Un libro que invita a beber amor a espuertas

Cuando era jovencito había dos historias digamos de amor que me encantaban. La primera era un cuento de Paul Morand. El escritor asiste a una competición ciclista de 24 horas y seduce a la esposa de uno de los participantes. Pero se emociona tanto con las incidencias de la carrera que al final desiste de irse a la cama con la señora, que estaba bien dispuesta. La otra es de una canción de Georges Brassens: L’orage. Una mujer llama a la puerta del cantante en medio de una tormenta, porque el marido, que es comercial de pararrayos, ha salido a vender sus productos. El vecino la consuela y a cada temporal viven una gran pasión. Hasta que, de tanto vender pararrayos, el tipo se forra y se mudan a un país imbécil donde nunca llueve. En los versos finales Brassens le pide a la lluvia que hable a golpes de bombo “auxquels on a t’nu tête ensemble ”. Es decir, los que han vivido juntos las tormentas. Yo, que era un pipiolo, me imaginaba las cabezas que entrechocaban sobre la almohada con amor eterno. Y no solo con la cabeza de la esposa del vendedor del pararrayos: todas las mujeres con las que el narrador había entrechocado en un catre. Creo en el amor, me gusta la manera dulce y delicada como lo abordan Morand y Brassens y me carga la tendencia a hablar mal de él y vivirlo como un drama.
Es una de las razones por las que Lisa Cohen, la primera novela de Ada Klein Fortuny (1975), me parece tan buena. Desde el punto de vista del estilo y del interés de algunos episodios concretos igual se podría mejorar, pero desde el punto de vista del tono es insuperable. Una de las pocas cosas que se saben de Klein, siempre celosa de su intimidad, es que es doctora. En el año de la pandemia publicó La plaga blanca, un recorrido por la historia cultural de la tuberculosis, que tuvo un recibimiento entusiasta. Con esta novela corta también se merece el aplauso. Una mujer que ha sido una belleza, ya no es una chiquilla, ha encontrado un amor de madurez y lo vive con “una alegria de ser desballestada ”. Tomar un tren para ir al encuentro de su amante, estar tumbada en la cama trazando dibujos con el dedo en el torso del tipo, le transmiten una sensación de plenitud. Es a partir de esa plenitud, y no del resentimiento y de la mala sombra, que la protagonista reconstruye para su consciencia y para la complicidad y el cariño de los lectores su vida sentimental y sexual desde la adolescencia.
⁄ Sin tontadas culturalistas, sin calcos rodorerianos depresivos: un soplo de viento fresco en la caraLisa Cohen celebra todas las cosas buenas del amor, que son bastantes. Cuenta con naturalidad que estando con un hombre se siente atraída por otro, que se hace de rogar y que cuanto más le van detrás más dice que no, que cada vez que rompe con un hombre al que ha querido busca hombres tirita para tapar la herida (menuda imagen), que se habla mucho del sexo pero que no se dice casi nada, que todos tenemos de él una idea rígida y masculina (a pesar de que las parejas de Lisa acostumbran a ser sensibles y tiernas), que las relaciones no son lineales, que se mueven por ciclos sentimentales y sexuales, que los grandes amantes son como las tomateras que mueren porque chupan tanto que agotan la tierra donde crecen, que se enamora de hombres que se atreven a dar el paso. La narradora dice que bebe el amor a galet ( a espuertas, podríamos traducir al castellano). Y de su mano también nosotros bebemos en abundancia.
También trata de asuntos dramáticos: la muerte en accidente de automóvil de los padres que no se quieren, un aborto, pero todo está tratado con la misma sencillez que cuando habla del amor. Sin escenas eróticas estúpidas, sin confesiones lacrimógenas, sin tontadas culturalistas, sin calcos rodorerianos depresivos: un soplo de aire fresco en la cara.
Ada Klein FortunyLisa CohenL’Altra Editorial. 192 páginas. 18,90 euros
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