Batallas Navales IV: 'Sammy B' y el desembarco de MacArthur en Filipinas
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Con sus apenas 100 metros de eslora y sus 12 de manga, el destructor USS. Samuel B. Roberts, ‘Sammy B’, como lo apodaba su tripulación de tan sólo 224 hombres, era relativamente pequeño incluso para los habituales tifones del Mar de Filipinas. En realidad, más que un destructor propiamente hablando era un “escolta” de la clase John C. Butler al que una tormenta totalmente inesperada casi se lo había tragado antes de llegar a la isla de Samar, cerca del estrecho de San Bernardino.
Tres días en los que el barco “se había escorado tan bruscamente –hasta cincuenta y nueve grados en el inclinómetro– que, en intervalos aterradores, era más fácil caminar sobre los mamparos que separan los camarotes que mantenerse en pie sobre la cubierta”. Había sido tan terrible para la tripulación, que cuando el marinero de segunda clase George Bray, comenzó a ver rayos y escuchar un estruendo en la oscuridad unos días después, temió que fuera a alcanzarles otro terrorífico tifón. Desde su posición pudo distinguir a Robert Copeland y gritó hacia arriba:
—¡Eh capitán, mire esa tormenta! —Eso no es una tormenta, hijo —dijo Copeland—. Es una batalla. La estamos oyendo por la radio aquí dentro.
El capitán de corbeta Robert ‘Bob’ Copeland, al mando del Sammy B, había salido del puente de mando para respirar un poco de aire fresco, según los fragmentos de memorias, diarios y cartas que recoge James D. Hornfischer en The last stand of the tin can soldiers; una crónica de la increíble historia de la pequeña flotilla Task Force 77.4, en el contexto de la gigantesca operación naval que supuso el desembarco y batalla del Golfo de Leyte: el mayor combate de toda la historia en el mar librado por la armada de EEUU y la de Japón durante el 24 y el 25 de octubre de 1945.
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A George Bray le preocupaba casi más el Tifón que los buques japoneses durante su guardia nocturna, debido al papel secundario que tenía en la operación la Task Forcer de la 7º Flota apodada Taffy 3. Mientras, en el puente de mando, Bob Copeland, seguía con atención lo que ocurría después de que los operarios de cifra fueran descodificando los mensajes de radio que llegaban desde el estrecho de Surigao a unos 220 km, justo en el extremo contrario en el que se encontraban ellos y en donde se libraba en ese momento la gran batalla entre la flota de EEUU y la japonesa.
El Sammy B estaba relativamente seguro con el resto de la Taffy 3 en el estrecho de San Bernardino, nombrado así por la expedición de Ruy López de Villalobos durante las primeras exploraciones del archipiélago en el siglo XVI. Era así porque para su labor de apoyo para el desembarco terrestre de MacArthur estaban respaldados por la poderosa 3ª Flota del Almirante William F. Hasley, que contaba con grandes acorazados y cruceros, además de portaaviones de primera clase que les duplicaban y hasta triplicaban en tamaño, armamento y blindaje.
Durante la noche, a George Bray le preocupaba casi más el Tifón que los buques japoneses
En comparación, la Taffy 3, era apenas una flotilla formada por tres destructores y cuatro de escolta, además de seis portaaviones también de escolta y sin armamento ofensivo más allá de sus aviones. Era el elemento más pequeño de la fuerza naval de EEUU desplegado en Leyte. Pero si los 100 metros de eslora y 12 de manga del Sammy B o los 115 y 14 del destructor USS Johnston habían parecido pocos para capear el tifón unos días antes de llegar a Leyte, menos aún iba a resultar su blindaje y su armamento, cuando unas horas después apareciera la flota del almirante Kurita compuesta por cuatro acorazados –entre ellos el gigante Yamato–, seis cruceros acorazados y dos ligeros.
Y después de la batalla, a los supervivientes aún les quedaría defenderse de los tiburones, subidos de cualquier manera a las maltrechas lanchas salvavidas o directamente desde la superficie del mar. Una historia similar a la que narra el capitán Quint en Tiburón (1977) sobre el hundimiento del USS Indianápolis ocurrido después en el mismo mar de Filipinas.
Nadie esperaba al almirante Kurita en el amanecer del 25 de octubre, apenas unas horas después de que la 7º hubiera aniquilado a la otra flota japonesa en el estrecho de Surigao, empleando la maniobra de ‘Cruzar la T’ que había iniciado precisamente el almirante japonés Tōgō en la Batalla de Tsushima de 1905. Así, cuando la flotilla Taffy 3 descubrió en el radar la gran escuadra enemiga que se avalanzaba sobre ellos y miraron atrás, resultó que la gran 3ª flota del almirante William F. Hasley no estaba ahí.
En torno a las siete de la mañana el capitán de corbeta Bob Copeland se dirigió entonces a su tripulación: "Una gran flota japonesa ha sido localizada. Está a quince millas de distancia y se dirige en nuestra dirección. Se cree que cuenta con cuatro acorazados, ocho cruceros y varios destructores. Esta será una lucha contra fuerzas abrumadoramente superiores, de la cual no se puede esperar sobrevivir. Haremos el mayor daño que podamos".
