Cuando las informaciones de El Confidencial desencadenaron una crisis gubernamental
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El periodismo no solo cuenta la historia, también la construye. En plena era de la desinformación, Fernando Belzunce, director editorial de Vocento, compone en 'Periodistas en tiempos de oscuridad' (Ariel) una obra coral que retrata un oficio en crisis y los ataques a la libertad de prensa. A través de más de cien testimonios de periodistas de todo el mundo —Premios Nobel, Pulitzer, reporteros de guerra, exiliados, verificadores, cronistas, jóvenes promesas y referentes internacionales— el autor construye un relato que evidencia no solo la vulnerabilidad, sino también la importancia de este trabajo en la defensa de la verdad y la democracia. El resultado es un conjunto de voces -que incluyen las de la bielorusa Svetlana Alexiévih, el estadounidense Martin Baron, el niacaraguense Sergio Ramírez, la británica Carole Cadwalladr, la brasileña Patricia Campos Mello o el paquistaní Zaffar Abbas- que se entrelazan para ofrecer testimonio de lo vivido en las redacciones, los campos de batalla, los centros de poder y las periferias ignoradas, y así dar forma a un ensayo inolvidable que atraviesa la historia reciente del periodismo y de la geopolítica.
Desde la represión en Birmania y el exilio en Costa Rica hasta las redacciones amenazadas por el terrorismo en España o los despachos de las grandes cabeceras del mundo, este libro pone el foco en quienes luchan por contar la verdad en una época marcada por el mayor ataque global contra la democracia.
A continuación, publicamos el texto escrito por el director de El Confidencial, Nacho Cardero, uno de los cien que recoge el libro 'Periodistas en tiempos de oscuridad'.
Me enteré del mensaje del presidente Sánchez cuando iba en un taxi. Durante el trayecto, estaba mirando el móvil y, de repente, me llegó una notificación de X (Twitter) con el mensaje del presidente del Gobierno, Pedro Sánchez. Lo abrí y me pareció tan sorprendente que no me lo creí. Pensé que era un mensaje falso, que habían hackeado su cuenta o algo así. Es que, vamos a ver... El presidente del Gobierno se tomaba cinco días de reflexión para decidir si continuaba o no en el cargo. Nunca había pasado algo así. Era muy fuerte. No lo podía creer. Nos costó asimilar que pudiera ser verdad.
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Al llegar a la redacción esa misma tarde, organizamos una reunión. Las reacciones fueron de asombro, incluso de desconcierto. Recibí un mensaje de Carlos Alsina: "La que habéis liado, ¿no?", me decía. Efectivamente, a raíz de las informaciones de El Confidencial sobre las actuaciones de la mujer del presidente del Gobierno, se había originado una crisis institucional —en este caso, gubernamental— como jamás hubiéramos imaginado. Se planteaba la posibilidad de que un presidente del Gobierno pudiera presentar su dimisión a raíz de nuestras informaciones.
Nosotros empezamos a publicar informaciones sobre este caso —si no recuerdo mal— en marzo, que es cuando saltó el tema de la trama Koldo a todos los medios. Era una trama que estábamos siguiendo de forma paralela, logramos engarzarla y sacamos las informaciones sobre Begoña Gómez, la mujer del presidente del Gobierno. Lo primero que publicamos fueron las reuniones que Begoña Gómez había mantenido con el consejero delegado de Globalia, una empresa que recibió 475 millones de euros del Gobierno en concepto de rescate financiero tras la pandemia y que había sido financiadora del Africa Center, una iniciativa del Instituto de Empresa que precisamente dirigía Begoña Gómez. Esas informaciones salieron, creo, en marzo. Después publicamos la siguiente investigación en abril: la carta de apoyo de Begoña Gómez al empresario Barrabés para concursar en contratos públicos dependientes del Ministerio de Economía y, después, del Ministerio de Transición Tecnológica. En mayo ya publicamos el tema del máster de la Complutense. Recuerda que ella obtuvo la dirección del máster sin ser siquiera licenciada, lo que no había ocurrido nunca. Esto fue en marzo, abril y mayo: cada mes, una investigación.
