La familia friqui (pero muy feliz) del pintor Édouard Manet, el padre de la modernidad
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Las familias pueden ser complicadas. Pero la del artista francés Édouard Manet (1832–1883) lo fue a un nivel estratosférico, la suya fue una familia profundamente friqui y compleja que desafió los estándares morales de la época. El pintor, unánimemente considerado como el padre de la modernidad, tenía una parentela bastante peculiar que incluía un padre enfermo de sífilis, una esposa que había sido amante de su progenitor, un hijastro sobre el que pesaba la duda de si no sería en realidad su hermanastro y una madre de armas tomar. Pero a pesar de lo intrincado -y escandaloso- que resultaba ese núcleo, la de Manet fue una familia bastante feliz y bien avenida.
Una exposición en el Museo Isabella Stewart Gardner de Boston se ha concentrado por primera vez en retratar a Édouard Manet a través de sus intrincadas relaciones familiares. La muestra, titulada Manet. A Model Family’, ha analizado la importancia capital de la familia en el trabajo de Manet. El pintor, uno de los precursores del impresionismo, cultivó siempre una relación estrecha con sus familiares, quienes fueron para él una fuente de inspiración artística y a muchos de los cuales, de hecho, plasmó en muchos de sus lienzos, desde su madre y su padre hasta su esposa, su cuñada o su hijastro. Pero los Manet no sólo posaron para el pintor como modelos, sino que también le apoyaron emocionalmente y respaldaron su carrera artística con sus considerables recursos financieros.
Empecemos por el patriarca de los Manet, Auguste, el padre del pintor. Deseaba fervientemente que su hijo siguiera la tradición familiar y fuera abogado, pero desde muy joven el muchacho dejó claro que pensaba dedicarse al arte. Y aunque en un principio Auguste se sintió decepcionado, padre e hijo se profesaron siempre un profundo afecto mutuo.
La madre del pintor, por su parte, se llamaba Eugénie-Désirée Fournier (1811-1885) y era de una familia que no sólo tenía dinero sino también lazos con la aristocracia: su padrino fue nada menos que el rey de Suecia. Era una mujer de fuerte carácter, la encargada de supervisar la vida social y financiera de esa complicada familia burguesa que eran los Manet.
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La vida del pintor cambió para siempre en 1849, cuando Manet tenía 17 años. Ese año, por fin, su familia le dio permiso para que estudiara arte. Y ese año conoció a Suzanne Leenhoff, una talentosa y joven pianista holandesa de 20 años de origen modesto contratada por los Manet para que diera clases de piano al artista y a sus hermanos. Pero en 1952 la familia puso a Suzanne de patitas en la calle: la instrumentista, que entonces contaba 23 años, no estaba casada y se encontraba embarazada. Dio a luz como madre soltera a Léon, un niño del que nunca reveló quién era el padre.
Muchos sospechan que el progenitor de Léon fue Auguste, el padre del artista, quien habría sido amante de Suzanne durante el tiempo en que esta trabajó para a familia. Pero nadie lo sabe a ciencia cierta. Lo que sí que es un hecho es que el artista se casó con Suzanne en 1863, una década después de que trajera al mundo a su hijo y un año después de que el padre del pintor muriera de sífilis. “Guapa, muy educada y una gran artista”, la calificó Baudelaire tras la boda. Manet nunca reconoció a Léon como su hijo, reforzando las sospechas de que el padre de la criatura era Auguste, el progenitor del artista.
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Para ocultar que había tenido un hijo fuera del matrimonio y el consiguiente escándalo, Suzanne hacía pasar en público a Léon por su hermano pequeño. Un embuste del que también fue víctima el propio niño. Solo cuando llegó a la adolescencia, Léon se enteró de que Suzanne, la mujer a la que consideraba su hermana, era en realidad su madre. Jamás estuvo al corriente de quién era su padre biológico.
“Se trata de un secreto familiar del que nunca supe la respuesta, fui mimado y consentido por ambos [Édouard y Suzanne], quienes complacían todos mis caprichos. Vivíamos felices los tres; sobre todo yo, vivía feliz sin preocupaciones. Por lo tanto, no tenía por qué cuestionarme mi nacimiento”, admitiría años después el propio Léon quien, como su madre, posó en numerosas ocasiones para el artista.
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Los interrogantes sobre quién era el padre de Léon duran hasta hoy en día. ¿Era hijo de un músico suizo que pasó fugazmente por París? ¿Era hijo de Auguste, el padre del pintor? Este último escenario habría hecho de Léon tanto el hijastro del artista como su hermanastro. El debate probablemente nunca se resuelva.
Édouard Manet falleció en 1883 con sólo 51 años a causa de la sífilis, como su padre. Era entonces un artista controvertido al que le costaba bastante vender sus obras. Al morir, los Manet hicieron piña para preservar su memoria y su legado artístico. Pero el buen rollo duró poco. Aunque el artista dio instrucciones para que su parte de la fortuna familiar fuera a parar a manos de Suzanne y de Léon, la madre de Manet decidió ignorar sus deseos, argumentando que no eran los legítimos herederos. Julie Manet, una niña de cuatro años, hija única de Eugène (el hermano del artista) y de su esposa, Berthe Morisot, se convirtió así en la heredera.
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Suzanne se vio obligada a vender los cuadros de Manet que estaban en su poder para poder sobrevivir. Léon, por su parte, se dedicó a hacer exhaustivos inventarios de la obra del artista, y también ayudó a su madre a vender algunos cuadros que Manet dejó sin terminar y que encargaron a otros pintores concluir para así poder venderlos como obras acabadas (y, por tanto, a un precio más elevado). Existe la sospecha de que, tras la muerte de Suzanne, Léon se dedicó a vender falsificaciones de Manet a sabiendas de que lo eran.
Pero, junto a Julie, Léon también trabajó a brazo partido a fin de dar a conocer entre académicos, artistas y museos la obra de Manet. Cuando Léon falleció en 1927, Manet ya era famoso. Para cuando Julie falleció en 1966, ya era considerado un gigante del arte moderno. Todo, gracias a la familia.
El Confidencial