Cómo hacerse 'magufo': estos son los cuatro mecanismos para volverse conspiranoico
%3Aformat(jpg)%3Aquality(99)%3Awatermark(f.elconfidencial.com%2Ffile%2Fbae%2Feea%2Ffde%2Fbaeeeafde1b3229287b0c008f7602058.png%2C0%2C275%2C1)%2Ff.elconfidencial.com%2Foriginal%2F478%2F7a9%2F7bc%2F4787a97bcda1b896acae2bc8c76f9dcb.jpg&w=1280&q=100)
Cuando el segundo avión impactó contra las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001, millones de personas contemplaban horrorizadas en directo por televisión cómo se producía la tragedia. Entre ellas, se encontraba Brad, un joven de veintipocos años que vivía en Nueva Zelanda. Incapaz de dormir, bajó al salón dando tumbos, puso las noticias y se quedó tan impresionado con lo que vio en la pantalla que se preguntó si no seguiría aún inmerso en alguna pesadilla. En los días y semanas siguientes, fue incapaz de dejar de pensar en lo que había visto: unas figuras minúsculas tirándose de los edificios en llamas, personas cubiertas de polvo y ceniza que corrían por las calles de Manhattan, familiares desesperados en busca de información sobre sus seres queridos desparecidos. Reproducía en su mente aquel momento del impacto de los aviones: el estallido de la bola de fuego contra el cielo despejado de la mañana y el escalofriante derrumbe de la torre a cámara lenta. Era un hombre sensible y reflexivo al que le costaba encontrar el sentido de aquel suceso que para él estaba siendo emocionalmente devastador.
Unos años después, la preocupación de Brad por el 11 de septiembre no había remitido cuando viajó a Estados Unidos por trabajo. Fueron muchos los meses que pasó en un país desconocido y sin su red habitual de apoyo de familiares y amigos, con tiempo de sobra para leer y pensar. En un momento dado, se topó con un par de documentales sobre la tragedia que cuestionaban la versión oficial y aportaban unas explicaciones alternativas de los sucesos, mostrándole un atisbo de otra posibilidad. Así, buscó más información y la compartió con todo aquel dispuesto a escucharlo. No solo encontró más teorías sobre los atentados de las Torres Gemelas, sino que su exploración lo llevó hasta el trabajo de David Icke, exfutbolista británico reconvertido en personaje de las redes sociales entre cuyas numerosas afirmaciones se encuentra la idea de que la Tierra ha sido tomada por una siniestra raza de reptilianos. Brad no tardó en abrazar aquella creencia, además de diversas teorías sobre los ovnis, los extraterrestres, etcétera. Hoy, muchos años después, su pensamiento se basa en que el mundo está gobernado por un conciliábulo diabólico de pedófilos y que los atentados del 11 de septiembre fueron obra del Gobierno estadounidense.
Aparte de trabajar como agente inmobiliario y pasar el tiempo con su mujer y sus dos hijos, Brad dedica todas las demás horas del día a investigar y a ilustrar a los demás sobre lo que está sucediendo realmente en el mundo. En el transcurso de las dos últimas décadas, ha descendido un buen trecho hacia las profundidades del embudo de la convicción infundada. Ahora, tiene un grupo de amigos nuevos a los que ha conocido a través de sus exploraciones en internet y ha perdido el contacto con muchas de las personas a las que antes estaba muy unido.
El embudo de la convicción infundada es un fenómeno complejo y asombroso. Una persona parte con un conjunto de opiniones y creencias, entra en el embudo y sale con otro conjunto nuevo de opiniones y creencias. Sus familiares y amigos suelen contemplarlo con desconcierto, incapaces de imaginar cómo es posible que alguien a quien creían conocer tan bien haya sufrido semejante cambio.
Los fundamentos del embudoEn mi opinión, el embudo de la convicción infundada se divide en elementos emocionales, cognitivos, personales y sociales. Vamos a utilizar el término elementos porque implica una multiplicidad de componentes básicos, cada uno de los cuales influye en la estructura.
Por supuesto, la distinción entre cada elemento es imperfecta y el proceso no es lineal; no es como si dijéramos A + B + C + D = un convencido. No se trata de cuatro etapas diferenciadas en un proceso, aunque algunos elementos desempeñan una función más prominente en el inicio del embudo y otros cobran importancia más tarde. Tampoco me estoy refiriendo a un proceso determinista: podríamos combinar todos los elementos que estoy a punto de describir sin que eso nos garantizara que alguien se vaya a convertir en uno de estos convencidos. No obstante, sí que lo hace más probable.
