Robert Johnson: el mesías demoníaco del blues que hizo un pacto con Satanás
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Sin duda alguna, la figura que más contribuyó a crear el mito del blues como música diabólica fue la de Robert Johnson y la leyenda del pacto con el diablo en el cruce de caminos de Clarksdale. Por este motivo, pero también, y me parece que más especialmente, por su carácter de bluesman que fue capaz de revolucionar la escena del blues en su momento, como guitarrista, creador y compositor de la extraordinaria calidad que atesoró siempre, como pionero del género y como figura referencial, como influencia clave para todas las generaciones posteriores que han ido llegando al mundo del blues y del rock, entiendo que era imprescindible dedicarle un capítulo en este libro.
Exactamente igual que en la vida de muchos grandes bluesman, su vida transcurre ya desde sus orígenes entre la realidad y la leyenda. Aunque durante mucho tiempo no se conoció el dato exacto de su fecha de nacimiento, se ha podido confirmar que nació el 8 de mayo de 1911 —aunque esta fecha aún a día de hoy sigue siendo objeto de controversia— en Hazlehurst, una pequeña ciudad del condado de Copiah en el estado de Misisipi. Fue fruto de una relación ocasional entre su madre, Julie Ann Majors, hija de antiguos esclavos negros, y un jornalero que pasó por la ciudad y que ni volvió ni se volvió a saber nunca más, aunque su madre le dijo en cierta ocasión que sabía que aquel jornalero se llamaba Noah Johnnson y que de esa circunstancia decidió tomar el ese apellido. De hecho, cuando nació Robert, Julia Ann estaba casada con un hombre llamado Charles Dodds, propietario de un negocio de carpintería y ebanistería, pero del que estaba momentáneamente separada.
Se sabe que cuando apenas contaba dos años de edad su familia tuvo que marcharse precipitadamente de Hazlehurst debido a una disputa con un importante terrateniente de la plantación en la que trabajaba —según algunas versiones, Charles Dodds había sido obligado por una turba de enfebrecidos racistas que pretendían obligarlo a abandonar Hazlehurst tras una disputa con terratenientes blancos y Julia se marchó con él y con Robert, separándose poco después— y se instaló en otra plantación de Arkansas, de donde también tuvo que marcharse al poco de llegar allí, esta vez por problemas con el hombre con el que se relacionaba sentimentalmente, que la maltrataba tanto a ella como a Robert.
Perseguida por las autoridades, fue arrestada y devuelta por la fuerza a Arkansas, pero antes se aseguró de dejar a Robert en un tren con destino a Memphis, Tennessee, donde parece ser que vivió con su marido, que había cambiado su nombre a Charles Spencer y en donde además de asistir regularmente a la Carnes Avenue Colored School, adquirió su amor por el blues y la música popular.
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A los once años de edad, Robert se reunió con su madre en Robinsonville, Misisipi, en donde se había establecido con su nuevo marido. Esta ciudad es de donde parte el hilo argumental de uno de los más conocidos y prestigiosos documentales que se han filmado sobre la controvertida vida del mítico bluesman, The Search for Robert Johnson, dirigido por Chris Hunt en 1991 y que cuenta, entre otras, con las aportaciones de Eric Clapton y Keith Richards.
Aunque Robert Johnson comenzó a ir a la escuela en Robinsonville, tanto por sus problemas de visión como por su desinterés por los estudios, abandonó pronto la escuela y hacia los 13 o 14 años se introdujo en el mundo de la música, primero como armonicista y después adentrándose de lleno en la guitarra. En esta época es cuando se hizo un cierto nombre en Robinsonville como promesa del blues y, a pesar de su juventud, ya acompañaba en actuaciones y giras locales a músicos consagrados en la escena local como Charlie Patton, Willie Brown y Son House, con el que llegó a tener una relación más estrecha y que, de hecho, parecer que fue quien años después hizo correr la versión de que su joven pupilo había hecho un pacto con el diablo. En 1928 se marchó del hogar familiar y volvió a Hazlehurst, en donde empezó a tocar en pequeños clubes y bares hasta que, a la edad de 18 años, en 1929, se casó con Virginia Travis, de 16 años.
