El genial descubrimiento en Barichara del Colectivo Mangle y su historia de carpinteros, arte y tierra

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El genial descubrimiento en Barichara del Colectivo Mangle y su historia de carpinteros, arte y tierra

El genial descubrimiento en Barichara del Colectivo Mangle y su historia de carpinteros, arte y tierra
“Hacen copias”, murmuró alguien cuando salió del taller. “¡Copias!”, pensó María Paula, tratando de contener la rabia, “¡copias!, ¿qué les pasa?” Los primeros años del Colectivo Mangle –los esposos María Paula Álvarez y Diego Álvarez; sus hijos son Álvarez Álvarez– fueron una constante batalla contra el escepticismo. Nadie creía que sus muebles de madera llenos de curvas futuristas, ondas que parecían sacadas de un universo de fórmulas físicas y traídas al mundo de los mortales, salieran de un taller de Chapinero. Ellos, por su lado, tampoco se dejaban ganar por la frustración de que no vieran la originalidad de sus piezas y continuaban trabajando en su taller con la convicción de que sus sillas, sus bibliotecas y sus mesas eran especiales.
Lo supieron desde el comienzo.

Diego y María Paula se conocieron en los talleres de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo. Foto:Cortesía Colectivo Mangle

Diego y María Paula se graduaron de la Escuela de Artes y Oficios Santo Domingo en 2006 con un certificado de Aptitud ocupacional en el oficio de la madera. Su proyecto de grado fue una exposición de sus muebles en el centro de Bogotá, “no éramos parte del mundo del arte ni de las galerías; tampoco sabíamos que existía un coleccionismo de muebles de diseño, pero lo hicimos”.

Su dominio de la madera, del material, los llevó de los muebles a las obras de arte. Foto:Cortesía Colectivo Mangle

El talento tiene una particularidad: es tan escaso que se convierte en noticia. El nombre del colectivo Mangle se empezó a regar de voz a voz y varios artistas los contrataron para desarrollar sus propios proyectos; eran los dioses de la madera. Los únicos capaces de doblarla, convertirla en montañas o hacer espirales con ella. Podían convertir en realidad cualquier idea; trabajaron con Natalia Castañeda, con Saúl Sánchez, con Juan Fernando Herrán y con Miler Lagos, entre otros artistas, y desarrollaron varias intervenciones en la Galería Nueveochenta. En una ocasión, cerca de 2010, construyeron un guacal para transportar una obra de Miler Lagos que resultó tan sofisticado –prácticamente una escultura para guardar una escultura– que el galerista de Lagos, el mexicano Enrique Guerrero, quiso conocerlos. Fue a su taller en Chapinero y quedó tan enamorado de sus muebles que les pidió que, para ArtBo, se encargaran del mobiliario del stand. Y fue un éxito: vendió las obras de sus artistas y también vendió todos los muebles.

Sus objetos son un homenaje al trabajo. Foto:Cortesía Colectivo Mangle

Su fama de “buenos carpinteros” se extendió todavía más y un galerista neoyorquino, Alberto Magnan, los animó a dar el siguiente paso: “expongan”, les dijo, “pero no quiero muebles; quiero su obra”. Y en su galería en Chelsea, en 2013, dieron su primer golpe: expusieron varios objetos que se convirtieron en clásicos, cables de madera retorcidos de formas imposibles, martillos con mangos que se doblan como bandas de caucho… los elementos de su taller fueron su inspiración, las piezas que lograron eran, de alguna manera, “la dignificación del oficio”.
Diego y María Paula tienen tres niños y en la pandemia decidieron escapar de Bogotá. Tenían familia en Barichara y les pareció que era el mejor lugar para que tuvieran espacio y aire libre para no tener que vivir encerrados en la cuarentena; trasladaron su taller y se quedaron, y en medio de su trabajo y la vida cotidiana, descubrieron un material con el que no habían trabajado: la tierra.

El Colectivo Mangle sacó del paisaje y la arquitectura de Barichara su nueva obra. Foto:Cortesía Galería SGR

Las casas de Barichara están construidas con tierra. Es el secreto público de su belleza; la tapia pisada está por todas partes, tierra apelmazada al máximo convertida en muros infranqueables, indestructibles y tan antiguos como el propio pueblo y con un conocimiento que viene desde tiempos inmemoriales. “Los maestros saben dónde hay tierra de color más rojo o más claro, se detienen en una curva y sacan bultos de tierra para construir. Hay tierra sangre de toro, tierra rosada…”, tierra, tierra… el material y la misma palabra –tierra–invadieron su cerebro.

Esta obra representa exactamente la medida de tierra que se necesita para cada esfera. Foto:Fernando Gómez Echeverri

Adoptaron el material con el cariño con el que trabajan la madera y su primera ‘obra terrícola’, We Are Here, en la Galería SGR (Carrera 24 no. 77-55), es un verdadero golpe de autoridad. El piso de la galería está cubierto por 20.000 esferas de tierra; hay quitarse los zapatos para recorrer la obra y sentirla; para vivir la rugosidad y las curvas, para gozar un espectacular tejido arquitectónico. “El día de la inauguración”, recuerda Steven Guberek, el director de la galería, “se formó una pila de zapatos en la entrada. Todos querían recorrerla, pisarla, sentirla”.

Hay que vivir experiencia de pisar las 20.000 esferas. Foto:Fernando Gómez Echeverri

En la pared del fondo hay 23 esferas que muestran 11 tonos de la tierra de Barichara, “pero hay más”, dice María Paula. ¿Por qué trabajaron las esferas? La respuesta es tan simple y tan poética como la pieza, ¿por qué más?, “por la Tierra”, dice Diego.
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La obra de la canadiense Hajra Waheed se apoderó de las ruinas coloniales de Fragmentos. Foto:Fernando Gómez Echeverri

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