Este galardón es la cosecha de quienes me enseñaron a leer la tierra: Rojas Rabiela

Daniel López Aguilar
Periódico La JornadaDomingo 8 de junio de 2025, p. 2
Teresa Rojas Rabiela ha forjado una trayectoria que atraviesa generaciones y se erige como testimonio vivo de la etnohistoria, capaz de revelar un México persistente en sus raíces y en su saber ancestral.
El Premio Nacional de Artes y Literatura 2024, anunciado recientemente en la categoría de Historia, Ciencias Sociales y Filosofía, reconoce su compromiso persistente con un diálogo que trasciende épocas y enlaza saberes ancestrales y contemporáneos.
En el refugio de su gran jardín, espacio que cultiva con paciencia y donde las plantas parecen escucharla, rememoró con serenidad más de cinco décadas dedicadas al Centro de Investigaciones y Estudios Superiores en Antropología Social (Ciesas).
Desde ese rincón modesto cimentó un proyecto que hoy resuena en múltiples regiones del país y ha despertado voces y memorias que, gracias a su empeño, han sido recuperadas.
Recibir este premio es un instante de alegría, pero también un espejo donde se reflejan los maestros, la familia y la educación pública que me formó
, compartió en entrevista con La Jornada. Su mirada, entonces, se extiende hacia todos aquellos que han transitado las sendas del conocimiento colectivo.
Su trabajo aborda, entre otros temas, los sistemas agrícolas e hidráulicos que los pueblos mesoamericanos desarrollaron y perfeccionaron durante siglos, reflejo de un saber arraigado en la tierra y el agua.
Gran parte de su atención se centra en el siglo XVI, cuando la llegada de los europeos abrió un intercambio complejo, tejido de cultura, resistencia y una profunda reconfiguración de las sociedades originarias.
Comprender la transformación agrícola e hidráulica de esa época requiere unir el conocimiento profundo del mundo indígena con una mirada crítica sobre la llegada europea, sin perder la persistencia de saberes ancestrales
, añadió Rojas Rabiela (Ciudad de México, 1947).
De ahí su método mixto: archivos, crónicas y códices se iluminan para ella sólo cuando los contrasta con el pulso del campo, durmiendo en pueblos chinamperos y conversando con campesinos que aún sienten el lodo entre los dedos.
Las chinampas, islas artificiales surgidas como oasis de ingenio, se volvieron protagonistas de sus investigaciones.
Descubrió cómo, desde épocas tempranas, los chinamperos integraron cultivos recién llegados, como coles y lechugas, símbolos de fertilidad mestiza que une tradición y renovación. Ahora termina un texto sobre el trigo, esa otra planta del Viejo Mundo, para desentrañar cómo una civilización sin ganadería ni hierro sostuvo un vasto sistema agrícola y social.
Una gestión resiliente
Durante su paso por la dirección del Ciesas (1990-1996) heredó un presupuesto limitado, sedes alquiladas y una planta académica con pocos posgrados.
Aquel tiempo, marcado por crisis y recortes, lo transformó en oportunidad: gestionó convenios para becar a investigadores, como algunos que viajaron a Brasil, Inglaterra o Estados Unidos, y se apoyó en el programa de repatriación y retención de talento, entonces muy efectivo, que tenía Conacyt en ese periodo; además, impulsó el primer servicio de correo electrónico del centro en convenio con la UNAM y reanimó la producción editorial.
Fue una conducción en varios carriles; la resiliencia y la visión estratégica tuvieron que ir de la mano para que las instituciones sobrevivieran y encontraran nuevos horizontes
, indicó.
Declarada hija de la educación pública, Rojas Rabiela remonta sus pasos hasta la guardería del Instituto Mexicano del Seguro Social, la primaria, la Prepa 1 en San Ildefonso y la Escuela Nacional de Antropología e Historia, entonces instalada en los pisos altos del recién inaugurado Museo Nacional de Antropología.
Fue ahí, bajo la guía de Guillermo Bonfil, donde descubrió el trabajo de campo en las ferias de Cuaresma de Chalco-Amecameca y Morelos, mientras el Archivo General de la Nación (AGN), que entonces ocupaba un ala del Palacio Nacional, se volvió su segundo hogar.
A lo largo de su trayectoria ha colaborado con la Academia Mexicana de Ciencias, el Colegio de Etnólogos y Antropólogos Sociales, el AGN y, por supuesto, el Ciesas, donde tejió una red que nutre el pensamiento antropológico mexicano.