Este matrimonio no obstante marcó un punto de inflexión definitivo en la vida de Robert Johnson. El muchacho pendenciero —ya desde esa edad era famoso por su carácter irascible y propenso a las peleas en los bares—, mujeriego, bebedor e incipiente bluesman decidió reformarse, consiguió un trabajo convencional —según algunas versiones, trabajó en una plantación, según otras, como mozo de almacén en un comercio— e incluso abandonó temporalmente la música para sacar adelante su matrimonio. Antes de cumplirse un año de su matrimonio, Virginia quedó embarazada y en los meses finales de la gestación, de acuerdo con Robert —esto deshace uno de los muchos falsos mitos sobre Robert Johnson: no abandonó a su mujer embarazada por otra mujer o para irse de gira como guitarrista, esta se fue con su consentimiento— se mudó a casa de sus padres para estar mejor atendida durante el parto, ya que en aquellos años en los Estados del sur de Estados Unidos aún estaba prohibido el ingreso en hospitales de la población negra.
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En esos meses Robert volvió temporalmente a la música, pero cuando regresó en abril de 1930 a Hazlehurst para el parto, se encontró con la trágica noticia de que tanto su mujer como su hija murieron por complicaciones hemorrágicas imprevistas al dar a luz. A raíz tanto del insoportable dolor que le produjo esta pérdida como por los rumores malintencionados y las habladurías acerca de que ambas habían muerto porque él las había abandonado, se dio a la bebida hasta convertirse en alcohólico y encontró refugio en el blues, dedicándose desde ese momento a la música al cien por cien.
Los familiares supervivientes de Virginia Travis declararon a uno de los más afamados historiadores del blues americano y conocido biógrafo de Johnson Robert 'Mack' McCormick que esas muertes fueron un castigo divino por la decisión de Robert de cantar canciones seculares, conocidas como "vender tu alma al diablo", lo cual llevó a McCormick a asegurar que el propio Johnson aceptó la frase como una descripción de su decisión de abandonar la vida respetable y convencional para convertirse en un músico de blues profesional.
Comienza la leyenda...Entre junio y noviembre de 1930 convivió con Esther Lockwood, madre de Robert Lockwood Jr., que más tarde se convertiría también en músico de blues, famoso por su asociación profesional con Sonny Boy Williamson II a lo largo de toda su carrera. Esther Lockwood no era millonaria, pero sí era una mujer adinerada que durante algún tiempo mantuvo a Robert hasta que este retomó en serio su carrera musical, meses después de su matrimonio. Cabe suponer que en estos meses de anonimato, Robert Johnson se dedicó a aprender más música, practicar y ensayar para ser mejor guitarrista, lo cual explicaría la sorpresa que produjo en el ambiente blues de Robinsonville cuando reapareció, cómo de ser un guitarrista limitado y cuya falta de experiencia se hacía evidente, se había convertido en todo un virtuoso, en un músico de una capacidad y un talento extraordinario. Pero la explicación fue otra muy distinta: como la mayoría de los músicos de blues, según se decía en aquellos años, no solamente por parte de la población blanca racista, ultraconservadora y religiosa, sino incluso por parte de gran parte de la propia población negra, Robert Johnson había vendido su alma al diablo para lograr éxito y fama como músico, siendo un excepcional guitarrista mientras durase su carrera.
Son House escuchó a Johnson tocar en Robbinsville, Misisipi y afirmó: "Cuando le conocí a finales de los años 20, tocaba la armónica y era bastante bueno en eso, pero quería tocar la guitarra, a pesar de que no lo hacía nada bien. Mejor dicho, era pésimo. ¡Jamás había oído un ruido así!... '¡Quítale esa guitarra a ese muchacho!', le decía a la gente, '¡está volviendo loca a la gente con ella!'" Pero un año o año y medio más tarde volvió y, según Son House, “empezó a tocar y Willie y yo no podíamos creer lo que estábamos viendo. ¡Era buenísimo! Nos dejó con la boca abierta a todos. Tenía una fuerza y una energía que parecía que viniera directamente del infierno. Solo podía haber hecho un pacto con el diablo".
