Elena Poniatowska: Verónica Medina

P
ara una mujer, ser rectora de una universidad requiere de mucho carácter además de conocimientos académicos de primer orden en todos los campos, porque en México, la mayoría de los puestos de responsabilidad recaen casi siempre en los varones. Recuerdo lo mucho que a Guillermo Haro le sorprendía que algunas mujeres ocuparan puestos de mando frente a facultades de ciencia y disciplinas tecnológicas, ya que consideraba que su campo era el de las humanidades.
Pertenezco a una generación en la que las mujeres que deseábamos entrar a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) íbamos a dar a dos facultades muy socorridas: Filosofía y Letras y Sicología. Hoy observo con admiración a la ingeniera biomédica, rectora de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM), de Iztapalapa, la doctora Verónica Medina, sentada frente a mí a la espera, y me lanzo con cuidado y mucho respeto a la primera pregunta:
–¿Qué motivó a la joven Verónica a estudiar ingeniería biomédica? ¿Fue en secundaria o en preparatoria que ya sabía usted cuál sería su vocación?
–Fíjese que mi familia es numerosa, fuimos ocho hijos, seis hombres y dos mujeres. Para mi mamá era muy importante que sus hijos fueran a la universidad, porque mis padres no tuvieron esos estudios. Después de 1971, alguien dijo a mi mamá que iba a construirse una nueva universidad en Iztapalapa y otra en Xochimilco, y le recomendó: Cómprese usted un terreno por allá, si quiere que sus hijos estudien ahí
.
–¿Dónde vivían, doctora?
–Vivíamos en Mixcoac. Mis hermanos habían empezado a estudiar en el Politécnico y por alguna razón, mamá no escogió la UNAM; quiso acercarse a universidades nuevas y escogió la UAM Iztapalapa, y construyó su casita en 1972 en una zona cercana. Allá nos cambiamos porque mis hermanos ya habían dejado los estudios; se cansaron de viajar tan lejos. Cuando se abrió la UAM recuerdo que me gustaba mucho la medicina.
–¿Usted quería salvar vidas?
–Sí, pero también me gustaban las matemáticas y la física; esas dos ciencias me atraían sobremanera. Cuando terminé mi preparatoria, en 1976, fui a preguntar en la UAM Iztapalapa qué carreras tenían; resultó que había una llamada ingeniería biomédica y estaba nuevecita. En esos años, sólo la Universidad Iberoamericana y la Metropolitana la impartían. Pensé: “esta carrera combina todo lo que me gusta, la ingeniería aplicada al desarrollo de dispositivos médicos, de información médica, una ingeniería muy cercana a la cuestión clínica, que siempre me apasionó. En ese momento decidí cuál sería mi profesión y, para mi gran suerte, entré a la UAM Iztapalapa, a los dos años de que abrió. Pertenezco orgullosamente a la UAM Iztapalapa y, mire, Elena, aquí estamos 50 años después, y ahora soy la primera rectora en esta unidad.
–A lo largo de su historia, doctora Medina, siempre hubo hombres rectores. En la UNAM son puros hombres. Es de veras notable y emotivo que usted haya visto a la UAM Iztapalapa levantarse desde sus cimientos y que ahora sea usted la primera mujer rectora de ese campus.
–Sí, la primera. Muchos científicos muy importantes vinieron de otras universidades para crear la unidad de Iztapalapa y se comprometieron en su desarrollo. Fue un arranque muy bonito el que se tuvo en Iztapalapa, hace casi 51 años.
–¿Sintieron el apoyo de las autoridades de la UNAM o se consideran algo así como hermanas menores?
–Sí, compartieron esa idea de ayudar a crear otras opciones educativas. La UAM se abrió a todos en zonas donde iban a crearse polos de desarrollo; la UAM se creó en el norte, en Azcapotzalco; en el sur, en Xochimilco, y en el Oriente. Fue la primera universidad pública que abrió en el oriente de la Ciudad de México. Al poco tiempo, la UNAM abrió la Facultad de Estudios Superiores en Zaragoza, pero la primera opción de educación superior en Iztapalapa fue la UAM; la intención era generar un desarrollo regional en esas zonas más bien vacías. Con la UNAM tenemos una colaboración estrecha. La UNAM es una referencia en términos de crecimiento, de desarrollo.
–La doctora Silvia Torres de Peimbert, siempre generosa y alerta, ha asistido en varias ocasiones a actos de la UAM Iztapalapa para apoyarla y estimular trabajos en común e investigaciones.