Y en el USS Johnston, el capitán Edward Evans se decidió también a atacar con todo pese a la enorme inferioridad: “¡Todo el personal a sus puestos de combate! Prepárense para atacar a la mayor parte de la flota japonesa. ¡A toda máquina! Comiencen a lanzar cortina de humo y prepárense para ataque con torpedos.¡Timón completamente a babor!”.
En una era de grandes acorazados y cruceros, de portaaviones y submarinos, el sacrificio de los destructores como el pequeño Sammy B o el USS Johnston fueron cruciales para detener a la armada japonesa del almirante Takeo Kurita, que increíblemente consiguió coger por sorpresa a la inmensa escuadra estadounidense desplegada en torno a la isla de Leyte, en el enjambre de las islas Bisayas filipinas. El pequeño grupo de destructores se tendría que sacrificar frente a los super buques japoneses.
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Antes del definitivo enfrentamiento surgieron algunas dudas en el mando estadounidense, ¿era necesario desembarcar en el archipiélago filipino? ¿Podía haber saltado la flota directamente a Formosa como último obstáculo del Pacífico para ganar la guerra? Conocida ahora como la Batalla del Golfo de Leyte, en su momento se denominó como la Batalla de Filipinas 24-26 de octubre de 1944, aunque como apunta H. P. Wilmott en
El escenario elegido para librar el enfrentamiento decisivo en el mar tuvo otra guerra en los despachos del Estado Mayor de EEUU: la del almirante Chester Nimitz contra el general Douglas MacArthur. El primero estaba al mando de la Flota del Pacífico y el segundo de la del área del Pacífico Sudoeste. MacArthur, abogaba por recuperar el territorio que había perdido amargamente entre abril y mayo de 1942 después de seis meses de resistencia en la Península de Batán y la Isla de Corregidor en la misma bahía de Manila. En el estado mayor de Chester Nimitz consideraban en cambio que la mejor forma de acabar definitivamente con Japón era la de puentear las Filipinas y seguir hacia Formosa –la actual Taiwán–.
El propio almirante William F. Halsey favoreció la opción de Filipinas cuando Nimitz le nombró jefe del Pacífico Sur y sugirió además adelantar la fecha. La idea contó con el respaldo de MacArthur, que anotó en sus memorias: “Se me solicitaron opiniones sobre la propuesta de cambiar la fecha de la invasión de Leyte, y envié por cable mi aprobación a la propuesta de Halsey. Así, dentro de los noventa minutos posteriores a que se consultara a Quebec sobre el cambio de planes, obtuvimos permiso para adelantar la fecha de nuestra invasión de Leyte en dos meses”, –Douglas MacArthur,
El propio almirante William F. Halsey favoreció la opción de Filipinas cuando Nimitz le nombró jefe del Pacífico Sur y sugirió adelantar la fecha
Sin embargo, el rol de ‘Bull’ Halsey no se limitó a jugar un papel clave en la secuencia de eventos que llevaría a los estadounidenses de regreso a Filipinas. Poco más de un mes después de atreverse a proponer un cambio importante en la estrategia del Pacífico, se vería envuelto en la gigantesca batalla y en una de las controversias navales más grandes de la historia. Halsey no estaría en su puesto para defender con sus grandes buques de la 3ª flota bajo su comando el estrecho de San Bernardino, porque una parte del plan de la Armada Imperial Japonesa se cumplió a consecuencia de su errónea decisión.
Aunque en Tokio sabían que iban a perder la guerra ya en el verano de 1944, se habían preparado una serie de planes denominados Sho-Go –victoria en japonés– a modo de contraataque y cuyo valor estratégico residía en ocasionar tantas pérdidas a EEUU que se pudiera forzar una negociación. Se basaba en una audaz idea de movilización de prácticamente todos los recursos navales y aéreos disponibles para cada uno de los escenarios posibles de desembarco de las tropas de EEUU. Sho-Go 1, era el escenario de Filipinas, el que los propios japoneses consideraban el más probable, Sho-Go 2, un ataque sobre las islas Ryuku y Formosa, Sho-Go 3 Japón y el Sho-Go 4, Hokkaido y las Curiles.
Cuando Franklin D. Roosevelt se decidió por el desembarco en la isla de Leyte, el desarrollo táctico del plan Sho-Go 1 se basó en dos elementos: una maniobra de pinza de dos flotas japonesas sobre la 7º estadounidense, desde los estrechos de Surigao y San Bernardino y otra de distracción que apartara a la 3ª flota de Hasley, –que protegía San Bernardino–, y en donde se encontraba la Taffy 3. Lo más importante es que la cabeza de playa que había ganado el general MacArthur tras desembarcar en Leyte el día 20 haciendo valer su promesa “I shall return!” –¡Volveré!–, y posar para la foto con el agua por las rodillas, quedaría totalmente desprotegida y con ella el desembarco.
