La biblioteca de Miguel Ángel Sánchez: el pensamiento que acaricia

A Miguel Ángel Sánchez le angustia aquello que se va a perder: exposiciones, películas que no verá, conciertos a los que no irá. “¡Hay tanta literatura maravillosa!”, exclama. No entiende cómo la gente no se obsesiona con la lectura. A él le ha salvado. Y siente que le falta vida para leer todo lo que le gustaría. Dice que quitar las humanidades del currículum es una tragedia, y recuerda a Marina Garcés en Nueva ilustración radical : nunca hemos estado tan informados y, a la vez, tan incapacitados para pensar.
Lleva semanas ordenando libros. La mitad de su biblioteca permanecía en cajas que iban de una casa a otra, hasta que llegó con su mujer Ana, y sus hijos Bruno y Mario, a ésta cerca de Collserola, rodeada de senderos en los que correr e ir en bici. Mientras les quita el polvo, viaja en el tiempo con cada ejemplar: ¿dónde lo compró? ¿de dónde lo robó? ¿quién se lo regaló? ¿quién se lo prestó (y nunca devolvió)? Sánchez estaba encaminado a trabajar en la empresa familiar donde siguen sus hermanos cuando, en 1997, fue a Nueva York por quince días. Y se quedó allí hasta 2001. Su inglés era playero, se matriculó en el BMCC; luego en Historia del Arte, en el Hunter College, a tiro de piedra del Whitney, el Guggenheim, el MoMA, el Met, la Frick Collection. Cultivó una pasión que acabaría llevándolo a dirigir la galería barcelonesa ADN.
La mirada fisgonaTipo de estanteríaA medida, blanca, de unos ocho metros de largo, y una escalera de los años cincuenta comprada en el MercanticLugarSe divide entre su casa, en el espacio diáfano donde estudian sus dos hijos, “una cabañita que tenemos en Osséja, en la que están los de literatura francesa”, la galería ADN y el speakeasy de París, ADN Marais.OrdenAlfabético de autor y por temas: filosofía, ciencia social, economía, narrativa, arte y una pequeña parte de cocinaLe han marcado‘Extrañamiento del mundo’, Peter Sloterdijk (Pre-Textos), “cómo la pulsión que tenemos hacia la trascendencia se ha pervertido hacia la necesidad de cambiar tu cuerpo”; ‘La comédie humaine’, Honoré de Balzac, “me vuelve loco y me entusiasma”Los últimos‘Doppelganger’, Naomi Klein (Paidós); ‘El ocaso de la democracia: la seducción del autoritarismo’, Anne Applebaum (Debate); ‘El orden del capital’, Clara E. Mattei (Capitán Swing), “me interesa entender el agujero en el que nos estamos metiendo”
Le interesa cómo las dinámicas sociales invaden el territorio de la estética y viceversa. También “la filosofía muy de piel; no de análisis desde arriba, sino de diagnóstico de las relaciones interpersonales en las circunstancias de soledad que vivimos, pensamientos que son como caricias”. Garcés, Josep Maria Esquirol, contrastan con lecturas sincopadas de Houellebecq, “literatura casi cocainómana, sus imágenes son vertiginosas”. Le marcó El extrañamiento del mundo , de Peter Sloterdijk. Salta a Žižek. Suele leer cuatro o cinco libros a la vez.
Le encantaría escribir, pero sabe que no acabaría nunca, convertido en un personaje de BalzacYa de adolescente le gustaba ver exposiciones (“era el rarito del grupo”), pero no sabe de dónde salió esa pulsión. En casa no había libros y sus padres nunca lo llevaron al teatro. Eran de un pueblecito murciano, Campico López, su padre llegó a Barcelona en el 57 con diecinueve años; hacía zanjas para urbanizar, luego tuvo ayudantes, compró una retroexcavadora. De aquella generación a la que vio trabajar y trabajar, a Sánchez se le ha quedado un sentimiento de culpa por el que no se permite estar sin hacer nada, y una necesidad de acabar lo que empieza; libros incluidos, aunque le aburran ( La montaña mágica se le hizo eterno).
La galería compró un espacio en Le Marais de París, rodeado de librerías maravillosas que, dice, son su perdición. Cuando se engancha a un autor, devora toda su obra. De Naomi Klein, o de Delphine de Vigan, cuyos títulos coge con ganas aunque le duelan. Recuerda frases pasados los años porque les da vueltas durante días, como una de Foenkinos que dice que no hay que ahorrarse los miedos potenciales. Ha leído y releído La comedia humana de Balzac. Ahora está con Maupassant. Marsé le lleva a Genet, llega a Eugenides desde Paul B. Preciado y Despentes, Míriam Solá. Le gustan Chesterton, Bulgakov, Piketty, Valentín Roma. También Javier Gomá Lanzón y Baudrillard.
Es bulímico, le interesa todo, la ideología le da un poco igual. Estudia portugués y aún no puede leer a Pessoa, pero a Saramago sí. Se levanta sobre las seis y busca momentos para la lectura. Siempre en papel. Viaja mucho, y el avión le da horas con los cascos puestos. Tiene tres mil vinilos, es coleccionista del movimiento Fluxus, con piezas de Dietmann, Brecht, Esther Ferrer. Como el surrealismo no se entiende sin Duchamp (“nunca te lo acabas”), ha traído de Bélgica Duchamp’s Endgame , de Kendell Geers.
Regala muchos libros, pero cree que no siempre se valoran pese a que no hay mejor inversión vitalEn esta parte de la casa donde estalla el sol y estudian sus hijos, también hay teoría del arte, monográficos y catálogos. Y algún estante dedicado a la gastronomía. Su mujer tiene los restaurantes Vulcano y Arrocet en Sant Cugat, y él es cocinillas, “pero no de producto sofisticado; hago unos garbanzos con sepia que alucinas”. Regala muchos libros, pero le parece que no siempre se valoran, algo que no entiende, porque no se le ocurre una inversión vital mejor: “El mundo no lee lo necesario para estar medio cuerdo”. Le encantaría escribir, pero sabe que no acabaría nunca, convertido en un personaje de Balzac.
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