Memorias de la pandemia: Muertes, encierros y prohibiciones en la novela de Mercedes Calzado

A poco más de cinco años y tres meses del inicio del Aislamiento Social Preventivo Obligatorio (ASPO), decretado por la llegada de la pandemia del covid, esa época parece remotísima, brumosa. Sin embargo, las huellas de sufrimiento individual y social que provocaron tanto la enfermedad como algunas de las medidas para intentar evitar su propagación son contundentes.
Durante 2021 ya se lanzaron al mercado diarios pandémicos y distintas ficciones amasadas en y por el vértigo de esa locura. Más reposada, la escritura de Este verano que empiece otra vez (Delibooks), de Mercedes Calzado permite desde la ficción abordar la partida de un padre en aquel contexto, revisar los detalles de la vida cotidiana de ese entonces, intoxicada con miedos, exceso de información y prohibiciones, y ver a contraluz una historia familiar que, en cierto modo, puede ser la de todos y a la vez única.
Como dice la escritora peruana Katya Adaui en el prólogo, la prosa de Calzado, que es investigadora del Conicet, ensayista y docente de la carrera de Ciencias de la Comunicación de la UBA, es de una “densidad ligera”.
Sin ripios ni frases altisonantes, pero tampoco sin la superficialidad de muchas novelas contemporáneas que escudan carencias y falta de lecturas bajo el paraguas del minimalismo, Este verano que empiece otra vez juega desde el título con la idea de reseteo de toda una etapa que, en cierto modo, parece no haber sucedido.
O sí, pero como una pesadilla concretada en la realidad. ¿De qué otra forma calificar un periodo repleto de muertes, de encierros, de prohibiciones de besos y abrazos y de partes sobre cantidad de infectados en el prime time televisivo?
La novela, escrita con un realismo pulcro y detallista, contiene varias historias en una; por un lado, está la reconstrucción de la internación del padre de la narradora por covid, ya en la última tanda pandémica; por el otro, está la observación de las filigranas interiores de una familia; y aparece también un diálogo asincrónico entre la voz que narra y una profesora del secundario, la señorita Anselmo, áspera y desconfiada de las capacidades de aquella.
Mercedes Calzado es investigadora del Conicet y ensayista. Foto: redes sociales.
El padre de la narradora aparece en dos roles: como protagonista de una última internación, por covid. Y por el otro, como figura clave en la infancia de la narradora, a la que le enseña a nadar, a jugar a la paleta en pleno junio porteño, le compra figuritas y chocolatines Jack, le explica sobre política.
También está la descripción de ese rol en otros detalles cargados de sentido: las picadas de queso y jamón post infarto, un diagnóstico de diabetes, más problemas de corazón, leucemia, la corrosión biológicamente inevitable de los años por más discursos de autoayuda que querramos creer. Y siempre la frase “de esta no salgo”.
Hasta llegar a la internación por el famoso virus, y, al revés de los casos anteriores, un mensaje tranquilizador, optimista, un “te amo” a su esposa. Todo filtrado desde un celular, previa sedación y conexión a un respirador.
Hay también momentos donde aparece la religión católica, sea en la descripción de una imagen de la Virgen en un hospital, sea en las reflexiones de la narradora, que dice que, cuando su padre está internado, le recomiendan Rivotril, osteopatía, grageas varias y Flores de Bach. Eso sí, asegura: “Nadie me recomendó que rece. Algunos rezan por mí”.
Mercedes Calzado es investigadora del Conicet y ensayista. Foto: redes sociales.
Poco después una vecina suma el nombre de su padre a su cadena de oraciones vía Whatsapp. Como es sabido, en los momentos dramáticos aparece la religiosidad, y si muchos impostan fe en el Gauchito Gil o en la Difunta Correa aunque sean universitarios ateos, ¿por qué no apelar al Dios de los cristianos o algún santo? De todos modos, una imagen de Cristo en acero inoxidable, remachada sobre un ataúd, tendrá un destino imprevisto.
La novela permite revivir esas jornadas donde el tema omnipresente eran los contagios y la muerte; imágenes de Guayaquil o de Cochabamba, hospitales colapsados en Brasil, embadurnarse hasta el absurdo en alcohol en gel, las cifras diarias sobre infectados en el país, comprar una botella de agua a través de un agujero en una cortina de plástico que separa a quiosqueros de clientes. Ese caleidoscopio aparece a lo largo del texto.
Este verano que empiece otra vez es una novela familiar también en el sentido de que es cercana, con las anécdotas que reflejan temperamentos, las minisagas entre cada padre e hija, los escenarios porteños reconocibles, como la Avenida Belgrano, Plaza Once, las calles Catamarca, Deán Funes, La Rioja. Lo es además por los hábitos de clase media (la lectura cotidiana del diario, un trabajo en el área de Contabilidad, vacaciones familiares sin estrecheces).
Pero puede encuadrarse aparte como una novela médica, con la originalidad de que la narración no la sobrelleva ni un neurocirujano ni un pediatra ni un camillero. La voz la encarna una familiar de un paciente, ese rol que por momentos parece hasta molesto para el sistema de salud, que suele capturar decisiones y tiempos tanto de la persona enferma como de su entorno.
La lectura de Este verano que empiece otra vez permite una doble reconstrucción: la de ese periodo pesadillesco y en cierto modo sepultado, aunque sus ecos laten con más fuerza que nunca en el inconsciente colectivo y la de una historia de lazos familiares, sin crueles ajustes de cuentas ni secretos revelados. La tersura de la prosa acompaña al relato, nunca brusco, que permite asimilar tanto partes del pasado reciente como lo universal y lo particular que habita en cada familia. Y en cada pérdida.
Este verano que empiece otra vez, de Mercedes Calzado (Delibooks).
Clarin