Lola Índigo sufre, llora y tumba a las adversidades para triunfar en el Metropolitano

Lloró anoche Lola Índigo, dos, tres, cuatro veces, abrumada y desbocada de emociones ante el capítulo final de una misión por la que ha luchado titánicamente contra las adversidades. Costaba mantener la congoja templada a una mujer que empezó en la música en 2017 siendo la primera expulsada de aquel Operación Triunfo de Amaia y Aitana. Ayer, por fin pudo ofrecer todo su potencial, que es mucho, ante 60.000 personas en el estadio Metropolitano. Pero incluso en el día de la verdad se tuvo que batir el cobre.
En el escenario, una artista con empuje y ambiciosa la noche más importante de su carrera. En las gradas y en el césped, unos espectadores eminentemente juveniles, fiesteros, involucrados físicamente con lo que allí ocurría y en modo vacaciones de verano. ¿Qué podría salir mal? La técnica, claro. El sonido ratonero del Metropolitano, los fallos en el micrófono de la estrella y de los invitados o la imposibilidad de escuchar bien los instrumentos de los músicos fueron tropezones ocasionales que deslucieron el espectáculo. Pero el coraje de la protagonista se elevó por encima de los contratiempos.

Lola Índigo certificó en el estadio del Atlético de Madrid su condición de artista puntera del pop español y referente cultural para un público lozano que quiere bailar, subir vídeos del concierto en TikTok y que suscribe ese mensaje de tolerancia, pluralidad y de “no dejes que te roben tus sueños porque somos todas reinas” que impone la artista en buena parte de su repertorio.
Había interpretado apenas tres canciones cuando atenazada por la emoción apenas pudo deslizar un “gracias” entre lágrimas. Pocas veces en la historia reciente del pop español una artista ha insuflado tanta tenacidad para cumplir el reto de llenar un estadio. Anoche, la gente del equipo de Lola Índigo abría el Excel para echar cuentas. Probablemente ni habrá cubierto gastos. O incluso perdió dinero. El espectáculo del estadio Metropolitano resultó a la altura de una producción internacional de las divas del pop que reinan en este tiempo. Bombardeó la autora de Ya no quiero ná, canción con la que abrió el concierto, con una cascada de estímulos para el espectador que no se pagaba con los 40 euros (de media) que se abonó por cada entrada. Pero la joven artista (33 años) quería celebrar lo que denominó como “mi boda”, un homenaje a ella misma, a sus acólitos, a la música de este tiempo (la urbana) y a la capacidad de superar los percances, con esas cancelaciones del Bernabéu que finalmente llegaron a buen puerto en el estadio del eterno rival. “Joder, ha costado ¿eh? Pero aquí estamos, en el Metropolitano”, gritó, liberada.
60.000 personas, al borde de agotar las entradas (se quedaron unas 5.000 en taquilla), convocó esta madrileña que se crio en Granada y se siente andaluza. El montaje, colocado en un fondo, consistió en una enorme pantalla en vertical, el formato que imponen las redes sociales, y una pasarela que llegaba hasta el centro del campo con una par de escenarios por el camino. Durante las dos horas y media de recital aparecieron por la tarima algunos músicos a los que apenas se escuchó sus instrumentos en un fallo técnico garrafal. Claro que el estropicio se puede considerar relativo, porque el 80 % (más o menos) del sonido estaba pregrabado. Es lo que hay, llevarse las manos a la cabeza por esto es caer en la melancolía. Eso sí, pudimos ver en el escenario a cantidad de bailarines, fuego, plataformas que subían y bajaban, huevos plateados gigantes de los que salía gente y hasta un coche.

No puede pasar por alto la capacidad de convocatoria de esta escena de jóvenes cantantes españoles que se adscribe al movimiento urbano, que alcanza estilos como el hip hop, la electrónica comercial o el reguetón. La semana pasada llenó este mismo recinto el dúo rapero madrileño Natos y Waor, ayer Lola Índigo y la semana que viene el granadino Dellafuente comparece dos jornadas (ojo a esto: 120.000 personas), también en la casa de Simeone. Nunca una escena española vendió tantos tickets como la que nos ocupa. Todo un mérito.
El concierto, borboteante y atestado de flasazos visuales, se dividió en cuatro partes o eras, ese invento al que recurren sobre todo las divas del pop (Taylor Swift es la campeona) para establecer las especificidades de su narrativa ornamental y anímica: empezó con La Bruja, que podemos definir como su etapa de empoderamiento tipo “soy la puta ama”; siguió con La Niña, donde retrocede al tiempo de los primeros escarceos nocturnos, el pelo teñido de rosa y canciones de pop juguetón con nombres como Spice Girl; y la tercera la denominó El Dragón, de estética futurista y banda sonora que habla de poderío y resilencia.
En medio, Lola, como la coreó el público, dedicó un bloque a Andalucía. Acompañó a la cantante en esta parte José El Tomate, de 26 años, un guitarrista que ha vivido el flamenco desde dentro ya que su padre responde al nombre ilustrísimo de Tomatito, fiel compañero en mil batallas de Camarón y guitarrista de leyenda. Nos consta que Tómate toca ya con pellizco a pesar de su juventud, pero ayer apenas lo comprobamos porque su guitarra española no se hizo audible. Los músicos y la protagonista se colocaron en un pequeño escenario en la pasarela y allí, en sillas de madera, montaron una mini fiesta flamenca donde se incluyó una resultona versión de Corazón partió, de Alejandro Sanz. Estuvo bien el inciso andaluz, a pesar de lo embarullado del sonido.

En las dos horas y media de concierto la artista abordó las canciones más populares de su repertorio (Mujer bruja, La Niña de la escuela, El tonto, Dragón...) y le acompañaron tres vocalistas invitados: Tini, Belén Aguilera y Paulo Londra. Índigo bailó con garra, se cambió varias veces de estilismo, cantó bien y rapeo con estilo. El momento de más alto voltaje emocional fue cuando dedicó Sin Autotune a una niña, Triana, “que estará allá arriba”, dijo mirando al cielo entre sollozos.
El acto final fue impactante. La cantante ascendió desde debajo del escenario en un trono, vestida con un body rojo y una botas del mismo color por encima de las rodillas y se paseó entre su cuerpo de baile, encapuchados luchadores con lanzas. Así atacó con rabia La Reina, esa que dice: “Que tú no puedes ser rey si no tienes a la reina”. Al terminar el tema que cerraba la noche, dijo: “Tengo muchísima suerte por haber vivido esto por lo menos una vez en la vida”. Y volvió a llorar. Luego se repuso y sentenció: “A veces me equivoco y la cagó un montón... Pero yo nunca me rindo”. Quedó claro anoche.
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