Pere Gimferrer: hacer de la vida un poema

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Pere Gimferrer: hacer de la vida un poema

Pere Gimferrer: hacer de la vida un poema

A los 14 años Pere Gimferrer descubrió que existía Cahiers du Cinéma, y se creó la ilusión de que era un chico francés de provincias, que cada mes se compraba el Cahiers para enterarse de la vida y salir adelante. Aquel adolescente este 22 de junio cumple ochenta años, y su actividad demuestra, como le dijo Octavio Paz, que sigue siendo un poeta joven. Intentar resumir el papel fundamental que sus libros desempeñan para muchas generaciones de lectores no es tarea fácil. Que cada cual explore el vasto corpus bibliográfico de Gimferrer y se deje llevar, el resultado no defrauda ya se elija un volumen sobre pintura, un ensayo literario, un libro de poemas o su editadísimo Cine y literatura. Pere Gimferrer es un referente ineludible que con pasión por las palabras ejecuta su particular revolución permanente, el hacer de la vida un poema.

¿Si ahora no estuviera atendiendo esta entrevista, qué estaría haciendo?

Estaría en la editorial donde vuelvo a ir regularmente. No he dejado de trabajar nunca pero he estado unos meses ausente por dos cosas distintas: una baja por enfermedad y la terminación de unas obras complicadas que afectaban en modo especial la planta en la que estoy.

Así rodeado de libros, no puedo evitar preguntarle ¿qué está leyendo?

Hoy no estoy leyendo ningún libro concreto, estoy pensando cuál leeré. De todas maneras terminé de releer algunos libros hace poco, Absalom, Absalom! de Faulkner y las Confesiones de San Agustín.

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Pere Gimferrer

Àlex Garcia

Usted no es de los que escribe cada día, pero ¿tiene algo entre manos?

Estoy terminando de escribir una composición larga, aunque todavía no sé si valdrá la pena. Hay poetas desde Neruda, hasta Brossa, por ejemplo, que escribían cada día, pero yo no lo he hecho nunca. Brossa decía que tenía que trabajar cada día como un albañil. Y ya sabe lo de la anécdota de cuando fue a renovar el DNI y le preguntaron la profesión, y él dijo poeta, entendieron paleta, y él dijo paleta, sí, sí. Pero yo no escribo cada día.

¿Y de esta composición larga quiere avanzar algún detalle?

No, todavía es muy temprano.

En más de una ocasión ha contado que asume que sus poemas no se comprendan fácilmente.

Mis versos tienen siempre un sentido más poético que lógico y existen por el sonido y luego en parte por la semántica. El sentido lógico existe, pero no preexiste. La poesía se hace con palabras no con ideas.

De sus poemarios, ¿de cuál está más satisfecho?

Me cuesta decir. Soy un mal lector de mis poemas. Mientras los voy escribiendo y poco después de escribirlos los vuelvo a leer, pero con la finalidad de si tengo que hacer algún tipo de cambio o variación. Una vez publicados, es muy poco frecuente que vuelva a leer poemas o prosas mías.

Vamos, que no resaltará ningún título. Quizás ‘L’espai desert’ o ‘Rapsodia’…

L’espai desert, ¡sí! y otros. Cuando necesito publicarlos quiere decir que me parecen bien. Pero después, con el tiempo, ya no tengo una opinión concreta. Hay mucho de lo que escribí que no lo publiqué.

¿Dónde está el material no publicado?

Parte de lo que no publico tiene forma de manuscrito poco legible salvo para mí, porque nunca he dejado de escribir a mano. En una época relativamente extensa, escribía en una Olivetti, pero fue una etapa muy concreta y volví a lo manual.

¿Qué respuestas le ha dado la poesía?

¿A mí?

Sí, usted lanza muchas preguntas en forma de imágenes poderosas que a menudo son fogonazos que sacuden al que los lee, si me permite la observación.

A mí la poesía no me tiene que responder nada. La poesía por una parte detiene un instante en el tiempo y por otra lo analiza. Al descomponerlo casi prismáticamente, el instante ya es otra cosa, es el instante del poema. La poesía son retenciones de cosas que solo se pueden decir parando el tiempo.

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Pere Gimferrer

Àlex Garcia

El día que lo invistieron doctor honoris causa, en el Laude que le dedicó Jordi Marrugat le dijo entre otras muchas cosas que usted es un puente de diálogo entre tradiciones literarias.

Soy una persona que ha tenido siempre mucha capacidad de absorber y tal vez de procesar, cosas muy distintas, no solo literarias, también el cine y la pintura.