El rumor no tardó en correr como la pólvora y se dice que el propio Robert Johnson lo alimentó en cierta manera, consciente o inconscientemente. En el primer caso, con la ambigüedad, las metáforas y el doble sentido que podían tener muchas de las letras de sus canciones; en el segundo, convirtiéndose en un personaje misterioso; a no ser que fuera en el dormitorio de alguna de las mujeres que iban a sus actuaciones, era muy extraño verle fuera del escenario, apareciendo y desapareciendo a velocidad de vértigo, en especial en cuanto terminaba sus shows, en los que ni siquiera decía "buenas noches" al público. Para muchos, esa desaparición como por arte de magia solo podía ser obra del diablo.
Se decía que Robert Johnson había vendido su alma al diablo para lograr éxito y fama, siendo un excepcional guitarrista mientras durase su carrera
En la tradición del vudú, que tiene su origen en el territorio que hoy ocupan las naciones de Benín, Ghana y Togo, en el África occidental subsahariana, se decía que Papa Legba, un poderoso espíritu que era coronado jefe de todos los dioses por su habilidad musical, bendeciría a los músicos si le invocaban en una encrucijada desierta a medianoche, dotándoles de una excepcional maestría como intérpretes.
Según la leyenda, Robert Johnson consumó su pacto satánico una medianoche de mediados de 1930 en un cruce de caminos de la localidad de Clarksdale, Misisipi, considerada por muchos la cuna del blues, pero sobre cuya ubicación exacta también existe controversia. Algunos afirman que se encuentra en la intersección de las carreteras 8 y 1 al sur de Rosedale. Otros dicen que estaba en Dockery Plantation, cerca de Clarksdale, mientras que una mayoría importante la sitúa en la intersección de las carreteras 61 y 49, hasta el punto de que allí se ha erigido una suerte de monumento con una gran guitarra coronándolo. La carretera 61 —la famosa Highway 61 mencionada por Bob Dylan en uno de sus clásicos— se conoce como la "carretera del blues", forma parte por supuesto de la "Ruta del Blues" a la que hacemos mención en otro apartado de este libro y la carretera 49 es la que lleva a la prisión de Parchman, inspiración para muchas de las más conocidas canciones de la historia del blues.
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Llevando esta leyenda del pacto satánico de Robert Johnson a la astracanada, se ha llegado a asegurar que cuando grabó sus canciones se colocó de cara a un rincón contra la pared y tapó los espejos que había en la habitación con mantas. Todo indica que lo que en cualquier caso pretendía era mejorar la acústica de la grabación, pero lo que se dijo fue que hacía esto porque nadie podía ver sus ojos mientras grababa, en tanto que en ese momento estaba siendo poseído por Satanás.
Esta es quizá la más famosa de las historias de supuestos pactos satánicos para lograr el éxito y la fama en la vida terrenal, pero en modo alguno fue la primera. Más allá de todas las obras literarias y audiovisuales, cuya trama tiene como eje vertebrador esta superstición, en la música existen algunos precedentes significativos.
Giuseppe Tartini, afamado compositor e intérprete de violín del siglo XVIII, fue quizá el primer músico sobre el que se especuló con posibles pactos satánicos y del que se decía que tanto su inspiración como el poderoso impacto que producía en la audiencia sus interpretaciones estaban directamente impulsadas por Satanás. Se cuenta que una de sus obras en particular, la conocida como Sonata para violín en sol menor y también denominada El trino del diablo, El sueño de Tartini o Sonate du diable, fue una de las composiciones más extrañas y complejas técnicamente escritas hasta aquella fecha y, al mismo tiempo, absolutamente fascinante, dando con ello pábulo a infinidad de leyendas, una de ellas atribuida al propio Tartini.
Según esta versión, Tartini confesó poco antes de morir que escribió esta pieza a la mañana siguiente de una noche en la que soñó que el maligno, con quien en teoría había hecho un pacto para venderle su alma, se le apareció y le solicitó tocar el violín con él. Este le entregó su violín al diablo y empezó a tocar con una destreza y un virtuosismo increíbles una pieza que se quedó impregnada en su cabeza y que le inspiró la creación de la célebre sonata.
