Las paradojas del impuesto al azúcar, desde la postergación de Meloni hasta la duplicación de Schlein

En el Consejo de Ministros de ayer, el gobierno dio un nuevo golpe al impuesto al azúcar: lo pospuso hasta el 1 de enero de 2026. Lleva seis años así. El impuesto a las bebidas azucaradas fue introducido por el gobierno de Conte II con la Ley de Presupuestos de 2020, pero nunca entró en vigor: desde entonces siempre ha estado ahí, pero nunca ha existido. Siempre pospuesto, de año en año, ahora de semestre en semestre. Por lo tanto, el gobierno, pocos días antes de su entrada en vigor el 1 de julio, encontró 142 millones de euros para aplazar el impuesto al azúcar al nuevo año, y ya en septiembre tendrá que empezar a buscar otros recursos para posponerlo de nuevo en la próxima Ley de Presupuestos.

Estas no son cifras elevadas. Se necesitarían unos 300 millones estructurales para eliminar lo que, más que un impuesto, se ha convertido en una ficción contable en el presupuesto estatal: a Europa y a los mercados se les dice que el impuesto no existe hoy, pero sí el año que viene, en cuyo presupuesto se incluye como ingreso. Se trata, en resumen, de una reedición microscópica de las cláusulas de salvaguardia del IVA. Aunque siempre es complicado encontrar cobertura, es difícil pensar que la política presupuestaria del ministro de Economía, Giancarlo Giorgetti, se mantenga gracias al impuesto al azúcar: si en un momento dado el país logró deshacerse de la ficción de las cláusulas de salvaguardia del IVA, que ascendían a unos 20 000 millones, no debería haber problema en prescindir de los falsos 300 millones del impuesto al azúcar.

Más surrealista que el propio impuesto, sin embargo, es la postura de quienes lo inventaron. El Partido Demócrata, con gran olfato político, unos días antes de que el gobierno pospusiera el impuesto al azúcar, propuso duplicarlo , estableciendo tramos y tasas progresivas (una especie de Irpef para el azúcar ). Así, el partido que siempre ha pospuesto el impuesto que inventó cuando estaba en el gobierno, quiere introducirlo ahora que está en la oposición. Acusando, además, al gobierno de Meloni de hacer exactamente lo que hizo el Partido Demócrata cuando estaba en el cargo: posponerlo. Ahora, dice el Honorable Marco Furfaro , jefe de Bienestar del Partido Demócrata, con Elly Schlein al mando, el impuesto al azúcar se ha convertido en "una bandera del Partido Demócrata". El proyecto de ley fue redactado por la diputada Eleonora Evi (anteriormente M5S), Nataliya Gera (una popular "coach de salud y entrenadora postural" en Instagram) y el Dr. Franco Berrino (antigua estrella del blog de Beppe Grillo y vendedor de cursos de cocina en "La fucina", un antiguo sitio web de la galaxia Casaleggio Associati). En resumen, el PD de Schlein se apropió de todo el paquete del M5S de hace diez años , del que incluso el actual M5S de Giuseppe Conte se ha distanciado, y lo convirtió en "una bandera".

La abolición del impuesto al azúcar no solo es necesaria para brindar seguridad a las empresas, sino que debería tener un valor estratégico para todo el sector agroalimentario italiano. En septiembre de este año, las Naciones Unidas acogerán la cuarta cumbre de alto nivel sobre enfermedades no transmisibles (problemas cardiovasculares, cáncer, diabetes, obesidad, enfermedades respiratorias, etc.), en la que la primera ministra Giorgia Meloni podría participar directamente, donde también se debatirán los hábitos alimentarios y las políticas que se adoptarán hasta 2050 en relación con las dietas y los alimentos considerados "poco saludables".

Se debaten medidas como el etiquetado de los paquetes, la reducción de la actividad de marketing, los límites a la publicidad y los patrocinios, los impuestos y la prohibición de ventas en determinados contextos. En resumen, se trata de decidir si se aplica a los alimentos el mismo enfoque empleado contra el tabaco . Esta perspectiva, que también presenta limitaciones científicas y de eficacia (los alimentos no son como los cigarrillos), representa una amenaza para la industria y la tradición agroalimentaria italianas , ya que las evaluaciones sobre la salubridad de los alimentos afectarían a sustancias como los azúcares, la sal y las grasas —independientemente de su consumo en una dieta equilibrada—, que son elementos fundamentales de la producción italiana.

El riesgo, en resumen, es que muchos productos típicos italianos, como vinos, quesos, embutidos, aceite de oliva, dulces y conservas de tomate, podrían incluirse entre los "alimentos poco saludables". Por otro lado, las regulaciones sanitarias, como es sabido, constituyen un pretexto formidable en manos de los Estados para imponer políticas comerciales proteccionistas: se levantan barreras (aranceles y otros) mediante esas herramientas —desde el Nutriscore hasta las etiquetas alarmistas y los impuestos— que preocupan enormemente al ministro de Agricultura, Francesco Lollobrigida , y contra las que Italia siempre ha luchado, en todos los ámbitos, independientemente del color político de los gobiernos.

Si Italia se opone a las etiquetas alarmistas y a los impuestos sobre los alimentos porque perjudican el «Hecho en Italia» y afectan a la dieta mediterránea, eliminar el impuesto al azúcar de su legislación es un elemento de coherencia que contribuye a una mayor credibilidad en los foros internacionales. De lo contrario, si grava el azúcar en las bebidas, no podrá quejarse si otros hacen lo mismo con el alcohol en los vinos, las grasas en los quesos, la sal en el jamón y la carne roja en los embutidos.

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