En breve le preguntaré sobre pintura, pero antes vamos a hablar de su trabajo de editor en Seix Barral. Uno de los primeros escritores que editó es un amigo suyo, Eduardo Mendoza, ¿recuerda lo primero que le dejó leer?

Lo primero que leí no fue una novela, fue muy anterior. Eduardo iba un par de cursos por delante de mí en la facultad de Derecho. Y un día, creo que en el bar, me enseñó una cosa que recuerdo bien, se llamaba Mis juguetes, era un texto en prosa de carácter sarcástico como una especie de juguete cruel con mucho humor negro.

¿Y ya adivinó el talento de Mendoza?

Yo tengo la idea de que en literatura, pintura, cine u otra cosa, o llegas enseguida a ella o ya no conectarás. Es decir, si notas algo al principio, lo notarás todo el resto del tiempo. De esto, estoy muy convencido. O a la primera te interesa o no te va a interesar, y al revés, si aquello tiene algo que tú captas, enseguida comprendes si va a entrar en tu mundo de alguna manera o no. Y con Eduardo a las pocas páginas comprendí que me gustaba.

Aparte de Eduardo Mendoza, ¿a quién ha disfrutado editando?

A bastantes y de todo tipo, pero en narrativa a Muñoz Molina, Julio Llamazares, Isaac Rosa, Roberto Bolaño, de quien publiqué no su primer libro, ni mucho menos el más famoso, pero sí uno que me interesa: La literatura nazi en América.

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Pere Gimferrer

Àlex Garcia

Me figuro que no puede contar demasiadas entretelas de los mecanismos de los premios literarios…

Contaré una cosa curiosa porque su protagonista ya la contó. En uno de los premios de poesía en catalán del que soy jurado desde hace muchísimos años, durante un tiempo quedaba desierto porque un miembro del jurado, Narcís Comadira, lo argumentaba muy bien para que así fuera, hasta que alguien de la organización habló con él para que eso cambiase. Luego está el tema de los pseudónimos, cuando existen, alguna persona puede saber quién es tal o cual pseudónimo, aunque más que presión, existe el hecho de que conocer la identidad puede variar la conducta. También ha ocurrido que algún autor importante no ha sido premiado porque no conociendo la identidad podían no premiarlo o al revés. Pero esto, más que una presión es una información que puede variar la lectura.

Cambiemos de tercio, ¿cómo ve el panorama político actual?

El panorama político nunca ha sido para mí muy estimulante. Recuerdo una vez por carta que Valente, persona muy rigurosa, me dijo que la ilusión que se creó en la transición él creía que era falsa e ilusoria porque no puede haber cosecha cuando todo ha sido aventado y barrido. A menudo, para hablar de lo actual me ciño en cosas antiguas, como las cartas de Cicerón.

¿Y cómo interpreta el nacionalismo?

Cualquier nacionalismo es una proyección cultural. Esto es evidente, y hay un libro, Mater dolorosa de José Álvarez Junco, que indaga mucho en el tema.

⁄ “He disfrutado editando a Eduardo Mendoza, Antonio Muñoz Molina, Julio Llamazares o Roberto Bolaño”

Usted es miembro de la de la RAE y de la Academia de las Buenas Letras entre otras. ¿Qué papel juegan en nuestro tiempo estas instituciones?

No siempre es el mismo y ha ido variando dentro de cada corporación y de cada ámbito. Yo, por ejemplo, tengo escasa relación con la nueva gramática de la lengua española, aunque tengo aprecio por su principal coordinador, Ignacio Bosque. Y en lo que respecta a la normativa catalana, todavía prefiero leer a Pompeu Fabra. ¿Para qué más sirven? Aunque parezca raro, para los diccionarios, porque todavía hay mucha gente que se remite a algún diccionario académico, lo que pasa es que incluso en esto Bones Lletres no siempre ha seguido el mismo ejemplo que el Institut d’Estudis Catalans…

¿Partidario de aceptar el ingreso de Luis Alberto de Cuenca en la RAE?

No me importa decir que voté por él.

Repasando sus ensayos sobre pintura, es inevitable destacar los nombres de Joan Miró y Antoni Tàpies.

A Tàpies lo traté muchísimo, como persona era muy interesante y no siempre hablábamos de pintura, le interesaba mucho hablar de otras cosas como ciertos libros, y también le interesaba el cine. Le interesaba bastante la poesía, que es lo más parecido a la pintura o el cine, porque no depende de que te cuente algo, sino de que sea una cosa u otra.

¿Y el trato con Joan Miró?

