El poeta y el museo

Con sus esculturas humanoides con fuego en los ojos o empaladas por un tubo fluorescente; con sus elegantes vídeos que representan escenas de violencia, locura o absurdo, Bernardí Roig se ha convertido en uno de los artistas españoles de mayor prestigio internacional. Pero para mí es ante todo poeta.
Es el autor de los versos que acompañan a los noventa y nueve sujetos fotografiados en su serie de polaroids Poets: 99 hombres y una mujer barbuda. Es el protagonista del vídeo Poet, en el que se le ve vagando por un desierto de Senegal. Posee una prosa precisa y no obstante metafórica, que cristalizó tras la lectura de los grandes poemarios europeos y de la gran filosofía alemana, a través de la cual amplifica su obra plástica a lo bestia.
¿No ejerce Madrid violencia con las grandes ciudades, como estas con sus periferias?Hay que entender desde los códigos de la intervención poética –mucho más allá de la política– su último gran proyecto. Su origen mítico es 1895, cuando un campesino encontró en el santuario mallorquín de Son Corró tres cabezas de toro forjadas en bronce más de 2.500 años antes, que el propietario del terreno vendió al Estado y se encuentran en el Museo Arqueológico Nacional.
Exposición “Bernardí Roig. Hem arribat a l’infern!”
CONSELL DE MALLORCA / Europa PressRoig hizo una réplica en aluminio de una de esas cabezas para su instalación El laberinto de luz y el minotauro, que se pudo ver en el Pompidou de Málaga hace tres años: 25 bloques de poliestireno expandido y luz entre los que perderse en busca del ser mitológico. Otra versión del mismo laberinto habitó este 2025 en el MAN de Madrid. En Caps [y] Bous. El tercer cuerno el poeta hackeó el exterior del museo y algunas de las vitrinas que rodean a los toros talayóticos; y mostró un tercer cuerno, de oro, en la réplica enjaulada entre poliestireno y led.
En estos momentos el Museu de Mallorca alberga un tercer y último laberinto. Dicen que aquel campesino de finales del siglo XIX exclamó “Hem arribat a l’infern!”. Ese es el título de la instalación que muestra un altar de nueve metros con vaciados de escayola que imitan la piel de las bestias, junto con restos rotos de cuernos, orejas y ojos, toneladas de polvo y luz estroboscópica. El espectador tiene la sensación de asistir a un ritual que celebra lo que está pero no. La interferencia. Lo casi ausente.
Lee tambiénLos bous de Costitx están huecos. El Ayuntamiento de Costitx y el Gobierno Balear financiaron su restauración en 1995 para que se exhibieran en Madrid. ¿Deberían quedarse allí? ¿Volver al Museu de Mallorca? ¿O al pueblo y a su santuario? ¿No ejerce la capital del Estado hacia las grandes ciudades del país una violencia simbólica parecida a la que estas practican con sus propias periferias? ¿Qué ocurriría si los bous no fueran ídolos de adoración, sino mascarones de proa robados por piratas premallorquines, llegados de otras partes del Mediterráneo? ¿Qué es la identidad? ¿Qué quiere decir la palabra pertenencia? ¿Qué significa realmente ese tercer cuerno? ¿Qué diablos es un museo? Son siempre interrogatorios los mejores poemas.
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