado: el Estado. Qué tipo de democracia será la que la albergue. O hasta qué punto el ánimo de fin del mundo que inspira los ensayos y a los ensayistas de moda habrá acabado —espero que no— de anegar nuestros espíritus.
El "mundo de Leonor I" habrá superado con creces la difícil "era Trump". Una era que, según decía un titular del influyente El Confidencial a comienzos de diciembre de 2024, cuando el personaje aún no había ocupado formal y oficialmente la Casa Blanca, abría "la guerra de todas las guerras económicas: Trump activa una espiral [con los aranceles anunciados por el republicano] en la que pierden todos".
Cuando concluyo este libro, esa era no pasa de ser una pesadilla en la que todos intuyen que van a ocurrir demasiadas cosas. Una pesadilla que necesariamente terminará en 2029, porque resulta impensable una reelección del republicano (¿o no?).
Me interesa exponer cómo sería, previsiblemente, el mundo de Leonor I desde un prisma que aún no hemos analizado: el Estado
A mí me interesa imaginar ya la "era post-Trump"; en la que el péndulo de la Historia haya vuelto previsiblemente a una cierta cordura. Esa será la era que, por poner un ejemplo en el que a los españoles nos va mucho, yo llamo "de Leonor I".
La de Leonor I será una era en la que tampoco estará Putin, el otro polo de preocupación del mundo y que ha pretendido garantizarse el poder en el Kremlin hasta 2030, cuando el neozar ruso tendrá cerca de setenta y ocho años. Exactamente la misma edad que tenía Trump al acceder por segunda vez en su vida a la Casa Blanca en enero de 2025. Este solo dato generacional nos habla bastante de hasta qué punto el mundo vive ahora en la provisionalidad: ni siquiera la envejecida pirámide poblacional venidera justificaría esta gerontocracia.
Ignoro muchos, muchísimos aspectos sobre cómo será el mundo entre 2030 y 2050, que es donde colocamos el catalejo de nuestras expectativas. Sí sé que seremos nosotros quienes fabriquemos "lo previsible". Hablo, por ejemplo, de ir creando marcos legales y constitucionales que amparen el Cambio y los cambios tremendos que se nos están echando encima. No existe un solo país cuya Constitución esté adecuada a la era del Cambio. Ninguno.
Felipe González, un estadista que es capaz de generar grandes titulares, nos dejó pensando a las numerosas personas que asistimos a una conferencia en CaixaForum en la primavera de 2022. Es "im-pres-cin-di-ble" reformar ya la Constitución, nos dijo. Y alegó una razón en la que me parece que ninguno de sus oyentes habíamos pensado: "Porque hay que digitalizarla".
La Constitución española, y las de la mayor parte de los países del mundo, es ajena a la era digital. El mundo de internet y su desarrollo en los campos sociológico, económico y legal —y delincuencial— poco o nada tienen que ver con las leyes fundamentales de la mayor parte de los países.
Es el gran trabajo de los gobernantes del futuro, que se supone que entenderán que, a raíz de la digitalización, el mundo ha cambiado de una manera que lo hace incompatible con la situación anterior. Quizá nunca lo legal y la realidad estuvieron a mayor distancia.
El 46º aniversario de la Constitución española, 6 de diciembre de 2024, se celebró con el habitual acto en el Congreso de los Diputados. Allí, por primera vez con tanta intensidad oficial, tanto la presidenta de la Cámara Baja, Francina Armengol, como el propio presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, se refirieron a una posible y deseable reforma de la norma fundamental. Quizá no con el alcance y los objetivos a los que yo me refiero, pero esa será materia de debate entre las fuerzas políticas, si es que algún día sus actuales dirigentes son capaces de llegar a los acuerdos de mínimos que posibiliten esa en todo caso inevitable e "im-pres-cin-di-ble" reforma. Y, si no, contemos con su segura sustitución por otras figuras más proclives al acuerdo.
La Constitución española, y las de la mayor parte de los países del mundo, es ajena a la era digital
He abordado esta cuestión con varios constitucionalistas de procedencias ideológicas diversas. Quizá la conversación más interesante que mantuve a este respecto tuvo lugar con mi compañero de la facultad de Derecho Luis María Cazorla, catedrático de Derecho Financiero, abogado del Estado, letrado de las Cortes Generales e inspector de servicios del Ministerio de Economía y Hacienda. Por si fuera poco, es autor de varias novelas históricas de mérito localizadas en el protectorado español de Marruecos (él nació en Larache).
No me compete incluir aquí un tratado sobre las reformas constitucionales más urgentes, eso ocuparía varios volúmenes y a gentes que hayan dedicado mucho tiempo de sus vidas a meditarlo. En mis contactos con constitucionalistas he podido sacar algunas conclusiones y realizo, a continuación, un resumen esquemático.
Luis Cazorla reconoce que "la Constitución de 1978 está envejeciendo mal; tras cuarenta y seis años está anticuada, como no podía ser de otra manera". Asistió también a aquel acto en el que Felipe González habló de la necesaria "digitalización" de nuestra norma fundamental, y considera que esta es "la cuestión sustancial". Entre otras cosas, porque habría que ampliar la parte de los derechos de los españoles, incluyendo el de la privacidad frente a los asaltos de las grandes empresas tecnológicas.
Actualizar la Constitución en todos los sentidos precisaría la reforma, supresión o creación de unos cuarenta artículos, "tocando" al menos tres Títulos, fundamentalmente el VIII dedicado a las autonomías, pero también otros. Coincido con Cazorla en que la actual situación coloca al Estado autonómico como un "semi-Estado federal", con casi todos los inconvenientes y casi ninguna de las ventajas. Quizá la federalización de la nación sea conveniente, pero es algo que hay que hacer estudiando mucho cómo quedará, finalmente, la territorialización del país.