En colaboración con Miró hice un único libro pero muy especial, Lapidari de 1981. Estábamos en la galería Maeght de Barcelona y le conté que me acababa de llegar un libro de Inglaterra sobre las piedras. Y Miró hizo un chasquido con la lengua, el sonido que indicaba que la idea le había parecido adecuada. Miró no era una persona de hablar mucho, aunque sí tuve muchas conversaciones con él y algunas bastante minuciosas cuando estudiaba los objetos que hay en la Fundación Miró, y luego hice distintos libros sobre su obra.

¿Cómo lleva la pérdida y la ausencia de sus seres queridos?

Esto va tomando relevos, y no me pasa tan solo a mí, le pasa a todo el mundo. Hay un poema de Cernuda de cuando murió Gide, poema que no refleja mi pensamiento, pero sí el suyo, diciéndose a sí mismo “ qué pocos hombres que admirar te quedan”. Yo tampoco digo tanto.

Ya sé que usted no quiere hablar demasiado de su ochenta aniversario, pero cómo encara este tramo de la vida?

No encaro nada. De momento me limito a escribir un texto no publicado y casi no leído por nadie, poco menos que por nadie.

⁄ “Miró no era de hablar mucho, aunque sí tuve muchas conversaciones con él, alguna bastante minuciosa”

Octavio Paz le llamó poeta joven, ¿se sigue sintiendo así?

Él me dijo que yo siempre sería un poeta joven, aunque no lo fuera como persona. Esto lo dijo en una carta, me escribió que hay poetas que siempre son jóvenes como Apollinaire y quizás García Lorca, y otros que siempre son viejos, como Elliot, que le gustaba mucho sin embargo.

¿Sigue sin querer sentirse un adulto?

Lo suscribo en cierto modo. La poesía como la pintura responde a un mundo que en cierto modo es distinto del mundo adulto. Una persona que murió hace poco, y con la que nunca me llevé demasiado bien, decía que todos fingimos ser adultos. Y quizás sí todos fingimos ser adultos.

Para terminar y conectarlo con quehaceres de adulto. ¿En el despacho qué rutina le espera?

Ahora estoy en un despacho nuevo donde todo está como estaba en el anterior, todo quiere decir que en una estantería de libros son los mismos y por el mismo orden. Mi rutina fundamentalmente consiste en leer y eso es algo que he hecho siempre fuera y dentro de mi despacho.

