El departamento de Colombia que alberga la 'octava maravilla natural del mundo' y destaca por imponentes paisajes
En Colombia, solo hay un departamento que tiene el privilegio de que lo bañen las aguas del río Orinoco, el tercero más caudaloso del mundo y que también tiene presencia en las riberas venezolanas. En sus aguas, miles de años de formación de biodiversidad emulan escenarios que, de no haber sido documentados, podrían ser fácilmente confundidos con otros mundos.
No por nada, el biólogo Alexander von Humboldt encontró, en medio de las montañas, un raudal al que calificó como la octava maravilla natural del mundo. Entre llanos, Tepuyes y extensos bosques inundables, el departamento del Vichada es un paraíso que no ha sido casi tocado por el hombre.
Puerto Carreño: calles rojizas a la orilla del Orinoco
Entre sonidos de vallenato y el bullicio de la gente, se alza la capital del departamento que se autodefine como una Tierra para quienes no tienen tierra. Un pequeño municipio en medio de los llanos con calles rojizas por el ripio que lo compone es la primera parada para conocer los regalos que la naturaleza le dio a este territorio.
Cerro de la bandera, Puerto Carreño. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
Desde el cerro de la bandera se alcanza a ver, con detalle, cómo los árboles dibujan la frontera entre Colombia y Venezuela. El murmullo del Orinoco y el sol que hace que amanezca más temprano que en otros lugares del país, anuncian el comienzo de cada jornada a las miles de personas que, lejos de la inmediatez de las grandes ciudades, desarrollan sus vidas al lado del caudal.
Al entrar en el río, no hay más transporte que canoas que llevan a las personas por las aguas del Orinoco para descubrir la primera de las maravillas de este territorio: el río Bita, el mejor conservado del país. Las aguas cristalinas de este cuerpo de agua, junto al gran caudal del río en el que desemboca, hacen el ecosistema perfecto para que miles de plantas prosperen debajo y en las riberas.
Vista desde el cerro de la bandera, Puerto Carreño Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
Los sonidos de las lanchas actúan como un llamado para los delfines rosados que, al escucharlas, piensan que habrá pesca y se asoman a la superficie por pocos segundos para tomar aire.
Delfín rosado en las aguas del río Bita. Foto:ANATO
Tambora: la puerta al Parque Nacional El Tuparro
Tras pasar varias horas en viaje por carretera por llanos, montañas y pequeños municipios ubicados en todo el límite fronterizo, un viaje en lancha de una hora y media empieza a descubrir los misterios de una selva inmensa en la que viven pescadores. El destino: Tambora, un territorio en el que, una estatua de Simón Bolívar, es evidencia de lo que algún día fue un gran complejo de rehabilitación para personas del Bronx, en Bogotá.
Tambora solía ser un centro de rehabilitación para personas en condición de calle de Bogotá. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
A su lado, el pequeño campamento que creó don Rosevelt Rodríguez, un hombre que conoce las rutas del bosque y del Parque Nacional como si estuvieran delimitadas por calles imaginarias en su mente. Allí, en medio de la selva donde, irónicamente, hay mejor señal que en la capital del departamento, el sol se filtra por las hojas de los miles de árboles que componen un territorio que cambia dependiendo de la época del año.
Allí hay "verano" e "invierno". En la primera "estación", extensas playas invitan a los turistas a caminar el territorio y bañarse en las aguas que bañan los bosques de galería; en la segunda, los lugares donde hubo playas y altos árboles, se llenan de agua y permiten navegar por encima de la copa de los mismos.
El río se convierte en un espejo que cubre hasta la copa de los árboles. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
El Tuparro: la casa de la biodiversidad y el mirador a la octava maravilla
En épocas antiguas, cuando en la zona solo había presencia de comunidades indígenas como la Sikuani bautizaron uno de los ríos como Tuparro, que, aunque no tiene un significado claro, podría referirse a la agresividad de sus aguas que se comportaba como un "cementerio" para quienes las desafiaran. De ahí, se tomó el nombre del Parque Nacional, homónimo y en el cual confluyen cinco ecosistemas representativos: sabanas secas, inundables, bosques de galería y de tierra firme y afloramientos rocosos.
El Parque tiene, aproximadamente, 557mil hectáreas de superficie y miles de especies viviendo entre sabanas, montañas, ríos, raudales y tepuyes. La humedad no es impedimento para caminar por los senderos y encontrar, dentro de toda la inmensidad, nacimientos de agua que hacen parecer como si las grandes rocas brillaran.
Piedra Calabaza en el sendero Atalea. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
Tras caminar con la guía de un miembro de la comunidad Sikuani, al que le dicen Palma, dentro de las montañas del Parque, las rocas empiezan a verse como si estuvieran en equilibrio por fuerzas extrañas. Una formación entre dos grandes rocas hecha por el agua durante millones de años conforma Caño Lapa, un rincón en la selva en la que se hace un tobogán natural de color verde otorgado por las algas.
Caño Lapa, un tesoro escondido dentro del Parque. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
En otro sector del Parque, tras varios minutos de caminata en medio del bosque y la aparición de piedras como "la piedra calabaza", el sendero la Atalea finaliza en uno de los miradores más lindos que hay en todo el territorio del Vichada. Desde la cima del Tepuy se puede ver la inmensidad del Orinoco y, a un lado, su agresividad traducida en los raudales de Maipures, calificado como la octava maravilla natural del mundo por el biólogo Alexander Von Humboldt.
Los raudales convierten el murmullo del río en un rugido impresionante que da cuenta de la imposibilidad de transitar los rápidos del caudal. las grandes piedras que están al lado del Tepuy hacen que el agua gane velocidad y se convierta en un espectáculo para cualquier espectador que, entre el agua, las aves, las plantas y las rocas, se hipnotizaría por la inmensidad de la obra divina.
Raudal de Maipures en el Parque Nacional El Tuparro. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
Un bosque que se inunda hasta permitir navegar junto a la copa de los árboles
Todo el día, en temporadas de veda, salen de los lados del río personas que, de los dos lados de la frontera, viven de la pesca. Con sus inmensas atarrayas hacen una coreografía cada vez que ven el movimiento de los peces en el agua para capturarlos y venderlos.
La luz comparte protagonismo con el agua que, cuando está aparentemente quieta, actúa como un gran espejo que pareciera duplicar las maravillas naturales de montañas y bosques. En un sector del Parque, uno de estos bosques inundados hace que, lo que antes era sabana, ahora se convierta en un brazo del río Tomo. El Tomito se forma y permite que, como flotando por el cielo, quien pase por ahí transite junto a las copas de los árboles que por el invierno se inundaron.
Río Tomo y Tomito, Vichada. Foto:Sergio Andrés Gamboa Mendivelso - El Tiempo
El departamento del Vichada, junto al Parque Nacional El Tuparro, las aguas del Orinoco, los raudales de Maipures, los tepuyes y las múltiples atracciones ecoturísticas que alberga, se posiciona como un destino escondido en Colombia que tiene potencial para ser visitado por los más osados o por quienes quieran corroborar que Colombia, en efecto, es el país de la belleza.