Es necesario, dice Cazorla, deslindar de manera clara las competencias del Estado y las de las Comunidades Autónomas, incluyendo "quizá alguna excepción", en referencia a un trato especial para Cataluña, País Vasco y Navarra, aún sujeta increíblemente a una disposición constitucional transitoria, la Cuarta, difícil de justificar a estas alturas, casi medio siglo después de redactada la norma fundamental.
Otros de los Títulos a abordar, según una mayoría de las opiniones, se refieren al funcionamiento de los partidos políticos, a una reforma a fondo de la normativa electoral —con el desbloqueo de las candidaturas— que garantice la gobernabilidad del país, en aquello en lo que la reglamentación de las elecciones está constitucionalizada. La reforma también habría de afectar a las Cortes Generales (cambios profundos en los reglamentos del Congreso y el Senado), para consolidar el Parlamento como el arquitrabe de la democracia.
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Una mayoría de los especialistas —e incluyo a alguno, que no puedo citar, bien cercano al Gobierno y a la Moncloa— piensa que una ambiciosa reforma habrá de producirse, tarde o temprano. En la ceremonia del 46.o aniversario en el Congreso de los Diputados, algún "veterano", como Juan Van-Halen, un poeta que fue presidente de la Asamblea de Madrid con el Partido Popular y senador en las Cortes Generales, llegó a preguntarme si yo creía que la Constitución, en su forma actual, llegará a cumplir su cincuenta aniversario. "Claro que sí, siempre y cuando no se tarden catorce años cada vez que se tenga que producir alguna mínima reforma", le respondí, aludiendo a la del artículo 49, en la que la mera sustitución del término "disminuidos físicos" por "discapacitados", en la que todos estaban de acuerdo, necesitó década y media para poder llevarse efectivamente a cabo.
Sospecho que la antes citada oscilación del péndulo hacia el sentido común hará que las fuerzas políticas mayoritarias vayan preparando la "era de Leonor" pavimentándola con todas las reformas legales (y morales) que esta época, tan agitada, de grandes cambios y de Cambio, hace imprescindibles. Con una legislación que defienda suficientemente al Estado, no como ahora.
Como me dijo, poco antes de morir, Aldo Olcese, autor de
La reforma de las constituciones que rigen los países no es sino una de las formas de encarar el futuro en la "era de Leonor". Las claves para afrontar las dos próximas décadas van mucho más allá de determinadas reformas constitucionales o educativas.
Algunos de los mayores retosLos grandes retos se centran en reconducir las redes sociales; entender que la desigualdad ha de ser atenuada como primer paso antes de ser frenada; el derecho a la desconexión digital; incluir entre los derechos humanos, tan incumplidos, el de que nadie pueda espiar nuestra mente; una gobernanza global para la Inteligencia Artificial; constitucionalizar y garantizar el derecho universal a la vivienda; entender que el mundo ya no significa la prevalencia de Occidente... Y hacer prevalecer lo que podríamos llamar "el estado universal del sentido común", que hoy parece por completo perdido, en las decisiones de unos gobernantes a los que los ciudadanos deberían seleccionar acaso con criterios más... ¿rigurosos?
La era de la Inteligencia Artificial ya ha comenzado en todo su esplendor y, de momento, hablamos más de sus riesgos que de sus posibilidades, y ese quizá sea el primer y mayor error de los modernos filósofos que nos hablan del fin del mundo. De Judith Butler, que ha revolucionado las ideas tradicionales de género, a Thomas Piketty, el hombre que nos lleva a nuevos conceptos del capitalismo, se está produciendo una auténtica revolución en el pensamiento, más obligada por los avances tecnológicos, que dictan una nueva filosofía, que por un afán de progreso.
La 'generación Zeta' poco se inspirará en nombres que hoy alteran lo que podríamos llamar un "pensamiento tranquilizador". Ellos, algunos tan citados en este libro, como Yuval Noah Harari, Jünger Habermas, Byung-Chul Han, Slavoj Žižek o Jamie Bartlett, son quienes pavimentan todo un estado de ánimo filosófico en una «tesis del pesimismo extremo». Es el estado de ánimo del primer cuarto del siglo XXI, el de los no tan felices «años veinte». Los «años treinta» y «los cuarenta» serán, sospecho, muy diferentes, porque habremos superado todos los balbuceos y buena parte de las incertidumbres actuales.
La era de la IA ha comenzado en todo su esplendor y hablamos más de sus riesgos que de sus posibilidades
La 'generación Zeta' convivirá con cierta normalidad con la robotización, entenderá que a la máquina la ganamos los humanos y que es falso que, como dice Ricardo de Querol, "la próxima frontera de la soledad será sentirse incomprendido también por los robots", y que la inteligencia humana no se debilitará, sino lo contrario, por el avance de la Inteligencia Artificial, aún la gran desconocida.
Déjeme expresar mi confianza en esta 'generación Zeta'; básicamente porque será la superviviente de los boomers, ya de vuelta de todo, de los 'X', que ahora gestionan un statu quo que corresponde al pasado, y de los millennials, que ahora se adentran en la cuarentena, encargados de encarar los albores del inicio del Gran Cambio que ya ha llegado, aunque aún no les toque asentarlo del todo. Ellos, 'zetas' y millennials, son, como decía en la dedicatoria, los destinatarios de este libro.
El Confidencial