El olor puede resolver un crimen y llevar a su autor a prisión (este perfumista lo sabe)
%3Aformat(jpg)%3Aquality(99)%3Awatermark(f.elconfidencial.com%2Ffile%2Fbae%2Feea%2Ffde%2Fbaeeeafde1b3229287b0c008f7602058.png%2C0%2C275%2C1)%2Ff.elconfidencial.com%2Foriginal%2F99d%2Ffae%2F5c1%2F99dfae5c178e8c8266c017ef1a07d20b.jpg&w=1280&q=100)
El del olfato es un sentido potentísimo, capaz de resucitar recuerdos y despertar sentimientos. Al fin y al cabo el bulbo olfatorio, una estructura situada en la parte inferior del cerebro, recibe las señales olfativas de la nariz y las envía al sistema límbico, que es justo donde se procesan las emociones y la memoria. “Oler es algo muy primitivo, muy animal, algo arraigado en lo más profundo de nuestro ser. Por eso precisamente nos fascinan los olores”, nos cuenta Paul Richardot, graduado en la École Supérieure du Parfum de París -donde durante cinco años estudió química aplicada a la perfumería-, figura destacada de la industria cosmética francesa y ahora también novelista de éxito.
Fragrancia, su primera novela, ha sido un pelotazo en Francia, acaba de salir a la venta en España de la mano de la editorial Lumen y está en proceso de traducción en otras nueve lenguas. Siguiendo la estela de El Perfume, el famoso libro de Patrick Süskind que se publicó en 1985 y de la que se llevan vendidos la friolera de 153 millones de ejemplares, Fragrancia es un thriller olfativo en el que una empresa permite a sus exclusivos clientes revivir algunos de sus recuerdos más preciados a través de la recreación del aroma que impregnaba esos momentos: el olor a grasa y humedad del garage en el que un anciano hacía de niño manualidades junto a su padre, la fragancia a tiza, madera, zapatos de cuero y tinta del colegio al que iba cada mañana tan contento, el perfume a mar, bronceador y helado de vainilla de la playa de los veranos de su infancia. Algo que cada vez parece más cercano
“Ya existe una tecnología que nos permite encapsular y recrear el perfume de una flor, de una madera o de un mineral”, explica Richardot. El proceso en cuestión se llama headspace y captura las moléculas de un aroma directamente del aire para crear fragancias que repliquen el olor natural de un entorno, objeto o planta. Una vez capturadas las moléculas, se analizan utilizando tecnologías como la cromatografía de gases y la espectrometría de masas, que permiten identificar y separar los compuestos aromáticos presentes en el aire. A través de esos datos, los perfumistas pueden identificar los ingredientes exactos que componen la fragancia y recrearla en un laboratorio.
¿Y si los delitos también tuvieran su olor particular? ¿Y si fuera posible resolver crímenes a través del olfato?
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F044%2F28c%2F326%2F04428c3267270a68299acb5e30a8c8fb.jpg)
:format(jpg)/f.elconfidencial.com%2Foriginal%2F044%2F28c%2F326%2F04428c3267270a68299acb5e30a8c8fb.jpg)
Es otra de las posibilidades que plantea Paul Richardot en su libro. Y no es algo que se pueda descartar como pura ciencia ficción. “Todos tenemos nuestro propio olor corporal, un olor único, diferente al de todos los demás. Ese olor es como nuestra huella digital, es algo que nos define y nos diferencia del resto de personas. En Francia hay desde hace tiempo una división policial que trabaja con la huella olfativa de las personas”, asegura. Esa ciencia se llama odorología, la crearon los rusos en la época soviética (aunque en la década de los 70 la abandonaron por falta de recursos económicos) y son los franceses los que en los últimos años más han apostado por ella como arma para combatir el crimen. “Es una ciencia que en los próximos años va a seguir creciendo”, vaticina Richardot.
Este joven perfumista, fundador de la Maison Violet, destierra sin embargo un mito: el de los perfumes a base de feromonas que, supuestamente, harían irresistible a quien lo llevara. “Los mamíferos producen feromonas, unas sustancias químicas que entre otras cosas son responsables de la atracción sexual. Pero los seres humanos no funcionamos así. En el pasado probablemente sí, pero ya no. Quizás aún seguimos emitiendo feromonas, pero ya no tenemos en el cerebro los receptores para percibirlas, los perdimos con la evolución”, afirma.
Sobre lo que sí que parece existir cierto consenso en el mundo científico es que nos sentimos atraídos por las personas cuyo olor es más distinto al nuestro. “Cuánto más diferentes seamos a nivel de olor, en teoría más nos sentiremos atraídos. El razonamiento detrás de esta idea es que esa diferencia de olores revelaría diferencias genéticas, lo que es bueno para la reproducción”, explica.
Lo que está claro es que los perfumistas son personas con una memoria prodigiosa, capaces de memorizar mentalmente cientos y cientos de olores. “Los buenos perfumistas pueden tener en su cabeza 2.000, 3.000 olores. Y son capaces de mezclarlos y de saber cómo olerá la mezcla. Igual que Beethoven, que a pesar de quedarse sordo era capaz de seguir componiendo porque tenía la música en su cabeza, los perfumistas pueden crear perfumes en su cabeza. De hecho, muchos escriben la fórmula, se la mandan a su asistente y al final la huelen y deciden si deben de hacer algún pequeño ajuste”.
El propio Paul Richardot cuenta en ese sentido una anécdota que vivió en primera persona. ”Un día, siendo asistente, hice un perfume para un perfumista muy conocido, el creador de One Million de Paco Rabanne. Yo no tenía suficiente materia prima de un determinado producto para hacer la fórmula, así que puse unas gotas de esa misma materia prima pero fresca para hacer el perfume que me había pedido. Y él lo notó inmediatamente. Era un perfume que tenía 200 materias primas, y él fue capaz de detectar esas pocas gotas de materia prima fresca. Algunos perfumistas son auténticos gigantes”, destaca Richardot.
El perfumista ya está trabajando en la segunda entrega de Fragrancia, un proyecto que desde el principio concibió en dos partes. En el segundo libro los olores servirán no para despertar memorias agradables, sino para revivir sucesos terribles. “Los olores tienen también la capacidad de resucitar experiencias traumáticas. Si alguien estuvo por ejemplo a punto de ahogarse en una piscina de pequeño, el olor a cloro le puede poner fatal; si a alguien le mordió un perro durante su infancia, el olor a perro le puede descomponer completamente. Los olores son capaces de generar sensaciones muy, muy fuertes”.
El del olfato es un sentido potentísimo, capaz de resucitar recuerdos y despertar sentimientos. Al fin y al cabo el bulbo olfatorio, una estructura situada en la parte inferior del cerebro, recibe las señales olfativas de la nariz y las envía al sistema límbico, que es justo donde se procesan las emociones y la memoria. “Oler es algo muy primitivo, muy animal, algo arraigado en lo más profundo de nuestro ser. Por eso precisamente nos fascinan los olores”, nos cuenta Paul Richardot, graduado en la École Supérieure du Parfum de París -donde durante cinco años estudió química aplicada a la perfumería-, figura destacada de la industria cosmética francesa y ahora también novelista de éxito.
El Confidencial