Sobre el autor y el libro
Mariano Muniesa (Madrid, 1967) tiene una larga y prolífica carrera en el periodismo musical, tanto en prensa escrita como en radio y televisión. Ha dirigido y presentado diversos programas dedicados al mundo del rock en Cadena 100 Cope, Onda Cero, Cadena SER – 40 Principales, Mariskalrock.com y M21 Radio. En televisión, hizo lo propio con su programa Rock Star en 40 TV – Canal+, además de participar en otros espacios en Onda 6 TV y Canal Red. En prensa escrita, desde mediados de los años 80 fue redactor en revistas especializadas como Popular 1, Heavy Rock, LH Magazine y Rolling Stone, subdirector de Kerrang! y director y editor de la edición española de la revista alemana Rock Hard (2000-2006) y de Rock Star (2007-2008). Ha colaborado, entre otros, con el diario orensano La Región y Diario Red.
Es el autor con más obras publicadas en castellano sobre los Rolling Stones a nivel mundial, y es autor de biografías de The Who, Led Zeppelin, Janis Joplin, Jimi Hendrix, Metallica y Rammstein, entre otros. Desde diciembre de 2024, es miembro del Consejo de Administración de la Corporación RTVE. Su nuevo libro lleva por título Eso no estaba en mi libro de historia del blues (Almuzara) y en él hace un apasionado y apasionante recorrido por la música del alma negra del siglo XX, desde sus orígenes más remotos hasta su influencia en el presente, con contexto histórico, social y político.
En la Europa del siglo XIX adquirió fama mundial uno de los considerados mejores violinistas de la historia de la música, Niccolò Paganini, del cual también se dijo que su inconmensurable maestría con el violín solo podía venir de un pacto con el diablo, y según afirma Carlos Fisas en su libro Historias de la historia, en su época de mayor popularidad se dijo que habiendo sido responsable de un crimen, vendió su alma a Satanás a cambio de no ser descubierto y de llegar a ser el mejor violinista del mundo. Del mismo modo, también se hizo correr la leyenda de que durante un gran concierto que ofreció en Viena, se apareció el mismísimo Satanás en escena para ayudarle en la ejecución de las partes más difíciles de su interpretación. De hecho, cuando falleció en la ciudad francesa de Niza en 1840, el arzobispo de la ciudad le negó la sepultura en camposanto, so pretexto de ser un discípulo del diablo y de haberle vendido su alma a cambio del éxito.
Tommy Johnson, uno de los pioneros del blues del delta, anterior a Robert Johnson, aseguró directamente que había vendido su alma al diablo para lograr el éxito como músico, según afirmó su hermano LeDell: "Si quieres aprender a hacer canciones que lleguen al número 1, coge tu guitarra y ve a un cruce de caminos. Asegúrate de llegar allí un poco antes de las 12 (de la noche) y empieza a tocar algo con tu guitarra. En poco tiempo aparecerá un gran hombre cuyo rostro no podrás ver y vestido de negro que pedirá que le dejes tu guitarra. La tomará, la afinará, tocará un tema y te la devolverá. Después de aquella noche, aprendí de manera natural a tocar todo lo que quiero y lo que me ha hecho famoso".
Desde hace algunos años se asegura que el músico que dejó una huella más profunda y que se considera el maestro de Robert Johnson fue Isaiah "Ike" Zimmerman, bluesman de Beauregard, Misisipi, a quien Johnson conoció alrededor de 1931 durante el tiempo en el que estuvo en aquella zona esperando poder encontrar y conocer a su padre, Noah Johnson. Zimmerman acogió a Johnson y de hecho le permitió vivir unos meses en su casa, donde le enseño su estilo de tocar la guitarra y del que nuestro hombre aprendió muchísimo, en especial en cuanto a técnica. Años más tarde, incluso hubo una controversia entre las familias de ambos músicos en tanto que los miembros de la familia de Zimmerman han afirmado que algunas de las canciones de Johnson, incluida Ramblin’ on my Mind, fueron de hecho escritas por Zimmerman antes de que Johnson se quedara con la casa, y otras, incluidas Dust My Broom y Come on in my Kitchen, fueron coescritas por Zimmerman y Johnson.
Sin embargo, hay quien asegura que le enseñó otras cosas... era conocido el hecho de que Ike Zimmerman con frecuencia ensayaba en el cementerio de Beauregard y parece ser que en más de una ocasión, los dos practicaban de noche sentados en las lápidas del cementerio, lo cual sin duda alimentó más todavía la leyenda de que Zimmerman le había revelado cuál era el ritual por el que podría entrar en contacto con el diablo.
El Confidencial