Javier Aranda Luna: Borges y Los conjurados de hoy

Borges y Los conjurados de hoy
Javier Aranda Luna
E
n 1985 Jorge Luis Borges viajó a Madrid y Barcelona para presentar Los conjurados, poemario que se convertiría en su último libro. También estuvo en Argentina para asistir a los juicios contra los militares de la dictadura de su país: “no juzgar y condenar los crímenes sería alentar la impunidad”.
Ya estaba cansado, “yo suelo sentir que soy tierra, cansada tierra”. Sin embargo, seguía escribiendo. “¿Qué otra suerte me queda, qué otra hermosa suerte me queda?” Hasta que regresó a Ginebra, su “otra patria”, donde murió el 14 de junio de 1986.
Han pasado 40 años de la primera edición del que se convirtió en su último libro. Reúne 39 poemas que para mí son 41, pues incluyo su “Inscripción”, que es una asombrosa ars poetica (“escribir un poema es ensayar una magia menor”) y, al mismo tiempo, una de las más bellas cartas de amor jamás escritas dirigida a María Kodama (“Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es del otro”). También considero entre los poemas al Prólogo, donde abundan signos y sueños, dones de la noche y del alba.
Los conjurados es un libro cargado de símbolos: el Cristo de la cruz que ha muerto en vano y nos ha dejado “espléndidas metáforas”, Don Quijote, Sherlock Holmes, Beppo, su gato blanco cuyo nombre recuerda al de Byron, el último lobo de Inglaterra “furtivo y gris”, su ceguera, que fue para él prueba de la magnífica ironía de Dios que le dio a la vez: “los libros y la noche” y las mujeres que nos dejaron, que ya son nuestras sin sujetarnos “a las alarmas y los horrores de la esperanza”.
Dos milongas incluye en este libro postrero. La “Milonga del infiel” y la “Milonga del muerto”. Las milongas son esas coplas populares rioplatenses que se cantan con guitarra. Ya había escrito otras, como en Seis cuerdas, ese breve poemario publicado en 1966. Borges recordaba que “algunos de los mejores tangos y milongas los compusieron personas que no podían anotarlos ni leerlos. Pero desde luego llevaban la música en el alma… Recuerdo que conocí a uno de aquellos hombres: Ernesto Ponzio. Compuso Don Juan, uno de los mejores tangos nunca escritos… antes de que los italianos… estropearan los tangos. En cierta ocasión me dijo: ‘He estado en la cárcel muchas veces, señor Borges, ¡pero siempre por asesinato!’ Lo que quería decir es que no era ladrón ni proxeneta”.
No es un pecado suponer que Los conjurados es un magnífico muestrario de todo Borges. Allí esta el tiempo cíclico, los espejos, la metafísica para hacernos transitar por mundos paralelos, los laberintos la filosofía, la cábala sin pedantería, los caminos que se alternan, lo universal y el grano de arena, el minuto y el milenio, el relato breve, la contundencia de los hechos más que la de los personajes, lo fantástico y la intertextualidad que abrevó en el inglés antiguo y el alemán con los que enriqueció nuestro idioma.
Varios poemas no han dejado de sorprenderme por su arquitectura verbal, por la sonoridad que los sostiene. Pero también porque están escritos para el lector de ahora. “Un lobo”, el último lobo de Inglaterra, es, además de un gran poema, una crítica a la idea del progreso a costa de la naturaleza. ¿Y qué decir de la “Elegía de un parque”, que lamenta la pérdida de su laberinto de eucaliptos, su entretejida madreselva, su glorieta, el trino, el mirador y el ocio de la fuente?
También en estos días del holocausto palestino podemos ver lo absurdo de la guerra en los versos de “Juan López y John Ward”, poema que da cuenta de dos hombres comunes que se matan sin conocerse por las narrativas impuestas por el poder.
“Hubieran sido amigos, pero se vieron una sola vez cara a cara… Los enterraron juntos. La nieve y la corrupción los conocen. El hecho que refiero pasó en un tiempo que no podemos entender.”
Todo poema en Borges es una magia menor que nos ayuda a mirar al mundo con un ligero aumento de luz.
jornada