Por Salzburgo buscando sonrisas y lágrimas

Hace unos años la bella ciudad de Salzburgo vivió una inusitada polémica. ¿Debía o no dedicar una calle a Maria Augusta Kutschera, la “novicia rebelde” que al casarse con el capitán Georg von Trapp y ayudarle a educar a sus siete hijos con mucha música de por medio inspiraría Sonrisas y lágrimas ?
La historia de esta familia cantarina, adaptada primero al teatro, con magníficas canciones de Richard Rodgers y Oscar Hammerstein, y luego al cine en 1964 con Julie Andrews y Cristopher Plummer en los papeles principales (The Sound of Music es el título original), ha empujado a un alud de turistas hasta la localidad austriaca.
Pero cuando el Ayuntamiento debatió la cuestión de la calle, salieron a relucir aspectos poco pedagógicos. En sus propios textos autobiográficos, Maria había relatado que no tuvo dudas en recurrir a los azotes para disciplinar a alguno de los hijos del primer matrimonio del barón, y a los tres que tuvo con él.
A una de las chicas, Eleonore, le dijo que tenía “la cara como un caballo”, lo que al parecer mermó su autoestima durante años, aunque luego “agradeció” la educación estricta. Visto el informe que puso sobre la mesa estas actitudes de Frau Maria, la concejal que proponía el reconocimiento dio marcha atrás a la iniciativa, puesto que en Austria “está prohibido cualquier uso de la violencia como método educativo”.
⁄ El tour que recorre algunos de los escenarios de la película resulta un tanto decepcionanteY sin embargo, la villa natal de Mozart sigue rindiendo homenaje a los Trapp. Cada día salen, en autocares repletos, varios tours “Sonrisas y lágrimas” de la plaza Miranbell. Un viaje familiar reciente me ha permitido vivir una experiencia apetecida desde la visión infantil de la película y la fiel asistencia a representaciones de la obra en Londres, Nueva York o Sant Cugat (versión de Jaime Azpilicueta, 2012).
El tour dura cuatro horas. La primera parada tiene lugar a cierta distancia del palacio de Leopoldskron, que prestó sus jardines y escalinatas al lago a la casa Trapp. Los vislumbramos al otro lado del lago.

Julia Andrews (Maria) y los niños von Trapp en una escena de 'Sonrisas y lágrimas'
Hay otra parada en los jardines del palacio de Hellbrunn, donde se muestra una réplica algo deslucida del pabellón donde la hija mayor y el joven cartero nazi, y luego Maria y el capitán, se profesan melódicamente su cariño. La réplica, pequeña, está cerrada (una señora se desmayó dentro en cierta ocasión, rompiendo los cristales) y alberga paneles de promoción futbolística.
Para llegar a estos destinos enfilamos caminos arbolados como los que recorren en bicicleta los niños en la película. Pasamos rápido junto a la abadía de Nonnberg, el convento fílmico. Luego, un interminable trayecto (que, eso sí, permite atisbar los bellísimos paisajes alpinos) hasta la catedral de Monsee, donde se filmó la boda, único interior al que accedemos.
Las grabaciones proyectadas en el bus son de mala calidad, y echamos de menos representaciones con actores o al menos de realidad virtual. El guía, un amable señor mayor con traje regional, no incentiva precisamente el entusiasmo. Y ni nos acercamos al escenario del emocionante recital final del filme, previo a la escapada.
Aunque los fans de Sonrisas y lágrimas somos devotos y agradecidos, la experiencia (60 euros) resulta un tanto decepcionante.
Quedan los anecdotarios. El director Robert Wise inició sus localizaciones en Salzburgo en 1963; llevó un equipo de 250 personas y se pasó inquietantemente con el presupuesto. La Maria von Trapp real, ya viuda, visitó el rodaje e hizo buenas migas con Plummer. El actor no fingió su severidad: no le gustaban nada los niños.
En el rodaje de la escena de la canoa, Julia Andrews cayó por el lado equivocado y no pudo coger a la pequeña Kym Karath, que no sabía nadar y se llevó un buen susto.
La trama de Sonrisas y lágrimas condensa en varios meses de 1938 una historia que duró diez años, desde la boda (los Von Trapp se casaron en 1928) hasta la huida de Austria. La ficción, como suele ocurrir, embelleció la realidad. Es a la dulce Julie Andrews, antes que a la severa Maria real, a quien le correspondería en justicia esa calle de Salzburgo. Y al Ayuntamiento de la ciudad le toca mejorar los tours que patrocina.
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