Cómo sobrevivir a un mal inicio: un Alcaraz en modo Nadal para que España continúe su idilio con Roland Garros
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Ocurre como en esos rituales, más bien tradiciones, de los que está plagada la vida. Han pasado dos décadas, pero hay algo que se mantiene consustancial a las visitas a París en junio: hay un español que juega la final de Roland Garros. Tras conseguir su primer trofeo en Francia, Carlos Alcaraz defenderá el título ante Jannik Sinner en la final después de vencer a Lorenzo Musetti (4-6, 7-6, 6-0 y 2-0). El italiano abandonó el partido por problemas físicos tras forzar un poco y comprobar que era en vano.
La previa del duelo estuvo marcada por un momento icónico: Carlitos le hizo una foto a la placa de Rafa Nadal, inaugurada en la previa de esta edición. Quizá fuera una manera de apelar a la fortuna, de impregnarse del espíritu del ídolo. Alcaraz creció con sus gestas en París y el sueño ya se hizo realidad el año pasado. Pero quiere que se extienda en el tiempo para que la dinastía española alargue su reinado en Roland Garros.
Fue un duelo duro, por más que la retirada de Musetti invite a otras reflexiones. El italiano exhibió su mejor tenis, con reveses cruzados a una mano que recordaron al mejor Roger Federer. No es ninguna hipérbole, ojo, basta con acudir a las redes y visualizar semejantes golpes catalogables incluso como pieza de museo.
Las oportunidades de rotura para Alcaraz no habían sido aprovechadas, a diferencia de lo que había logrado Musetti. El desenlace parecía poco halagüeño para Carlitos por su asidua dificultad para resistir en la adversidad. Pero ante semejante coyuntura emergió su versión más nadaliana para superar el trance y allanar el trayecto hacia la final.
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La faceta mental de Carlitos siempre ha sido objeto de críticas, quizá porque se trata del único aspecto en el que es vulnerable. Alcaraz es en compendio un tenista completísimo con un registro variado que lo convertiría en prácticamente imbatible de añadir la fortaleza psicológica a su currículum. Y ante Musetti dio muestras de ello.
Asistir a su versión más nadaliana deja una incógnita: ¿nos gusta a los españoles el tenis o nos gustaba ver a Nadal? Es sensato inclinarse por lo segundo, porque admiramos las epopeyas. De igual manera que preferíamos a Perico antes que a Induráin, elegimos a Rafa antes que a Carlitos porque hay en Alcaraz un juego alejado de la dificultad, mientras que la inferioridad manifiesta era el argumento para ser admiradores de las hazañas de Nadal.
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El gusto por Rafa no es óbice para sentarse a ver a Carlitos cada vez que hay oportunidad. Con Alcaraz, sin embargo, el guion es más previsible, por más que haya tenistas, como ocurrió con Musetti, que lo obliguen a actuar cual funambulista. Es (casi) seguro que tendrá un bajón a lo largo del encuentro, pero la localización de su mejor versión lo convierte en un huracán inapelable.
Ahora le toca su tercera final en 12 meses en la Philippe Chatrier, el lugar que ha visto a españoles en 16 de sus últimas 21 finales. De conseguir el triunfo, sería su quinto Grand Slam. Y la continuación de una hegemonía inconclusa en París. Una dinastía que tiene aroma de monarquía absoluta.
El Confidencial