Ronda Rousey, la estrella de la UFC que conquistó a Dana White y eclipsó al mismísimo McGregor
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Ronda Jean Rousey (Estados Unidos, 1987) creció siendo una niña infeliz. La vida le dio muchos sopapos antes de convertirse en una máquina de amasar dinero repartiendo guantazos como luchadora de artes marciales mixtas. Nació con el hilo umbilical enrollado alrededor del cuello lo que derivó en un trastorno en el habla llamado apraxia que le impedía construir frases inteligibles. Esa incomunicación le aisló de sus amigos del colegio hasta convertirse en una joven problemática incapaz de relacionarse con nadie. No ayudó mucho a su integración social que su padre se suicidara cuando ella apenas tenía ocho años de edad. Se había quedado paralítico tras un accidente de trineo y entendió que así no merecía la pena seguir viviendo.
Con el tiempo, Rousey pasó a ser la mujer capaz de ganar más dólares en un evento de pago por televisión y hasta el canal ESPN la consagró como la mejor atleta femenina de todos los tiempos. Ha sido actriz y ha escrito su autobiografía, así que pocas cosas le quedan por hacer en la vida a los 38 años salvo gastar los más de 17 millones de euros que ha ganado a lo largo de su vida deportiva. Las conmociones cerebrales precipitaron su retirada. Dana White, jefazo de la UFC, la señaló como "la mejor atleta" con la que trabajó, poniéndola por encima de Connor McGregor.
Como era la menor de tres hermanas, y con esas dificultades para hacer amigas, Rousey siempre fue el ojito derecho de su madre, AnnMaria De Mars, una doctora en psicología educativa que había sido campeona del mundo de judo tres años antes de alumbrar a Ronda. Con ella empezó a entrenar a los once años hasta que, sin querer, le rompió la muñeca a su madre y tuvo que buscarse otra entrenadora. No lo debía hacer mal porque a los 17 años fue a los Juegos Olímpicos de Atenas (2004). Fue la judoca estadounidense más joven en clasificarse en una cita olímpica. No pasó de la primera ronda. Tal vez fue entonces cuando comenzó a forjar su leyenda de luchadora. La revancha le vino cuatro años en Beijing. Sin embargo, una medalla de bronce no fue motivo suficiente para seguir con el judo. Ya rondaba por su cabeza meterse en el octágono para repartir puñetazos y patadas. La parte de las inmovilizaciones y estrangulaciones ya las dominaba, así que no partía de cero. La fama estaba a punto de llamar a su puerta.
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Antes de decantarse por las artes marciales trabajó como camarera. No ganaba lo suficiente como para vivir de una forma holgada y tampoco es que atender detrás de una barra fuera su verdadera vocación. Eso le llevó a los 23 años a hacer una especie de borrón y cuenta nueva en su vida. Pasó página para dar por iniciada su exitosa carrera como amateur en las Martials Mixed Arts (MMA) gracias a la ayuda de su entrenador Edmond Tarverdya. Su primer rival, a quien derrotó por sumisión, solo le duró 23 segundos. La antigua judoca iba creciendo como luchadora y haciéndose un nombre. Nadie le plantaba cara. No tardó ni medio año en hacerse profesional, y ni aun así encontró a una mujer que le durara más de un minuto en el octógono. Ni siquiera el reto de noquear a la campeona del mundo del peso pluma, la canadiense Julia Budd, le supuso un gran esfuerzo. En menos de 50 segundos le dislocó el codo y el árbitro no tuvo más remedio que parar la pelea.
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Su siguiente paso era bajar de peso para verse las caras con la campeona del mundo del peso gallo Miesha Tate, que se convirtió en su siguiente víctima. El rostro de Rousey ya iba haciéndose familiar entre los norteamericanos. Era habitual verle en entrevistas televisivas o en combates. Dominaba el showtime como nadie. Para enfrentarse a Sarah Kaufman, otra campeona del peso gallo, quiso calentar el combate amenazando con arrancar el brazo de la canadiense. No contenta con sus bravuconadas, le advirtió también de que iba a reventar a golpes su cara hasta matarla. La oponente solo le duró de pie 56 segundos después de utilizar su arma de ataque preferida; una técnica de judo llamada juji gatame. Ya crecida, Rousey retó a pelear a la vigente campeona del mundo del peso pluma Cris Cybor. Eso sí, con la condición de hacerlo en categoría gallo.
A base de puñetazos, patadas e inmovilizaciones, Ronda Rousey acaparaba los titulares de prensa. Solo le faltaba un reconocimiento oficial que logró de la mano de la empresa estadounidense de artes marciales Ultimate Fighting Championship (UFC), que hasta entonces era coto vedado para las mujeres. Fue su primera campeona del peso gallo, lo mismo que en otra empresa privada llamada Strikeforce. Una vez llegada a la cima del éxito, tocaba lo más difícil: mantenerse en la cumbre. Su primera oponente fue Liz Carmouche que dislocó la mandíbula de la campeona de un guantazo. Rousey no se rindió y en menos de cinco minutos consiguió inmovilizarla en el suelo. Había ganado, pero a los ojos de los aficionados ya parecía más vulnerable.
