Meditaciones del gato Murr

Desde hace poco más de un año tengo una gatita, de color carey, que se llama Susi. Desde que llegó a casa, tenía un mes, está fascinada con el ordenador. A veces, cuando estoy escribiendo –utilizo siempre un portátil– se me pone delante y me mira desconcertada. Otras veces se rasca la sotabarba con el ángulo de la pantalla. Si me levanto de la silla y salgo del despacho, se acerca al ordenador discretamente y se sienta encima. Debe pensar: si este tío se pasa noche y día tecleando debe ser la leche. No la he pillado nunca, pero sé que también teclea, a su manera, porque a menudo, cuando vuelvo, me encuentro el ordenador en modo avión y una vez que me dejé abierto el Whatsapp Web le mandó un mensaje a Tessa Calders, hija del escritor Pere Calders. “¡Perdona, Tessa, lo ha escrito la gata!”, le escribí, mientras Susi se marchaba muy ofendida, porque la había expulsado de su trono. “Pues escribe mejor que muchos escritores”, me dijo Tessa, divertida.
Susi pone mucho interés y tiene ínfulas de escritora juiciosa
Julià GuillamonSe lo explico a mi amigo Rosendo, que tiene una gata que se llama Lucky y un gato llamado Bowie, y me replica con una historia increíble. Rosendo maqueta libros para una editorial de Albacete que publica clásicos libres de derechos. Uno de los últimos que ha maquetado es Madame Bovary de Gustave Flaubert en una traducción antigua que no paga. Sale el libro y, al cabo de unos días, un señor llama indignado a la editorial porque estaba leyendo la novela, Emma Bovary y su amante pasan el día encerrador en una habitación de l’Hôtel de Boulogne dale que te pego. De pronto la narración se interrumpe con una retahíla de efes, ges, haches, tes y jotas: un párrafo entero ininteligible. El editor llama a Rosendo para ver qué ha pasado. Mi amigo abre el PDF “Bovary.def” y el texto está bien. Abre “Bovary.def.def” y también bien. Y “Bovary.def.def.ultimo” igual. Pero en el PDF “Bovary.def.def.ultimo.final” encuentra el párra-fo consonántico incomprensible. Mi amigo también tiene el despacho en casa y para ir a tomar el fresco a la ventana, los dos gatos le pasan por delante. Saltaron por encima del teclado y añadieron unas cuantas lineas a las páginas inmortales de la novela de Flaubert. Nadie se percató y fue a la imprenta con ese pegote. Rosendo quería estrangular a los gatos. “Al principio seguían la flechita del cursor –recuerda–. Se pasaban horas así. ¡Pero esto es otra cosa!”. Yo intento consolarle diciendo que con la IA será peor que con los gatos. Que he leído un artículo buenísimo de Paul B. Preciado con una llamada a la huelga de clics: tenemos que dejar de alimentar la IA porque es un intento de colonizar el lenguaje, pronto tendremos que pagar para poder hablar vkfjvzvjsllñjñjjjlgjjffhffcjehegjhkcjbljldfrkghshgkskhgdkjhdgjdg lbjdljdljhdjhrjhdthldjñsldjhdsjldjñdjklsdhjklhdsjkñldkhñdkñhdlhkñhdkñdkdlkñdkñdkhdhñkhshfgksksf
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