El último baile de Pedro Sánchez

El lenguaje los delata. Cuando creen que nadie los oye –ay, los micrófonos ocultos–, los corruptos hablan con la bragueta del alma desabrochada. Como un lingotazo de whisky, la impunidad embriaga. Entonces se refieren a las mujeres como gentilicios, denominación de origen. ¿Está libre la colombiana? ¿Un trío con latinas? Podría ser la rusa, la brasileña, la china… Cada país, un cliché en las artes amatorias. Trofeos como recompensa por los servicios prestados. Hoy, Carlota y Ariadna, que me lo he ganado.
Desde el atril proclamaban igualdad, entre banderas moradas y discursos progresistas. Luego se apagaban los focos y el feminismo se colgaba en la percha, con la chaqueta del mitin. Lobos con falsa piel de masculinidad deconstruida. Tal vez por eso cuando una mujer accede al poder real incomoda. No por virtudes esenciales, sino porque deshace redes opacas que se tejen mejor con el hilo del machismo.
Urge aprobar presupuestos, leyes contra la corrupción y luego convocar eleccionesPedro Sánchez tira de resistencia, pero esta solo sirve cuando el problema está definido. Nadie sabe qué se revelará mañana y la incertidumbre erosiona. Entretanto, los socialistas hacen cola en la unidad de quemados –por poner demasiado la mano en el fuego–, y los populares, oliendo sangre a borbotones, escenifican su aquelarre. En el Congreso, unos y otros eran personajes goyescos en un duelo a garrotazos, semienterrados no en barro –la palabra de moda–, sino en estiércol. Y es una lástima. Ambos partidos acumulan experiencia en corrupción que podrían poner al servicio de una legislación ejemplar, como pide la UE: control de asesores, puertas giratorias, aforamientos. Urge transparencia. Y algo más: expulsar la mediocridad, esa forma tolerada de corrupción que asfixia lo público.
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Unas elecciones precipitadas no son la solución, apenas un cambio de sillas. Lo urgente ahora es gestionar el desaguisado. Aprobar presupuestos, impulsar leyes contra la corrupción y luego convocar elecciones. A Pedro Sánchez no le toca ya liderar una remontada, sino jugar el último cuarto con inteligencia. A veces la diferencia no la marca el que más anota, sino el que sabe cuándo pasar la pelota, dar un paso atrás y dejar espacio al relevo. Que su legado no sea sobrevivir, sino depurar. Convertir su último baile en algo más que resistencia: ser albacea de otra política.
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