Seis libros de autoría individual, 13 coautorados y 32 como editora o coordinadora dan cuenta de ese empeño; junto con ellos, proyectos como la modernización del Registro Agrario Nacional y el Archivo Histórico del Agua reflejan su faceta archivística. En 1987 recibió el Premio de la Academia Mexicana de Ciencias, entonces reservado a menores de 40 años.
Para la investigadora nacional emérita, la historia y la etnohistoria son “un diálogo constante con el pasado, un eco que se filtra en el presente y en los gestos cotidianos de quienes cultivan la tierra o reconstruyen su memoria.
Comprender las tecnologías agrícolas e hidráulicas implica entender cómo las comunidades mantienen su equilibrio con el entorno, pese a las adversidades y los embates externos
, subrayó.
Con la serenidad de quien ha dedicado la vida entera a escuchar, observar y transmitir, enfatizó que ese conocimiento es vital y debe preservarse. “Eso es hay que transmitir a los jóvenes; esta es una de las actividades que encuentro más gratificantes.
Este premio es la cosecha de muchas manos: mis maestros, mis colegas, los campesinos que me enseñaron a leer la tierra y los estudiantes que hoy emprenden sus propias siembras de memoria. Si algo nos deja este reconocimiento es la certeza de que la historia no duerme en los anaqueles; germina en cada archivo abierto.
Museo sueco dedica exposición a la artista cubana Belkis Ayón y su desafiante obra
Mitologías se centra en Sikán, de la cultura africana // El recinto tiene un discurso decolonial desde los años 90, dice la directora Katarina Pierre

▲ En el Bildmuseet se exhibe La cena-instalación, 1988, de Belkis Ayón. Colografía. © Belkis Ayón Estate.Foto cortesía del Belkis Ayón Estate
Alejandra Ortiz Castañares
Especial para La Jornada
Periódico La JornadaDomingo 8 de junio de 2025, p. 3
Florencia. El Bildmuseet (Suecia) presenta Belkis Ayón: Mitologías, primera retrospectiva nórdica dedicada a la artista cubana (1967-1999), centrada en su exploración de la figura femenina de Sikán, de la mitología africana. La exposición, organizada en colaboración con el Museo de Arte Moderno de Oxford, en Inglaterra (donde se presentó previamente), permanecerá abierta hasta el 23 de noviembre de 2025.
Belkis Ayón: Mitologías presenta más de 30 obras y bocetos creados de 1985 a 1998. Entre las más tempranas se encuentran la litografía Sikán (1985) y una serie de grabados en color de pequeño formato de 1986. En un inicio, Ayón experimentó con técnicas gráficas, principalmente la litografía, antes de adoptar la colografía en blanco y negro, que se convirtió en su principal medio de expresión.
Belkis Ayón, quien se adentró en las capas más profundas del sincretismo afrocubano, ha experimentado un fuerte resurgimiento en el panorama museístico europeo desde su gran retrospectiva en el Museo Reina Sofía de Madrid (2021-2022) y en la Bienal de Venecia.
La exposición en el Bildmuseet −museo de arte contemporáneo de la Universidad de Umeå, en el norte de Suecia− forma parte de esta oleada de revalorización, aunque con un enfoque propio y distintivo. Desde 1988, Ayón trabajó en gran formato uniendo múltiples secciones impresas, lo que le permitió crear figuras casi a escala natural con gran precisión y fuerte presencia tridimensional.
Quedé absolutamente impresionada cuando vi la exposición de Belkis Ayón en el Reina Sofía de Madrid
, reconoce Katarina Pierre, cocuradora junto con Brita Täljedal y Sandra García Herrera, en una entrevista vía Zoom con La Jornada. Fue una experiencia física encontrarme con esas colografías de gran formato, ejecutadas con una precisión asombrosa. No conocía su obra y me sacudió profundamente por su fuerza visual y simbólica
.
Pierre (nacida en 1962) es historiadora del arte. Trabaja en el Bildmuseet desde 1995 de curadora y, desde 2011 ocupa el cargo de directora. Bajo su liderazgo, el museo se ha consolidado como una institución de referencia en Europa, comprometida con la exploración de los cruces entre arte, ciencia y sociedad. Desde finales de los años 90, esta kunsthalle ha mantenido una postura abierta y progresista. En 1998 −mucho antes de que el discurso decolonial ganara fuerza−, Pierre, como curadora, organizó una exposición dedicada a artistas y fotógrafos sudafricanos, incluido el fotoperiodista Santu Mofokeng, e inició así una línea curatorial que luego incluiría a artistas como Zanele Muholi, Zineb Sedira, Grada Kilomba, John Akomfrah y Ana Mendieta.