–Así es. La astrofísica Silvia Torres es una investigadora totalmente solidaria. En una ocasión platicaba yo con la doctora Patricia Ávila, que es secretaria general de la UNAM, egresada de UAM Iztapalapa, quien también nos ha apoyado mucho. Coincidimos en que para las personas que no tuvimos padres universitarios, la UAM nos dio una oportunidad enorme de acceder a la Educación Superior (así, con mayúsculas). Ambas, Patricia y yo, compartimos que la UAM nos dio la posibilidad de crecer y desarrollarnos profesionalmente. Resultó trascendental la misión de la UAM al incidir en el desarrollo regional de aquellas regiones donde la UAM se instaló, porque tuvo un efecto benéfico sobre los habitantes de las zonas aledañas. A las diferentes unidades de la UAM acudieron hombres y mujeres que encontraron entre nosotros una opción de educación superior muy cercana a su casa.
–Entonces, el alumnado sí proviene de los alrededores.
–Ahorita sí, al principio se dio un fenómeno muy interesante, porque la UAM no era tan barata. Recuerdo que sí había que hacer un esfuerzo económico para la gente de la región, y fueron los hijos de los propios académicos que arrancaron ahí. En las primeras generaciones estaban los hijos del rector Alonso Fernández, un físico muy reconocido. Era un ambiente muy rico en cuestión formativa.
–¿Cómo decide usted ir de la investigación a la docencia?
–Esa es una particularidad fascinante de la UAM, porque creció como un proyecto innovador, totalmente distinto a lo que se ofrecía en la UNAM, ya que se basó en el modelo en el que la docencia y la investigación están vinculadas en gran medida; es decir, la investigación se enriquece de la docencia y la docencia está ligada a la investigación. El modelo de la UAM es educativo, y nos ha ayudado a formar un pensamiento crítico, un conocimiento profundo y también una visión interdisciplinaria con esta correlación que tenemos en el modelo departamental. Para nosotros, es importante que haya una interacción entre los campos del conocimiento: las ciencias biológicas y de la salud, las ciencias y las artes para el diseño, las ciencias sociales y las humanidades, con lo que logramos una formación integral del alumnado. En nuestro caso, la docencia y la investigación están intrínsecamente ligadas, lo que hace muy rica la participación de los alumnos. Seguimos este pensamiento formal investigativo que nos lleva a aplicar mucho del conocimiento teórico que manejan muy bien nuestros estudiantes.
–Con sólo escuchar, me doy cuenta que debe ser una excelente expositora…
–La docencia siempre me llamó mucho la atención, me gusta enseñar. Cuando terminé ingeniería biomédica, me fui tres años al Instituto de Cancerología. Cuando vino una gran devaluación en los años 80, después de una evaluación rigurosa, muchos profesores empezaron a buscar mejores condiciones salariales; entonces, contrataron a jóvenes que teníamos poco tiempo de haber egresado para participar en la docencia.
–¿Muchos se fueron por la devaluación?
–Sí, y los nuevos
nos quedamos e iniciamos nuestra carrera de docentes; la universidad nos ayudó a formarnos en maestrías y doctorados. Hubo un programa excelente de la UAM para habilitarnos hasta niveles de posgrado y seguir con nuestro vínculo de investigación.
–Finalmente, doctora Medina, usted podía quedarse con el resultado de sus investigaciones para su provecho personal, pero decidió compartirlo con otros, porque dar conocimiento es también un acto de generosidad, ¿no?
–Sí, coincido con usted. Hice mi licenciatura y mi maestría en la UAM; después, la UAM me apoyó para hacer un posgrado y mi doctorado en Francia, en la Université de Technolgie de Compiègne, durante cuatro años. Fue una experiencia enriquecedora conocer otras costumbres e interactuar con culturas que tienen otra forma de abordar la investigación. Obtuve una beca del gobierno francés y permanecí en Compiègne. En mi grupo había muchos brasileños, y aprendí su idioma. También había chinos, pero no aprendí su lengua, aunque puedo entenderla, pero aprendí bien portugués también gracias al bossa nova.
–En un país como el nuestro es difícil que los niños y jóvenes se despeguen de la pantalla televisiva. La ciencia requiere curiosidad y afán de investigación…
–Estamos viviendo una transición retadora. Fíjese que en dos generaciones (de 50 años para acá) han cambiado mucho las expectativas de los universitarios, que proviene de la pérdida del deseo de aprender de generaciones anteriores. Después de la pandemia se perdió aún más la capacidad de los jóvenes de investigar en grupo. A escala mundial tenemos un desafío, porque el rango de atención escolar en la actualidad es mucho más corto y los chicos buscan un aprendizaje rápido e inmediato. Antes, recuerdo que un título universitario era una garantía de movilidad social y de cierta estabilidad económica, pero en los años recientes, la incertidumbre tiene que ver con la transformación tecnológica. Ahora, un dispositivo muy pequeño te da toda la información del mundo y el estudiante pierde capacidad crítica y razonamiento lógico. La información instantánea impide la investigación. Recuerdo con qué expectativa esperaba un libro pedido en la librería o un artículo que devoraba, porque valoraba la información conseguida con trabajo, y ahora los jóvenes copian sin pensar.
jornada