La fea progresía

La fea burguesía es el título que dio el escritor murciano Miguel Espinosa a una novela magistral en la que retrató de modo despiadado a las clases pudientes que se identificaron con el régimen franquista. Aunque esa obra se publicó en 1990, ocho años después de la muerte de su autor, se sabe que éste ya la tenía redactada en un versión definitiva hacia 1976. El gran acierto del libro, y lo que hace de él un impagable testimonio de época, es que va más allá de la política y se adentra con penetrante agudeza literaria en la fealdad ética y estética de la sociología franquista. Me he acordado muchas veces de esa novela en los últimos años, pero de una manera especial en la semana que concluye. ¿Cómo no se ha publicado ya una gran novela —me he preguntado en multitud de ocasiones— que sea el reverso de la que escribió Espinosa, y retrate en sus tintes más fidedignos y realistas toda la fealdad de ese lumpen sociológico e iletrado que constituye la actual élite del poder político en nuestro país, y que se ha hecho con la izquierda institucional en un imparable y espectacular descenso hacia el deterioro? Dicho de otra modo, y sin poder quitarme de la cabeza la grotesca bronca protagonizada en un hotel madrileño por ese trío calavera formado por Leire Díez, Javier Pérez Dolset y Víctor de Aldama, ¿cómo aún no se ha escrito La fea progresía?
Como sucedía con las clases acomodadas que abrazaron la Dictadura, lo insólito de estas otras (en muchos casos tan boyantes o tan mediocres como aquellas), que hoy abrazan el tardosanchismo, es que también se creen depositarias de un irresistible encanto. Todavía se cree 'guapa' esa gente que te trata de juzgar y estigmatizar porque no puedes tragar con lo intragable, con lo que defienden y representan: esa degradación a la que están sometiendo a la vida pública de las instituciones y a la vida privada los ciudadanos, a la imagen de este país y a todo el sistema constitucional que quieren convertir en papel mojado. Todavía se creen en el lado correcto de la Historia, y moralmente superiores a quienes no estamos de su lado.
En los años en los que ciertos autores complacientes con el franquismo trataron de justificar su actitud apelando a una belleza puramente formal en sus textos, el poeta y catedrático José María Valverde escribió sobre la pizarra de un aula universitaria una sentencia en latín —Nulla aesthetica sine ethica— que significa "no hay estética sin ética". El circo al que asistimos diariamente de un gobierno que chapotea en el fango tratando de mancharnos a todos, carece de ambas, de ética y de estética, pero es el fruto de un proceso de años que se inició con las concesiones de las formaciones llamadas progresistas a los nacionalismos étnicos, incluso en su versión más violenta, y se continuó con una fatal deriva hacia los populismos. No voy a ponerme a citar nombres, pero el éxodo de intelectuales que han ido abandonando en el último cuarto de siglo los partidos, los medios de comunicación, la casa en ruinas de la izquierda, habla por sí solo. ¿Son todos traidores, reaccionarios y vendidos sin escrúpulos a la ultraderecha o es la fea progresía la que los ha espantado? ¿Tan difícil de entender es el horror que inspira Leire Díez hablando de 'monjas insulinas' y de "matar", aunque sea metafóricamente, al teniente coronel que está al frente de la UCO?
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