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Pere Gimferrer

Àlex Garcia
La obra Un repertorio de máscaras

Jordi LlavinaLa obra de Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) abarca varios géneros (ensayo, traducción, diarios), aunque la poesía constituye su espinazo, el género que centró desde el comienzo su actividad artística y su especulación intelectual. En 1963 publica Mensaje del tetrarca. Después, Arde el mar (1963-65), pero, sobre todo, La muerte en Beverly Hills (1967), supusieron una sacudida a la España poética de los sesenta, en gran medida cocida en los vapores del realismo social. Ya se advertía la voz distintiva del autor, sus imágenes y metáforas alucinadas, que parecen conciliar el oro y el negro barrocos con los azules del surrealismo. Els miralls (1970) es el libro en que cambia de idioma (el nombre, Pedro, también pasa a Pere). Unas palabras de Arthur Terry a propósito de Hora foscant (1972) podrían aplicarse a muchos otros pasajes de su obra lírica: “Les forces actives de l’univers, que tan sols es deixen intuir d’una manera fragmentària i metafòrica, són relacionades directament amb la potència transformadora de la llengua”. Con la palabra, el poeta ambiciona abarcarlo todo, reflexionar sobre todo aquello a nuestro alcance pero, también, sobre lo que apenas intuimos. “La fulguració de l’ésser” es una imagen suya: el poeta se hace eco. Como se hará asimismo eco del “sot de l’ésser”, del “espai sense claror ni fosca”, “l’espai que és tot l’espai”.¿Qué es un hombre?: el poeta no rehúye plantearse dicha cuestión, ni intentar responderla. El canto V de L’espai desert –libro de auténtica ambición filosófica, aparecido en 1977–, entre la reminiscencia bíblica y la eliotiana, especula acerca de nuestra temporalidad (y, por ende, acerca de nuestra mortalidad): “Els morts / viuen el temps etern i nocturn de la boira, / l’instant que és tots els temps. És el temps del desig / i el de la passió, el temps de recordar / i el temps de somiar. Els vapors de la calitja / i una fumera com de llenya verda / diuen on són els nostres somnis: lluny, / com els llampecs en una nit d’estiu”. Los sueños caen lejos, mas se da la iluminación de la pérdida.El tiempo y la muerte conforman el tema que articula Marinejant (2016), obra dedicada al abuelo que le hacía leer a Stendhal: “any de traspàs són tots els nostres anys”. En las notas que tomé al leerlo, recuperaba una idea de Gaston Bachelard, que se me antoja se adecua con gran precisión a la materia de ese y otros libros del autor. Defiende el pensador galo que “la crítica intelectual de poesía jamás llevará al núcleo en que se forman las imágenes poéticas”. El deseo hace conocer “l’instant etern de la immortalitat”, aunque, como asegura en una de las poesías finales, dicho instante eterno puede serlo lo mismo de la inmortalidad que de la mortalidad. Un verso contrapavesiano de Per riguardo proponía tutear a los ojos de la muerte: “Dare del tu agli occhi della morte”.En un texto de 1998 que tituló L’agent provocador –suerte de correlato en prosa del poema Mascarada, aparecido dos años antes–, Pere Gimferrer confesaba que “amb L’espai desert i amb Aparicions, he dit tot el que de mi mateix podia dir […] per mitjà de la poesia”. No era una boutade: Gimferrer no suele usar de ellas. Pero me da la impresión de que, evaluando su obra posterior, se trataba de una justificación precipitada: nuevos títulos del autor iban a mostrar no sé si facetas nuevas de su conciencia y su sensibilidad, pero sí, cuando menos, una profundización en asuntos tratados antes. En el título consignado, leíamos, con referencia a Rimbaud: “Em fascinava sobretot perquè toca a la riba on el llenguatge deixa de designar i es diu a si mateix”. He aquí, a mi juicio, la piedra angular de toda la lírica gimferreriana, de su admirable corpus en castellano y en catalán (y en italiano: no olvidemos el poemario Per riguardo, de 2014): el gran tema de su obra –y el primer logro del estricto compromiso poético del barcelonés– es el lenguaje que “deja de designar y se dice a sí mismo”. Y ahora que mentaba al poeta de Iluminaciones: en la conferencia Rimbaud y nosotros (2005), Gimferrer sostenía que “siendo un adolescente, confía en que las palabras podrán transformar la vida”. Podemos relacionar al barcelonés con muchos poetas de la tradición occidental (Góngora, Eliot, Stevens...), pero, en este ejercicio comparativo, Rimbaud se lleva la palma: en ambos autores, el lenguaje se mira a sí mismo, se reconoce en sí mismo el fundamento trascendente.Poesía de gran plasticidad, muy visualizable, si se me permite la palabreja: me confesaba un día el poeta que ello era debido a la influencia de João Cabral de Melo. El color privilegiado de los versos de Gimferrer es el rojo (en un hermoso verso de El castell de la puresa (2014), comparaba la vida con “un mocador vermell tacat de sang”.) Ningún poeta ha seguido con tanta aplicación el consejo de Vincenzo Cardarelli, que escribió que la poesía, “como la tragedia, es el arte de enmascararse”.El lenguaje, decía, y la sustancia lírica, que tan admirablemente desarrolló en dos poemarios capitales: El vendaval (1988) y La llum (1991). En un dístico maravilloso, el poeta definía de esta guisa el arte poético: “Alguna cosa més que el do de síntesi: / veure en la llum el trànsit de la llum”. También la lengua. En el caso de la catalana, ¡qué hondo homenaje le hizo con El castell de la puresa, un título deudor de Mallarmé (como lo fuera, también, L’espai desert, que el creador fetén llena con la escritura o el dibujo)! Es un homenaje a través de la rica tradición catalana: “Del cel del segle quinze vénen els mots d’uns versos”.Y el amor, claro está, que Gimferrer ha pintado con paleta extrema: desde aquella “belleza silenciosa” de Arde el mar a quien el poeta reclamaba que lo salvara de morir, pasando por el largo poema de amor de La muerte en Beverly Hills, la historia pasional descrita en Amor en vilo, de 2006 (y en su correlato en prosa, Interludio azul, del mismo año), hasta llegar al combate de los amantes del icónico Mascarada: “l’amor és un vals d’estocades”. El amor y la corporalidad, que ha representado con lujo de detalles (como negando un verso de No en mis días (2016), que reza “lo que nunca dirá palabra alguna”). “Callad: es mi corazón”: así terminaba un poema de Extraña fruta (1968), que parece heredero de las sabias admoniciones de su maestro Vicente Aleixandre. Por fortuna, ese corazón –que este mes de junio alcanza los ochenta años– no se calla en los últimos títulos del autor. Y no deja de latir. ¡Que siga haciéndolo en su inconfundible expresión!

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