Madres de falsos positivos de Colombia hacen parte del libro 'Para El Alma', un recetario que mezcla la sazón y memoria de un país

La vida de Beatriz Méndez ha girado en torno al maíz y las delicias que podían hacerse con él. En su cabeza, tiene guardada la fórmula de recetas que se cocinan con este grano. Así lo relata Alejandra Bautista, escritora de Para El Alma, un libro que mezcla la historia de Colombia, las recetas y la memoria de las madres de los falsos positivos, con relatos que hablan de sus vidas más allá de la pérdida.
Aun con eso, el relato de Beatriz termina dándole al lector la receta perfecta para hacer el mismo sancocho de gallina que le preparó a su hijo mayor, Weimar, en su cumpleaños número 18. En 2004, él y su primo Edward fueron encontrados sin vida al sur de Bogotá con un uniforme de camuflaje puesto. Ninguno de los dos hacía parte del Ejército o de grupos al margen de la ley.

Sancocho de gallina, Beatriz Méndez Foto:Cortesía de Alejandro Osses
El sancocho no era el plato preferido de Weimar, pero Beatriz todavía se ve sirviéndole la presa más grande y carnuda por ser el homenajeado.
Mafapo: madres que convirtieron el duelo en resistenciaPara El Alma recoge la sazón y la historia de integrantes de la Organización de Madres de los Falsos Positivos de Colombia (Mafapo). Alejandra lo escribió pensando en que los relatos sobre este duro capítulo normalmente navegan entre la desaparición, el hallazgo de los cuerpos y la lucha por la verdad.
En este libro participan once mujeres que han convertido su dolor en memoria y resistencia. Ellas son:
- Blanca Monroy, madre de Julián Oviedo Monroy.
- Gloria Martínez, madre de Daniel Alexander Martínez.
- Ana Páez, madre de Eduardo Garzón Páez.
- Jacqueline Castillo, hermana de Jaime Castillo Peña.
- Carmenza Gómez, madre de Víctor Fernando Gómez.
- Cecilia Arenas, hermana de Mario Alexander Arenas.
- Beatriz Méndez Piñeros, madre de Weimar Armando Castro Méndez y tía de Edward Benjamín Rincón Méndez.
- Idalí Garcerá, madre de Diego Tamayo Garcerá.
- Doris Tejada, madre de Óscar Alexander Morales Tejada.
- Blanca Nubia Díaz, madre de Irina del Carmen Villeros Díaz
- Rubiela Giraldo, madre de Diego Armando Marín.
“Rara vez hablamos de quiénes eran las personas que fueron desaparecidas y luego asesinadas por el Estado. Raramente hablamos de las mujeres, más allá de ser madres, hermanas o esposas o familiares de alguien que fue asesinado”, reflexiona Alejandra.

Doris Tejada, madre de Óscar Alexander Morales Tejada. Foto:Cortesía de Alejandro Osses
La autora sostiene que el alimento es un conector muy poderoso y lo confirmó mientras hablaba con las madres. “No sólo estábamos contando las memorias de ellas y de sus familiares con la cocina y con la comida, sino que también estábamos tejiendo casi que un mapa gastronómico de tradiciones culinarias en Colombia”, relató.
Pocas veces se recuerda que estas mujeres no sólo han vivido esta parte de la historia colombiana. Ellas vienen de distintas regiones del país. Su infancia, adolescencia y adultez recogen la tradición del campo y de la ciudad. Son un tejido que conforma la memoria de sus territorios y de los distintos episodios del conflicto armado. Una de ellas, Gloria, incluso guarda recuerdos de los tiempos de la violencia bipartidista.

Cuchuco de trigo, de Cecilia Arenas Foto:Cortesía de Alejandro Osses
Beatriz, por ejemplo, viene de Ramiriquí, Boyacá. Allá sembraba maíz con su familia y hacían deliciosos amasijos. Su pueblo fue el primero en Colombia en rechazar el uso de semillas transgénicas. Allí, donde pesó más la tradición y la naturaleza, ‘Betty’ aprendió a hacer mil y una recetas con este grano típico de Latinoamérica. Se sabe al derecho y al revés cómo se cultiva y se recoge. Nunca se ha cansado de su sabor y se le hace agua la boca al pensar en esas comidas.
A los 11 años, viajaba a Bogotá y acompañaba a su mamá a trabajar en la plaza de mercado del Restrepo, que ha perdido muchas cosas que ella recuerda vívidamente. La sazón de Beatriz es la unión de los recuerdos con olores y sabores. Y Weimar disfrutaba cada cosa que ella le cocinaba.
Cuando se le pregunta a Beatriz cuál era la comida favorita de su hijo, no lo recuerda de inmediato. “A él le gustaba todo lo que yo cocinaba, se lo comía con agrado”, cuenta después de pensarlo un rato. Luego llega a su mente la imagen de Weimar jugando con la masa de arepas, con la que hacía bolitas diminutas para lanzarle como travesura. Después recuerda cómo las milhojas de la tienda eran su recompensa por ir a hacer mandados (aunque él mismo se las compraba con las vueltas que quedaban del mercado).