El interés de Pierre por Ayón la llevó a la Fundación Belkis Ayón en La Habana, y la exposición tardó tres años en concretarse. Fundada en 2003 por Katia Ayón (1968-2020), hermana de la artista, la fundación ha sido clave en la promoción de su legado, junto con la curadora cubana Cristina Vives, responsable de una muestra itinerante en Estados Unidos (2016-2021).
Entre mitos, silencios y poder
La obra de Ayón gira en torno a la sociedad secreta abakuá, hermandad masculina de origen africano (Nigeria y Camerún) establecida en Cuba en el siglo XIX. La paradoja −apunta Pierre− es que Ayón, mujer, afrodescendiente y atea, eligiera ese universo cerrado como marco simbólico para hablar de sí misma.
“La figura central en su obra es Sikán, una mujer que, según la leyenda abakuá, atrapa accidentalmente al pez sagrado reservado a los hombres, adquiriendo así conocimiento y poder. Por ello es castigada con la muerte. Belkis decía que Sikán era su alter ego”, explica Pierre. Esta figura femenina, marginada, pero esencial, es reinterpretada por la artista, quien la sitúa en el centro de su propia versión de La última cena, remplazando a Cristo por Sikán y a los apóstoles por mujeres sin boca.
Pueden ver, pero no hablar. Pueden observar, pero no tienen voz. Están silenciadas
, afirma la directora. Esta metáfora visual atraviesa toda la obra de Ayón, donde temas como la censura, la violencia, la exclusión y la lucha interior se expresan con una belleza inquietante.
Ayón llevó la técnica de la colografía −con materiales texturizados para crear imágenes en relieve− a una escala monumental. Cuando vi sus obras por primera vez, pensé que eran pinturas. Su logro técnico es extraordinario
, recuerda Pierre. Como profesora en la Academia de Arte de La Habana, influyó en una nueva generación de artistas. Representó a Cuba en la Bienal de Venecia de 1993, donde obtuvo reconocimiento internacional en vida.
El empleo de materiales humildes, la elección expresiva del blanco y negro, y la ausencia de color para intensificar el contenido simbólico, posicionan su obra como esencial en la historia del grabado contemporáneo.
La presencia de Ayón en contextos académicos −como el Museo Fowler de la Universidad de California en Los Ángeles, el Museo de Arte Jordan Schnitzer de la Universidad de Oregón y ahora el Bildmuseet− responde, según Pierre, a la fuerza estética de su obra y al creciente interés por las perspectivas poscoloniales. Nuestra institución ha trabajado desde los años 90 con artistas africanos e indígenas, incluso los sámi, como la ahora reconocida Britta Marakatt-Labba. Ayón encaja naturalmente en esa visión
.
Pierre reconoce que las cuestiones de descolonización se han convertido en un perfil curatorial presente en muchas exposiciones, pero insiste en que se trata de una evolución necesaria del mundo del arte. En el caso del Bildmuseet, representa un compromiso a largo plazo: No es una moda pasajera para nosotros. Belkis forma parte de una línea curatorial que llevamos décadas desarrollando
.
En el contexto europeo actual −marcado por el auge de fuerzas conservadoras y antimigratorias, también en Suecia− la obra de Ayón adquiere una relevancia renovada. Al principio no lo vi así, pero tras convivir con su obra me di cuenta de que cuestiona los sistemas de creencias en general, y eso es de una actualidad apremiante: podemos creer que los mitos son cosa del pasado, pero seguimos viviendo bajo el influjo de mitologías, ya sean religiosas, políticas o ideológicas; estos sistemas de creencias moldean nuestras vidas y nuestras sociedades
.
Ayón murió trágicamente en 1999, a los 32 años. Su legado sigue creciendo. Exposiciones como esta no sólo evidencian su talento excepcional, sino que nos invitan a enfrentar una visión del mundo más amplia y fértil.
La pianista Yuja Wang dio muestra de la elegancia de su arte en el Auditorio Nacional

▲ La Orquesta de Cámara Mahler acompañó a la pianista y directora de origen chino.Foto Omar González
Omar González Morales
Periódico La JornadaDomingo 8 de junio de 2025, p. 4
La pianista Yuja Wang se presentó en el Auditorio Nacional acompañada por el casi medio centenar de músicos que integran la Orquesta de Cámara Mahler. Su interpretación es conocida, sí por su pulcritud, pero también por su elegancia, precisión y generosidad.