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Entre combate y combate tuvo tiempo de hacer cameos en el cine y hasta logró ser portada de revistas masculinas como Maxime. Intervino en la séptima película de la saga Fast & Furious (2015) en la que intercambiaba golpes con la actriz Michelle Rodríguez, ataviadas ambas con suntuosos vestidos de gala. La pelea acabó en tablas tras caer desde lo alto de una escalera y estamparse contra una mesa. Testigos de aquella riña fueron los dos principales actores protagonistas como Vin Diesel o Dwayne Johnson, cuyas carreras cinematográficas han estado siempre vinculadas a las artes marciales, y la española Elsa Pataky. Un año antes había formado parte del elenco de estrellas que intervinieron en Los Mercenarios 3 como Harrison Ford, Sylvester Stallone, Mel Gibson o Antonio Banderas. Su última aparición fue también en 2015 con la cinta de Doug Ellin titulado Entourage donde se interpretaba a sí misma. Estuvo a punto también de ser la protagonista femenina en la segunda parte de De profesión: duro, junto a Patrick Swayze. La repentina muerte del actor en 2009 lo impidió.
La luchadora norteamericana lo quería abarcar todo, incluso la literatura. De ahí su empeño en publicar en 2015 su autobiografía, tal vez de una forma un tanto apresurada, titulada My Fight / Your Fight (Mi lucha / Tu lucha). Tan solo tenía 28 años cuando escribió el libro a medias con su hermana María. Allí confesaba sus problemas con el habla, la dolorosa pérdida de su padre, sus comienzos en las artes marciales mixtas y su búsqueda constante de la excelencia que le convirtió en una auténtica celebridad. La opinión que tiene de sí misma no deja lugar a dudas sobre su carácter ganador: "Cada vez que entro en una jaula, estoy absolutamente segura de que voy a ganar. No solo soy mejor luchadora que la otra persona, no solo tengo un deseo más fuerte de ganar, sino que he trabajado más duro de lo que mi oponente lo hará jamás. Eso es lo que me diferencia del resto".
Otro de los episodios que narraba en sus memorias fue cuando descubrió que un exnovio le había sacado fotos desnuda sin su consentimiento. Su respuesta fue propinarle una paliza que le dejó en el suelo retorciéndose de dolor y luego borró las fotos del ordenador. No obstante, el miedo a que hubiera hecho una copia le sirvió como es excusa para posar desnuda para la edición Body de la revista ESPN.
Después de tres años sin apenas oposición, le tocó enfrentarse a Holly Holm, una experta en kickboxing que le noqueó en el segundo asalto de una certera patada en la cara. Llevaba seis defensas del título con un promedio de tres minutos en el octágono y su cuenta bancaria ya había alcanzado los siete dígitos. La derrota no le sentó muy bien. De hecho, siempre trataba de ocultar los moretones del rostro con lo primero que tuviera a mano. Además, años más tarde admitió que antes de aquel combate se había caído por las escaleras y había sufrido una conmoción cerebral. "No se lo conté ni a mi entrenador porque sabía que no me iba a dejar luchar y yo no estaba lista para parar", afirma.
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Tardó más de medio año en reaparecer. Lo hizo el 30 de diciembre de 2016 frente a Amanda Nunes y otra vez mordió el polvo en el primer asalto. Su estrella empezaba a apagarse a pesar de que logró embolsarse cerca de cinco millones de euros. En total ganó 15,5 millones de euros por ocho combates con un saldo de seis victorias y dos derrotas. Esas cifras solo estaban alcance de ella. Por ejemplo, su rival, no llegó a acumular ni la mitad de la fortuna que Rousey durante sus diez años de andadura en la UFC. Esa diferencia salarial obedecía a que las mujeres cobraban en función de los ingresos que generaran para la empresa que les tenía contratadas. De ahí la abismal desproporción de emolumentos con respecto a los hombres. La norteamericana no tenía pelos en la lengua. Fue muy clara al expresar su postura. ¿Igualdad? De eso nada. En su opinión había que priorizar los índices de audiencias a una equiparación de salarios. Sus palabras no sentaron nada bien a sus compañeras, lo que provocó un fuerte distanciamiento.
Su retiro temporal de las artes marciales mixtas lo aprovechó para replantearse su futuro junto a su marido, Travis Browne, un luchador hawaiano con antecedentes penales por violencia de género, y para hacer campaña por el candidato a las primarias del Partido Demócrata, Bernie Sanders, que finalmente fue derrotado por Hilary Clinton. También apoyó de forma pública otras causas con tintes políticos cuando, por ejemplo, en 2015 visitó Ereván, la capital de Armenia, para rendir homenaje a los casi dos millones personas asesinadas un siglo atrás por parte del imperio otomano, lo que se conoció como el genocidio armenio.
"También apoyó de forma pública otras causas con tintes políticos cuando, por ejemplo, en 2015 visitó Ereván, la capital de Armenia"
En 2018 comenzaron sus peleas con la World Wrestling Entertainment (WWE). Permaneció 231 días invicta hasta que se retiró para dar a luz a su primera hija La´akea. En 2022 regresó unos meses y de nuevo la maternidad le apartó de la lucha. El pasado 9 de enero dio a su a su segundo hijo: Liko´ula. La vida de Ronda Rousey transcurre ahora sin sobresaltos apartada de los focos mediáticos en Venice (Califonia). Poco queda ya de aquella adolescente de la que se reían sus amigos por el tamaño de sus brazos llamándola Miss Man.
Las conmociones cerebrales que sufrió durante su carrera deportiva le obligaron a pensar más en su familia que en sí misma. Eso lo contó en su segundo libro de memorias Our Fight: A Memoir (Nuestra Lucha: Una Memoria). Queda la duda de si Ronda Rousey volverá a competir algún día. Los aficionados echan en falta a aquella mujer que taladraba con su miraba a sus rivales antes del combate y que luego exhibía su sonrisa cuando les derrotaba. De momento le pueden seguir a través de Instagram, donde tiene más de 17 millones de seguidores, y cada publicación esponsorizada le puede generar unos 150.000 euros.
El Confidencial