Beatriz Méndez cocinando su sancocho de gallina en una olla grande. Foto:Cortesía de Alejandro Osses
Los recuerdos de Beatriz luego salen de la cocina. Se desplazan a esos pequeños detalles que tuvo su hijo cuando trabajaba en una floristería como repartidor de arreglos. Cada vez que pasaba cerca de la casa donde vivía su familia, Weimar se las arreglaba para dejar una flor dentro de una botella para su madre.
“Ahora soy yo quien le lleva flores”, dice Beatriz, quien sabe que a su hijo le gustaban las flores azules. Ella conoce bien el proceso que las vuelve de ese color y procura aplicarlo.
Beatriz habla sin pausas ni tapujos cuando se le pregunta cómo desapareció su hijo en junio de 2004. Ese día, ella no estaba en Bogotá, sino en un pueblito de Boyacá, junto a su madre, celebrando el Día del Padre. Weimar decidió quedarse en la capital para acompañar a su tío. Una noche salió con Edward y la novia de su primo a comer helado. La chica volvió a su casa ilesa. Los dos muchachos fueron encontrados sin vida, con signos de violencia y disparos en sus cuerpos.
Su hermana fue quien debía darle la noticia. Fue por ella hasta el pueblo, pero la trajo con otro pretexto porque no tuvo el corazón para contarle la verdad. Beatriz volvió a la ciudad pensando que Weimar y Edward habían sufrido un accidente y se recuperaban en un hospital. La sorpresa fue inmensa cuando le dijeron de improviso que ya habían organizado el funeral. Ella no entendía nada de lo que pasaba.
Cuando Beatriz vio el cuerpo de su hijo y las heridas de bala, por un momento pensó que eran marcas de quemaduras de cigarrillo. Weimar y Edward figuraban como bajas del Ejército en la guerra contra las guerrillas.
Por un tiempo, Beatriz prefirió no ahondar en lo sucedido. No quiso buscar culpables. Fueron los padres de Edward quienes investigaron hasta tal punto que comenzaron a incomodar y recibieron amenazas. “No juegue al detectivito”, le dijeron una vez a su cuñado en una carta. Ante la situación, toda la familia tuvo que trasladarse a Jenesano, donde se refugiaron en una sola habitación.
El día que vio que había otras madres y familiares que, como ella y su hermana, habían perdido a sus muchachos de la misma forma, decidió volver a Bogotá para buscarlas. Tenía que pasar por los barrios donde alguna vez soñó que Weimar viviera con una familia.
Sentir que había personas que habían perdido a alguien tan querido le generaba una sensación de ser comprendida, de que había encontrado a su gente. Ese grupo más tarde se convertiría en Mafapo.

Jacqueline Castillo,hermana de Jaime Castillo Peña. Foto:Cortesía de Alejandro Osses
El estallido social de 2021 fue la chispa que encendió la inspiración en Alejandra, cuando vio cómo las madres de la primera línea salían con sus hijos a manifestarse en las calles. Luego se unieron las Mafapo a las marchas. En ese momento supo que debía hablar con ellas, conocerlas y rendirles un tributo.
“Me conmovió muchísimo ver que este grupo de mujeres salía todos los días a la protesta para alimentar a sus hijos. Fue un ejemplo de cuidado colectivo”, afirma Alejandra.
Ver lo que estas mujeres cocinaban durante el estallido social, cómo compartían sus platos con manifestantes y hasta con oficiales del extinto Esmad, fue lo que terminó de encender el fogón en Alejandra. Ese ambiente de maternidad y camaradería se convirtió en su inspiración para hacer Para El Alma.
Para dar inicio al proyecto, contactó a Daniel Guerrero, de la editorial independiente Hambre de Cultura. Él le ofreció consejo y le anticipó que sería un largo proceso de creación.
Su primera visita al Centro de Memoria, donde funciona la oficina de la organización, marcó el inicio de una relación que lleva cuatro años. Para uno de los momentos más importantes, invitó a las once mujeres a cocinar los platos que, de una u otra forma, les recordaban a sus hijos y hermanos. Incluso fueron más allá: ellas mismas sembraron los alimentos que luego prepararían.

Carmenza y Gloria Martínez Foto:Cortesía de Alejandro Osses
Los recorridos y convivencias entre Alejandra y las madres desembocaron en un encuentro entrañable en una vivienda prestada, a la que llegaron con platos, ollas y pertenencias de sus familiares para recordarlos.
El fotógrafo Alejandro Osses dejó inmortalizadas a las mujeres comunicándose con el lenguaje universal de la comida. Compartieron el fogón y sus recetas en confidencia. Entre ellas se consolidó una relación nacida del duelo y de la memoria de un país asolado por la violencia. Un sentimiento que solo quienes han sufrido lo que no tiene nombre pueden comprender plenamente.

Fríjoles borrachos, la receta de Doris Tejada Foto:Cortesía de Alejandro Osses
Alejandra no solo logró ganarse esa confianza, sino que entró en la historia y la intimidad de cada una, muchas veces reservada. Todo para que Colombia recuerde que, en medio de la guerra, todavía existe un pedazo de belleza y tradición que merece ser rescatado del caos para abrir camino a la paz.
Para El Alma no cuenta con el acompañamiento de ninguna institución ni con el respaldo de un fondo. Son la editorial y la autora a su suerte, y por eso están buscando apoyo de quienes quieran aportar para que este libro pueda ser impreso, pues es el paso más costoso para que este proyecto sea conocido en su totalidad.
María Paula Rodríguez Rozo
Periodista de REDACCIÓN ÚLTIMAS NOTICIAS
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