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El anuncio del presidente del Gobierno se produjo después de lo de Barrabés, pero no creo que fuera por esa información concreta. Creo que el detonante, la espoleta —estoy casi convencido de ello—, fue la apertura de una causa judicial contra su mujer por el juez Peinado en los juzgados de Plaza de Castilla. El hecho de que, de repente, se hiciera público el caso y pudiera alcanzar una dimensión enorme. Nosotros lo hicimos público también porque, además, yo estaba citado como testigo de esa causa.
Lo primero que se pensaba en la redacción era que, lógicamente, el presidente del Gobierno había reaccionado de forma exagerada a las informaciones. Lo segundo, que si reaccionaba de esa manera era porque realmente algo estaba pasando. Es decir, se veía realmente amenazado. En el fondo, daba mucho más peso a nuestra información: habíamos tocado la parte sistémica del Gobierno. Habían ocurrido muchas cosas antes, y nunca se había reaccionado de esa manera. Esa reacción implicaba que había algo más detrás. Teníamos que seguir investigando porque realmente habíamos tocado la tecla. Era una forma de reafirmar lo que estábamos haciendo. Y, en tercer lugar, la gente se planteaba la posibilidad real —aunque parecía totalmente inverosímil— de que Pedro Sánchez pudiera dejar la Presidencia del Gobierno.
Lógicamente, empezamos a trabajar sobre el tema. Ahí ya no se trataba tanto de avanzar en la investigación —que siempre la llevamos en paralelo—, sino de entender qué estaba ocurriendo en esos cinco días dentro del Gobierno y cuál podría ser el resultado final. Ya sabes que siempre se especuló con que esos días de reflexión fueran un montaje, una forma de lograr que el Gobierno saliera reforzado. Estimo que ocurrió todo lo contrario. Ese tuit de Pedro Sánchez hizo que toda la prensa internacional se hiciera eco de las informaciones de El Confidencial, y se unieron en los titulares internacionales las palabras "Begoña Gómez" y "corrupción". La imagen, tanto de puertas para adentro como de puertas para afuera, fue que el presidente del Gobierno, a través de su mujer, se veía realmente amenazado por las investigaciones que habíamos hecho.
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Es verdad que él nunca se refirió directamente a El Confidencial como pseudomedio ni como máquina del fango. Pero puedes establecer una relación causa-efecto. Es decir, resulta que El Confidencial está sacando informaciones, y él habla de bulos, desinformación y máquina del fango. Puedes entender que se está refiriendo a ti —que es lo que yo entendía—, aunque nunca tuvieron la valentía de poner nombres y apellidos. Si realmente somos máquinas de fango y estamos desinformando, habrá que explicar cuáles son las informaciones a las que se refiere para poder establecer un debate y defendernos. Pero en este caso no se nos mencionó directamente ni se dijo cuáles eran los bulos. Se creó un argumentario que se fue propagando por mensajes de WhatsApp, donde se hablaba de desinformación y de bulos. Fue un argumentario que, desgraciadamente, fue comprado por mucha gente, incluso por algunos colegas de profesión a los que no quiero mencionar. No hubo un pensamiento crítico. ¿A qué se refería como desinformación?
Absolutamente todas las informaciones sobre Begoña Gómez publicadas por El Confidencial venían acompañadas de documentos y pruebas
Si algo tengo claro es que todo lo que hemos ido publicando es de interés general, porque se refiere a fondos públicos. No hay nada más importante que saber adónde van los impuestos, cómo se gestiona tu dinero, los recursos públicos. Además, estaba implicada la esposa del presidente, lo cual ya era relevante por sí mismo. Y, por si fuera poco, estas informaciones eran veraces. Todas —absolutamente todas— venían acompañadas de documentos, pruebas y testimonios. Incluso había evidencias físicas perfectamente contrastables. Por eso yo quería que me mencionaran directamente y que me señalaran qué parte era supuestamente desinformación. Me dolió bastante que muchos compañeros asumieran sin reparos el argumentario del Gobierno, sin ser capaces de explicar a qué medios ni a qué desinformaciones concretas se refería el Ejecutivo.
