El cautivo de Amenábar: lo de menos es el mariconeo

Conozco a Alejandro Amenábar desde 1997, cuando fue la nueva sensación del cine español con su primeriza Tesis. Lo entrevisté en la facultad de Ciencias de la Información, que acababa de abandonar tras suspender la asignatura de Realización. Siempre hay profesores despistados. Ya por entonces, Amenábar se negaba a seguir los cánones establecidos. Por cosas de la vida empezamos a compartir amistades y acabamos siendo conocidos. A día de hoy puedo asegurar que somos amigos. Incluso me ha dirigido en el videoclip de Me encanta de Nancys Rubias en el que me convirtió en el Álex glam-rock de La Naranja Mecánica. Aportó a mi grupo una visión conceptual y estética que jamás hubiese imaginado. Y esa interpretación tan personal me encantó. Como me ha encantado su última obra El Cautivo; envuelta en polémica por la homosexualidad de Cervantes que propone (que no impone).
Sin adentrarnos en si a estas alturas de la vida ofende que dos hombre se besen, me atrevo a ir más allá y reconocer que lo que menos me importó de la película fue el mariconeo de Cervantes. No me gustaría que estas líneas se vean como una defensa a ultranza de mi amistad con un señor que, si ha conseguido algo, es demostrar la gran capacidad que tiene de contar una historia brillante como El Cautivo, en la que, además del sexy escarceo del novelista y su raptor, aparecen cuestiones universales como la deslealtad, la traición, la amistad y el instinto de supervivencia. Aquello de «buscarse la vida»... creo que eso es lo que hizo Cervantes para lograr ciertos beneficios durante su secuestro en Argel. Utilizó su arma infalible: narró y transmitió historias que perduraron por siempre.
Eso mismo sabe hacer Amenábar, narrar de forma clásica, con un ritmo sereno y con extras de verdad, no virtuales. Lo clásico siempre fue moderno. Y Amenábar lo es. Déjense de polémicas, por favor. Si después de la lectura de unos documentos encontrados y su investigación, Amenábar decide escribir esta historia (que también bebe de la ficción) ¿quiénes somos los demás para condenar esta tesis? Respetemos. Es lo que más necesitamos en estos tiempos tan raros e intolerantes (en todos los niveles) que estamos viviendo.
No condenemos la libertad de poder escribir un maravilloso cuento por el mero hecho de no seguir el discurso oficial ya instaurado. Que existan nuevas voces y teorías siempre es bueno. Y, luego, que cada cual se quede con lo que más le guste o convenga. Yo me quedo con Amenábar porque lo admiro. Como decía otra amiga mía, Paloma Chamorro: «Yo no tengo la culpa de que todos mis amigos sean genios».
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