Nuestra exploración comienza con los elementos emocionales y nos centramos en el estrés porque se trata de la condición que sienta las bases. Terminará con los elementos sociales, pues en muchos sentidos son los que dictan sentencia. Al examinar cada elemento, observaremos su papel en las primeras etapas y en las posteriores del descenso por el embudo.
Esto resulta relevante cuando pensamos en cómo llegar hasta alguien atrapado por estas creencias irracionales. Si, por ejemplo, vemos que los elementos emocionales, como el estrés y el miedo, predominan en la experiencia por la que está pasando, es probable que apenas acabe de comenzar su recorrido, por lo que habrá múltiples formas de llegar hasta esta persona y ralentizar su caída o incluso revertirla. No obstante, si lo que predomina son los elementos sociales, como el deseo de de- mostrar lo que vale o de lograr un estatus entre sus nuevos grupos sociales de convencidos, es probable que esta persona haya descendido mucho ya por el embudo. Liberar a alguien en esta etapa es mucho más difícil, aunque no imposible, porque se encuentra muy afianzado socialmente en círculos de convencidos y distanciado ya de gran parte de sus antiguos entornos de apoyo.
Dicho esto, es importante recordar que los elementos emocionales, cognitivos, personales y sociales actúan durante todo el proceso. Imagínate cuatro líquidos de colores diferentes que descienden por un embudo en un remolino y, de vez en cuando, se mezclan unos con otros: así te haces una idea de cómo interactúan esos elementos. Profundizaremos en cada uno de ellos a lo largo del libro: he hecho una división en cuatro partes para crear unos descansos, ya que cada una contiene mucha información. Te sugiero que hagas entonces una pausa y te tomes tu tiempo para reflexionar sobre cada parte y digerirla antes de pasar a la siguiente. Piensa en cómo alude a la gente a la que conoces y, tal vez, a ti también. Para empezar, aquí tienes una breve visión general.
Sobre el autor y el libro
Dan Ariely estudió Física y Matemáticas en la Universidad de Tel-Aviv, y posteriormente Filosofía. E Estados Unidos obtuvo un máster en Psicología Cognitiva en la Universidad de Carolina del Norte, y se doctoró en Negocios en la Universidad de Duke, en la que posteriormente ha sido profesor de Economía de la Conducta. Es jefe del grupo de investigación eRationality en el Media Lab del Instituto Tecnológico de Massachussets. Publica en numerosas revistas académicas y en periódicos como The New York Times, The Wall Street Journal, The New Yorker y Scientific American e interviene en programas de radio y televisión en National Public Radio, CNN y CNBC. En La espiral de la razón (Ariel) desentraña e ilumina los engranajes racionales que nos llevan a convencernos de fenómenos irracionales.
Los elementos emocionales: el ser humano es una criatura emocional y, como han mostrado las ciencias sociales en repetidas ocasiones, las emociones tienden a preceder a las creencias y suelen ser el principal impulso de nuestros actos. Tal y como ha argumentado Jonathan Haidt de manera tan convincente, "primero, viene la intuición; después, el razonamiento estratégico". Dicho de otro modo, comenzamos con una respuesta emocional intensa y, luego, se nos ocurre su explicación cognitiva. En el embudo de la convicción infundada, los elementos emocionales se centran en el estrés y la necesidad de gestionarlo, estableciendo las condiciones necesarias para que los demás elementos entren en acción.
Los elementos cognitivos: la mente humana tiene una capacidad tremenda para el raciocinio, pero eso no significa que siempre sea racional. Cuando estamos motivados en un sentido u otro, se activa el sesgo de confirmación, que nos mueve en busca de información que sacie esa necesidad con independencia de su precisión. Entonces, la historia se vuelve más compleja: elaboramos relatos para llegar a las conclusiones a las que deseamos llegar, y no es solo nuestra manera de pensarla que nos adentra más en el embudo, sino que es nuestra forma de entender nuestro pensamiento la que nos causa problemas cuando nos separamos de la realidad.
Los elementos personales: no todos los seres humanos tienen la misma predisposición a las convicciones infundadas. Las diferencias individuales desempeñan un papel fundamental en el proceso por medio del cual ciertas personas descienden por el embudo, mientras que hay otras que no lo hacen. Resulta que hay ciertas personalidades más susceptibles que otras: quienes muestran ciertos rasgos tienen una mayor propensión a creer falsos relatos sobre el mundo y, aunque ninguna de estas características de la personalidad sea una garantía de que alguien se vaya a convertir en un convencido, cada uno de estos rasgos aumenta las probabilidades de que esto suceda.