Desde que comenzamos a publicar, recibimos presiones para que dejáramos de difundir más información al respecto. La campaña de presión duró poco, pero luego se produjo el anuncio del presidente del Gobierno, tras aquellos cinco días de reflexión. Todos estábamos pendientes de si dimitiría o no. Dijo que continuaría como presidente —como muchos esperaban— y anunció, en esa misma intervención, que iba a liderar un plan de regeneración democrática. Y vimos que ese anuncio respondía, en realidad, a una estrategia para controlar el sector mediático y, básicamente, silenciarnos, ¿no? Me pareció gravísimo, porque lo que se estaba promoviendo, en el fondo, era un tipo de censura. Era, desde luego, muy grave.
La mejor ley de prensa es la que no existe. Deben ser los propios medios los que se autorregulen mediante sus distintos códigos éticos
La mejor ley de prensa es la que no existe. Creo que deben ser los propios medios los que se autorregulen y velen, mediante sus distintos códigos éticos y deontológicos, por que la actividad periodística y la labor de sus profesionales estén a la altura del proyecto y de sus lectores. Comprendo también la existencia de una Ley Europea de Medios, porque es cierto que hay intereses ocultos, por parte de potencias extranjeras, para influir y desestabilizar países mediante la desinformación, los bulos, etcétera. Entiendo que esa presión sobre las democracias liberales existe y que Europa corre ciertos riesgos, como quedó demostrado en Estados Unidos con Cambridge Analytica.
Comprendo que haya que hacer algo. No me gusta, pero lo comprendo. Acepto la ley. Sin embargo, el mensaje de Pedro Sánchez se centra en las obligaciones de los medios de comunicación, y muy poco en sus derechos, cuando esta norma está concebida, básicamente, para proteger los derechos de la prensa: para defendernos de las presiones políticas y de las presiones empresariales. Esta ley ha sido utilizada por el Gobierno como excusa para intentar introducir medidas que nada tienen que ver con la normativa europea y que son disposiciones espurias, con una clara intencionalidad política. Se ha convertido en el pretexto para intervenir, de hecho, en los medios de comunicación. Y eso sí que es grave. Si tú haces esto cuando estás en el poder, nadie impedirá que quien venga después lo haga igual de mal o incluso peor. Porque habrás abierto una caja de Pandora para los medios y, sobre todo, para el país.
A raíz de nuestras investigaciones, la publicidad institucional y de las empresas públicas en El Confidencial ha sido prácticamente inexistente
A raíz de nuestras investigaciones, la publicidad institucional y de las empresas públicas en El Confidencial ha sido prácticamente inexistente. No quiero hablar de cantidades —permíteme que sea discreto—, pero sí puedo hablar de porcentajes. De 2022 a 2023, la publicidad de la Administración central y de las empresas públicas dependientes de ella cayó un 50 % respecto al ejercicio anterior, y en este 2024, respecto a 2022, ha caído un 95 %. Es decir, la publicidad de la Administración central es, hoy, inexistente. Lógicamente, nosotros consideramos que esta situación es completamente injusta, porque El Confidencial no ha cambiado nada en este tiempo. Mantenemos nuestras audiencias. Se nos mide —o eso dicen— con criterios distintos que desconocemos. Se emplean argumentos relativos a medios europeos y a la transparencia para encubrir, en realidad, una cacicada como esta.
Soy consciente de que esto también les ocurre a otros medios. No somos los únicos. Muchos compañeros me han contado que atraviesan una tesitura muy parecida. También sabemos que se ha presionado a empresas. Pero muchas nos han apoyado. Y luego están los lectores.
El Confidencial