La noche del viernes, ante un lleno casi completo del recinto de Reforma, bañada bajo un velo de luz, Wang rompió el silencio con la Obertura Coriolano. Extendió sus manos sobre el Steinway & Sons, concentrada e imperturbable.
Se presentó con sencillez, con un usual −y para algunos hasta polémico− vestido corto, en esta ocasión negro; es exuberante, se percibía liberada. Su sonrisa, amplia, contagiosa, como la música con la que habitualmente inunda de emociones al público que la escucha.
La artista china interpretó la pieza de Ludwig van Beethoven y, como acostumbra, ascendió y descendió trepidante por las notas y bemoles.
En tanto, el público la observaba extasiado, como si subieran y bajaran por la misma escalera que generaban las teclas blancas y negras con las que recreaba su interpretación. El reto al que se enfrenta Yuja Wang no es cosa menor: está en su gira debut como directora de la orquesta, papel que mezcla con el de solista, lo que le ha valido algunas críticas, porque se expone al error.
Su juventud es muestra del talento que la acompaña. Ha sido premiada y galardonada numerosas veces, a pesar de lo cual y con presteza no tardó en demostrar el porqué.
Con fluidez, la pianista interpretó después el Concierto para piano núm. 2 en fa menor, op. 21, de Federico Chopin. Con técnica magistral, sus dedos ejecutaron el allegro vivace. Ella, trepidante; el público, quieto, pausado, anonadado, como si la vieran elevarse con euforia. No menos espectacular fue la actuación de la orquesta que la acompañó.
Culminó la pieza, y el silencio de los oyentes cesó. Cual si fueran rosas, le dedicaron de pie y con presteza los aplausos; no era para menos. Le devolvieron su generosidad, porque ella no se guardó ningún esfuerzo. Su concentración fue absoluta, dirigió desde el piano, se levantó y coordinó, y con sus brazos manifestó las oleadas musicales.
El repertorio continuó con Concierto en mi bemol mayor Dumbarton Oaks, de Igor Stravinski. Detrás de Wang se desenvolvió el violín del alemán José Maria Blumenschein, otro reconocido maestro.
De padres brasileños, pero nacido en Alemania, su excepcional acompañamiento durante el concierto y su dirección de dos piezas antes de los dos ingresos de Wang al escenario le hicieron valer las palmas de los asistentes.
En el retorno al intermedio, sin embargo, la pianista tardó en volver al escenario; el personal del Auditorio se tuvo que dar un tiempo para reacomodar en un constante movimiento las posiciones de la orquesta. El silencio se reapropió del escenario.
El atraso disgustó a la audiencia, sin embargo, todo conato de furia se esfumó cuando la diva regresó enfundada en un nuevo y elegante vestido amarillo; estaba lista para tocar con magistral precisión la pieza de Stravinski.
En esta interpretación destacó su viveza y ligereza, intercaló su característica técnica vertiginosa con momentos de calma. Recorrió el piano de principio a fin. Los violines fueron sus guardianes.
La última pieza, el Concierto para piano núm. 1 en si bemol menor, op. 23 se inició cómo tintineo, con Yuja Wang haciendo gala de la solemnidad que siempre plasma a las piezas de Chaikovski. Aceleró, avanzó y jugueteó. Blumenschein le hizo segunda.
En ese momento, en la sala del auditorio se escucho el canto de dos aves que se unieron al concierto, provocando la fascinación de la audiencia. Fue como si respondieran al llamado musical de la artista china y su orquesta. Wang asumió su papel de directora: se levantó, movió los brazos, orientó a flautas, clarinetes, cornos, trompetas y demás instrumentos que la acompañaron.
Terminó y el público la ovacionó de pie; ella, generosa, regresó a felicitar a su orquesta. Inesperadamente, se sentó nuevamente frente al piano y dio otra presta muestra de su gran calidad técnica al interpretar una versión más breve del Danzón num. 2, de Arturo Márquez. Era ella sola, sus compañeros también gozaron el espectáculo. Así concluyó su trabajosa jornada.
Ofrecieron flores a la protagonista y a José María Blumenschein, quienes las aceptaron para después regalarlas a sus compañeros. Compartieron el éxito y los aplausos.
Así es Yuja Wang. No importa cuánto haya que esperar para escucharla. Es una diva moderna del piano.
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