Trump es un revolucionario, ¿tendrá éxito?

Los hiperactivos cien primeros días del segundo mandato de Donald Trump han sido los más influyentes de cualquier presidente de este siglo, y quizás desde la época de Franklin D. Roosevelt. Antes de la toma de posesión, los estadounidenses se preguntaban qué tipo de gobierno iban a tener. Ese debate ya ha terminado. Trump encabeza un proyecto revolucionario que aspira a rehacer la economía, la burocracia, la cultura, la política exterior e incluso la propia idea de Estados Unidos. La pregunta para los próximos 1.361 días es: ¿lo logrará?
La presidencia de Trump ha sido muy popular entre sus votantes. Su índice de aprobación entre los republicanos es del 90%. Ha encontrado poca resistencia en su avance en todos los frentes y ha atacado la administración pública, los bufetes de abogados, las universidades, los medios de comunicación y cualquier institución que él asocie con la élite de inclinaciones demócratas.
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Como cualquier revolución, MAGA tiene un método y una teoría. El método consiste en doblegar o saltarse la ley con una avalancha de órdenes ejecutivas; y, cuando los tribunales reaccionan, desafiarlos a que se atrevan a desobedecer al presidente. La teoría es la del poder ejecutivo sin límites; la idea apuntada por Richard Nixon según la cual, si el presidente hace algo, entonces es legal. Ese comportamiento ya ha socavado cosas que hacen de verdad grande a Estados Unidos: una visión del interés nacional lo bastante amplia para incluir el pago de medicamentos para la sida en África, la sensación de que las instituciones independientes tienen su propio valor, la creencia de que los oponentes políticos pueden ser patriotas y la fe en el dólar.
Si esta revolución no se contiene, puede conducir al autoritarismo. Algunos intelectuales MAGA admiran Hungría, donde Viktor Orban ejerce su control sobre los tribunales, las universidades y los medios de comunicación. Y es cierto que Estados Unidos ofrece cierto margen para un aspirante a dirigente autoritario. El Congreso ha creado muchas excepciones a las normas habituales que pueden activarse si el presidente declara una emergencia; Trump las está aprovechando al máximo, basta ver su satisfacción por la capacidad del presidente de El Salvador para encarcelar a personas sin juicio. Aunque MAGA no puede controlar los medios de comunicación, sí que puede intimidar a sus propietarios corporativos; y, además, la fragmentación ha diluido el poder de la prensa para controlar al presidente. El Congreso se muestra sumiso porque los republicanos le deben el puesto y lo saben. Una preocupación es que los tribunales se mantengan firmes y que el gobierno acabe desafiando sus fallos. Otra que, por miedo a ello, el Tribunal Supremo intente preservar su autoridad cediendo de forma preventiva.

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ROBYN BECK / AFPSin embargo, hay otro escenario que es más probable y donde el extremismo de los primeros cien días despierta poderosas fuerzas de resistencia. Una de esas fuerzas son los inversores en el mercado de bonos y el mercado de valores. Aunque, en general, se mostraron entusiasmados con la elección de Trump, también han sido sus oponentes más eficaces; no por convicciones políticas, sino porque se mueven en la realidad. Están alarmados, y con razón, por el envenenamiento de la economía ocasionado por los aranceles. El déficit presupuestario descontrolado y una incompetencia política pueden provocar una caída del dólar.
Ante la angustia de los mercados, Trump ha dado marcha atrás dos veces en el último mes: primero, en relación con la imposición de aranceles “recíprocos”; y, la semana pasada, en relación con el cese de Jerome Powell, presidente de la Reserva Federal. Además, mientras Elon Musk promete dedicar menos tiempo al derribo de la burocracia para ocuparse de su maltrecho negocio de coches eléctricos, Trump ha insinuado que desea encontrar una salida a la insostenible y mal planificada guerra comercial que ha lanzado contra China.
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Otra fuente de resistencia podrían ser los votantes, incluidos los republicanos, si la economía va mal. Aunque Trump ha logrado frenar la inmigración ilegal, su índice de aprobación en el plano nacional ya ha caído más y más deprisa que el de cualquier otro presidente y ha superado su propio récord del primer mandato en cuanto a insatisfacción de los estadounidenses. Los modelos de The Economist indican que su índice de aprobación está ahora por debajo del 50% en todos los estados indecisos en los que ganó en noviembre.
La mayoría de los estadounidenses no quiere una revolución. A muchos les gusta la idea de recuperar la industria manufacturera, pero sólo una cuarta parte dice estar dispuesta a trabajar en esas nuevas fábricas. Les gusta la idea del comercio justo, pero no quieren el caos. Y la inflación no le gusta a nadie. Trump, al igual que otros presidentes, puede pensar que una ajustada victoria electoral le da derecho a ser inmortalizado en el monte Rushmore; pero su victoria no le da derecho a gobernar por decreto, cerrar organismos creados por el Congreso, suspender el habeas corpus o apoderarse de Groenlandia.
Al final, los malos resultados en las encuestas pasarán factura a los cargos electos. Estados Unidos es un sistema federal demasiado grande y con demasiados centros de poder rivales para convertirse en Hungría (cuya población es similar a la de Nueva Jersey). Y también el Congreso podría convertirse en un problema para Trump. Los republicanos tienen una exigua mayoría en la Cámara de Representantes y sólo pudieron aprobar un marco presupuestario debido al fallecimiento de un par de representantes demócratas. Los mercados de apuestas dan a los demócratas más del 80% de posibilidades de recuperar la Cámara el año que viene. Ese control permitirá a los demócratas frenar a Trump, aunque siguiera gobernando mediante órdenes ejecutivas. En el Senado, a los republicanos les faltan siete votos para alcanzar los 60 necesarios para evitar el filibusterismo. Esas limitaciones son reales.

Sede del Tribunal Supremo de Estados Unidos
Europa Press/Contacto/Mark AlfredLa última fuente de resistencia son los tribunales. La ley avanza lentamente, pero el Tribunal Supremo ya ha dictado una sentencia por 9 votos a 0 en el caso de un hombre deportado injustamente a El Salvador. Al igual que otras instituciones, los tribunales tienen menos que temer del desafío de un presidente impopular. El gobierno aún puede perder casos sobre los aranceles, sobre la capacidad del presidente para despedir a funcionarios y cerrar organismos sin el respaldo del Congreso, y sobre el uso indiscriminado por parte de Trump de disposiciones de emergencia como la Ley de Enemigos Extranjeros. Si eso ocurre, la teoría trumpiana del poder ejecutivo quedará desacreditada.
Incluso en la lectura menos pesimista de la revolución MAGA, Trump ya ha causado un daño duradero a las instituciones, las alianzas y la posición moral de Estados Unidos. Y, en caso de verse frenado por los inversores, los votantes o los tribunales, es probable que Trump arremeta con aun mayor ferocidad contra las instituciones. Utilizando el recientemente politizado Departamento de Justicia, podría perseguir a sus oponentes y avivar el miedo y el conflicto que le dan licencia para actuar. En el extranjero, podría dar lugar a provocaciones capaces de destruir alianzas; por ejemplo, en Groenlandia o Panamá. No hay vuelta atrás a cómo era Estados Unidos hace cien días. Lo único que hay son 1.361 días por delante.
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Traducción: Juan Gabriel López Guix
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