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El plan japonés, que suponía jugárselo todo a una carta, hacía uso de prácticamente toda su fuerza naval y dependía de esa maniobra y del señuelo de la flota del norte, compuesta principalmente por portaaviones, para poder deshacer la enorme superioridad de EEUU.
En la noche del 25 de octubre se ejecutó la operación y mientras en Surigao los japoneses eran destruidos, Halsey ordenó a la 3ª Flota poner rumbo al norte para atacar los portaaviones ideados como señuelo por los japoneses, dejando en ese instante desprotegido el estrecho de San Bernardino.
Su movimiento permitió a la poderosa flota de Takeo Kurita, que contaba con acorazados como el Yamato, emerger por sorpresa y atacar al grupo Taffy 3, conformado por portaaviones de escolta y destructores ligeros de la 7ª flota: “La coordinación era difícil porque la Séptima Flota respondía a MacArthur, y la Tercera Flota a Nimitz”, cuentaThomas J Cutler en The Battle of Leyte Gulf, 23-26 october 1944.
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Halsey pensó que los daños causados por un ataque aéreo el día anterior a la flota de Kurita habían deshecho la fuerza que avanzaría sobre San Bernardino y haciendo bueno su apodo de ‘Bull’ entró como un toro al trapo persiguiendo a los portaaviones japoneses. Antes, envió a Thomas C. Kinkaid, jefe de la 7ª flota en Surigao el mensaje más controvertido de la guerra del Pacífico: “Los informes de ataque indican que la fuerza enemiga [la fuerza de Kurita] ha sido gravemente dañada. Me dirijo al norte con tres grupos para atacar a la fuerza de portaaviones enemiga al amanecer”. Según analizó el historiador Thomas J. Cutler, Kinkaid dedujo que si Halsey partía con “tres grupos” y no “con todos” es que había un cuarto grupo, y por tanto, no tuvo en cuenta tampoco que el Taffy 3 se quedaba abandonado a su suerte.
A las 6:59, cargados con proyectiles diseñados para penetrar blindajes pesados, los poderosos cañones de 18,1 pulgadas del acorazado Yamato giraron a estribor y abrieron fuego contra Taffy 3 a una distancia de casi veinte millas. Un minuto después, Kurita emitió una orden general de ataque a toda la flota.
El Yamato sigue siendo el mayor acorazado que haya existido nunca, pero no menos poderosos eran el Kongo o el Nagato, frente a tres destructores y cuatro escoltas cuyo casco se partía por la mitad con los proyectiles nipones sin que ni siquiera estos explotaran. La mayor fuerza con la que contaba el Taffy 3 era la aviación de sus portaaviones de escolta, y su determinación de presentar batalla y sacrificarse hasta el último buque para intentar confundir de alguna forma a Kurita.
La mayor fuerza con la que contaba el 'Taffy 3' era la aviación de sus portaaviones de escolta, y su determinación de presentar batalla y sacrificarse
Los destructores apenas tenían artillería que pudiera hacer mella a los buques japoneses, pero su feroz ataque y la confusión que crearon con las bombas de humo, convirtieron el estrecho en un caos, consiguiendo alguna ventaja antes de que los aviones de los portaaviones escolta pudieran entrar en combate. Sin embargo, no era una aviación preparada para el ataque naval, sino como fuerza de apoyo para las operaciones de tierra del general MacArthur. Aún así, lograrían hundir tres cruceros pesados japoneses.
Durante dos horas, los pequeños destructores del Taffy 3 hicieron todo el ruido que pudieron para retrasar el avance japonés, hasta el punto de que el almirante Kurita en un inexplicable error, solo equiparable al de William Hasley unas horas antes, decidió retirarse cuando la pequeña flotilla estaba prácticamente aniquilada.
El Sammy B, el Johnston y el Hoel fueron hundidos, mientras que los otros tres destructores escolta y el Heerman, seriamente dañados, sobrevivieron milagrosamente al tiempo que los japoneses concentraban el fuego sobre los portaaviones, hundiendo a dos antes de retirarse. El sacrificio de Taffy 3 resultaría absolutamente crucial para asegurar el desembarco.
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El Sammy B perdió 90 hombres de una tripulación de 224, el Johnston tuvo 186 de unos 327, y el Hoel 253 hombres de 329 mientras que los portaaviones hundidos El Gambier Bay y el St. Lo registraron centenas de muertos y desaparecidos. El marinero de segunda George Bray y el capitán Robert ‘Bob’ Copeland sobrevivieron al hundimiento del pequeño destructor Sammy B, Ernst Evans se fue al fondo en cambio con el USS Johnston.
Subidos a sendas lanchas salvavidas junto a otros supervivientes de la batalla, Bray y Copeland aún tuvieron que esquivar otro ataque más, el de los tiburones del mar de Filipinas. Relucientes en el mar bañados por una mezcla densa de combustible diesel y sangre, muchos murieron por las heridas y otros por los ataques de los tiburones, pero la armada japonesa ya no sería una amenaza.
El Confidencial