Arte prohibido y finiquitado

En febrero del 2019 informábamos en estas páginas de que el coleccionista Tatxo Benet estaba buscando una sede para abrir un museo con su colección de obras de arte censuradas. En octubre del 2023, dábamos la buena noticia de que abría el Museu de l’Art Prohibit en el corazón del Eixample, con más de 200 piezas de artistas como Warhol, Picasso, Goya, Ai Wei Wei, Banksy... Hoy preferiríamos no ofrecerles la primicia de que dicho centro –único en el mundo– tiene que cerrar porque las protestas de sus trabajadores han hecho inviable el proyecto. Resulta irónico que obras de arte que han sufrido todo tipo de embates –de dictadores, magnates, ayatolás, obispos, concejales, presidentes de Gobierno, nazis y hasta, el mes pasado, una cónsul de Andorra– vean imposibilitado el acceso del público a ellas, por un conflicto laboral de consecuencias desproporcionadas.
A buen seguro, la colección ahora velada a los visitantes va a encontrar quien la quiera, temporal o permanentemente, en lugares más lejanos. Esta mala noticia para Barcelona, ciudad en que la iniciativa privada es fundamental en la oferta artística, se produce el mismo día en que, desde el lado público, Manuel Borja-Villel presenta una ambiciosa exposición para proponer cómo deben ser los museos del futuro. No puede ser más llamativo el contraste entre una ciudad que pone alto el listón de sus museos públicos –con las ampliaciones del MNAC y el Macba– y deja morir a un centro privado que había aparecido en todas las televisiones del mundo y despertado –hasta que los piquetes lo desaconsejaron– el interés del público local.
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