Puré de manzanas podridas

En A vivir que son dos días (Ser), Juan José Millás constata que, para hablar de la corrupción en el PSOE, las televisiones imitan el formato del comentario vagamente plural que generan los grandes acontecimientos deportivos o de la prensa del corazón. El conocimiento del tertuliano en la materia importa menos que su vehemencia al mostrarse a favor o en contra de unos u otros. Haciendo un poco de zapping, vemos que en Francia, Portugal o Argentina, este formato de mesa de debate permanente funciona tanto como aquí. Es un recurso de bajo coste y que genera audiencia. Al final, no hay demasiadas diferencias entre una tertulia sobre actualidad y la estridencia de trinchera de El chiringuito de Jugones (Mega).
Cuando el presidente Pedro Sánchez comparece, podría parecer un personaje de El Greco a punto de declarar el estado de alarma contra la aparición de una pandemia sobrevenida. Pero, fiel a su esencia, juega al ataque, le planta cara al ruido y reproduce, aplicada a la política, la frase que popularizó Joe Rigoli en TVE: “Yo, sigo”.
Pedro Sánchez compareció ayer ante la prensa en Ferraz tras las cinco horas de reunión de la ejecutiva del PSOE que presidió
Javier Soriano/AFPAyer, Antoni Puigverd escribía sobre un naufragio inminente. También ponía la mano en el fuego por socialistas de respetable trayectoria. Me recordó a cuando Felipe González puso la mano en el fuego por Mariano Rubio, gobernador del Banco de España. Luego, cuando se supo que Rubio no era ejemplar, Francisco Umbral escribió una de sus columnas con negritas sobre “ la mano quemada de Felipe”. En Catalunya Ràdio, Pau Llonch avisa de que la teoría de las manzanas podridas ya no convence a nadie.
De este combate entre culpables e inocentes debería salir una verdad mínimamente útil. Quizá por eso, en Xplica (La Sexta), Ramón Martínez, al que todo el mundo sigue llamando Ramoncín, nos recuerda que repetir que todos los políticos son iguales de chorizos alimenta el descrédito de la democracia y los extremismos de precedentes nefastos. Unos extremismos sin escrúpulos a la hora de practicar la corrupción al detall o a granel y que, por si acaso, nunca piden perdón.
Lee tambiénLa táctica de Sánchez: convertir el mal menor en una remota solución. Con semejante panorama, la defensa de la honestidad y la vocación de servicio público de los políticos que hacen bien su trabajo no puede competir con la crítica rabiosa que, sin respetar la presunción de inocencia, exige dimisiones y reparte años de condena. Un paseo por emisoras de radio y tertulias de tele confirma que los analistas no cobran lo suficiente. Ayer tenían que estar preparados para transmitir certezas sobre las guerras de Israel y Ucrania, la creciente inestabilidad en los EE.UU (que parece inspirarse en la terrible película Civil war) y explicar las cloacas del PSOE. Y, de propina, no olvidar lo que quizá sea lo más importante: el caos, escandalosamente perpetuo, de Rodalies.
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