Los elementos sociales: las convicciones infundadas no surgen de la nada ni tampoco se mantienen en ella. Hay unas fuerzas sociales muy potentes que atraen a la gente hacia un cambio de opinión, la llevan por determinadas sendas, la mantienen entre sus compañeros convencidos e incluso aceleran la radicalización de esas creencias. La sensación de pertenencia, de formar parte de una comunidad, es un atractivo poderoso y es particularmente importante en casos en que la gente se siente desconectada o excluida de la sociedad convencional en una suerte de ostracismo. Esto se da sobre todo cuando ese aislamiento procede de sus antiguos círculos de familiares y amigos, una situación demasiado común entre los convencidos. Las redes sociales promueven las burbujas informativas a la vez que los likes y las respuestas de los demás fomentan la sensación de ser un miembro activo de la comunidad. En el embudo de la convicción infundada, los elementos sociales son los componentes que dictan sentencia y hacen que sea dificilísimo escapar.
Este libro aborda el proceso psicológico del descenso por el embudo de la convicción infundada principalmente como un trayecto personal que inicia el individuo, ya sea de forma voluntaria o involuntaria, empujado por unas fuerzas tanto internas como externas; ahora bien, si damos un paso atrás y examinamos este trayecto desde la perspectiva de la sociedad en general, veremos un cuadro distinto y más preocupante. El recorrido individual de ese descenso es el reflejo de un recorrido social hacia la desconfianza. Da igual dónde se sitúe uno en el espectro político y da igual en qué lugar del mundo se encuentre (con la excepción de Escandinavia, quizá): es difícil escapar del modo en que está menguando el nivel de confianza de nuestra sociedad, con unas consecuencias alarmantes.
Observar el proceso de la convicción infundada a través de la lente de la confianza arroja mucha luz sobre el hecho de que la gente caiga cada vez más en creencias irracionales nucleares (por ejemplo, que las elecciones presidenciales estadounidenses de 2020 estuvieron amañadas o que el asesinato de JFK fue un complot de la CIA). También nos ayuda a entender por qué las creencias irracionales atraen otras ideas falsas, incluso algunas que no parecen tener ninguna relación. ¿Por qué motivo es probable que quienes profesan una convicción infundada adopten otras? ¡Por desconfianza! La acumulación de creencias falsas cobra sentido cuando nos percatamos de que las convicciones infundadas se sustentan en la pérdida de confianza. Cuando empezamos a desconfiar de una institución, se vuelve más sencillo que desconfiemos de otra. Es más, podemos asumir rápidamente que es posible que todas las instituciones sean iguales: corruptas, codiciosas y malévolas. Si las compañías farmacéuticas tratan de hacernos enfermar más o incluso matarnos, ¿qué nos dice eso acerca de los Gobiernos que las regulan? Tal vez estén todos conchabados, se suele pensar. Y, si los Gobiernos miran hacia otro lado para no ver lo que están haciendo las farmacéuticas, quizá sean también capaces de cometer ellos sus propias maldades. ¿Tan descabellado es pensar que montarían un ataque contra sus propios ciudadanos con tal de justificar la guerra de Irak? ¿No es acaso concebible que un Gobierno belicista que deseara que el conflicto de Vietnam escalara fuese responsable del asesinato del presidente Kennedy? De este modo, A lleva a B, que lleva a C, y las teorías conspirativas del covid llevan a las teorías conspirativas del 11 de septiembre, que llevan a las teorías conspirativas sobre JFK. El hilo conductor es la desconfianza.
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ff1f%2Fadb%2F36a%2Ff1fadb36a17ea16cf2593afffbc7ca12.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2Ff1f%2Fadb%2F36a%2Ff1fadb36a17ea16cf2593afffbc7ca12.jpg)
La desconfianza engendra desconfianza, y este es en parte el motivo de que la red de desinformación tenga tantos puntos de conexión sorprendentes. En el extremo final del embudo, nos encontramos el universo paralelo de QAnon, que teje múltiples hilos de convicciones infundadas en un solo tapiz. La gente llega a esta teoría desde ambos lados del espectro político y encuentra el punto en común de la desconfianza ante prácticamente todo: los Gobiernos, los profesionales de la medicina, las organizaciones sin ánimo de lucro, los medios de comunicación y las élites.
Aunque la historia de la desinformación y el embudo de la convicción infundada es solo una perspectiva acerca del modo en que la desconfianza está erosionando nuestra sociedad, es un tema central en esta historia tan trágica. Es un problema que tenemos que entender y tratar de resolver si queremos restaurar la confianza de la sociedad.
El Confidencial