Élites y democracia: ¿conflictivas o reconciliables?

Partiendo de la base, cualquier régimen político que pueda identificarse como democrático a una escala como la de los estados-nación y las organizaciones supranacionales, independientemente de si la ideología dominante es socialista o capitalista, requiere élites con múltiples niveles de responsabilidad, acción e influencia. La diferencia radica en sus orígenes. Las élites deben ser multiclasistas, culturalmente diversas y distinguirse por sus capacidades y conocimientos, nunca por su parentesco o sus recursos económicos.
Gaetano Mosca me presenta evidencia histórica al afirmar que siempre han existido dos estratos en la sociedad: los gobernantes (la élite) y los gobernados (las masas). Si bien reconoce movimientos y cambios significativos dentro de estos estratos, considero su existencia un hecho. Vilfredo Pareto también presenta un argumento importante: las élites gobernantes (los leones) y las élites no gobernantes (los zorros), claramente influenciadas por el pensamiento de Maquiavelo, demuestran la realidad de las democracias hasta nuestros días. Existe una élite que toma y ejecuta decisiones, como si representara el "poder duro" de la sociedad; por lo tanto, se la compara con verdaderos leones; y existen otras élites que buscan influir en los acontecimientos políticos, ofrecer consejos y recomendaciones, criticar y manipular a los propios gobernantes y a quienes los eligen. Estas élites representan un verdadero "poder blando" de las democracias a nivel macro dentro de los grandes regímenes políticos y estados, y por ello las asocian con "zorros", animales astutos e inteligentes en su comportamiento cotidiano.
Además, Pareto también escribe sobre la circulación de las élites, algo que, en mi opinión, hace compatible su existencia con la democracia. La existencia de condiciones económicas más igualitarias, los límites impuestos a la acumulación de capital y la preocupación por la redistribución de la riqueza creada (para evitar la creación de élites económicas heredadas) permiten a la élite renovarse y transformarse, lo que le permite aumentar su tamaño y sus cualidades como gobernantes e influyentes en la gobernanza; en última instancia, las hace más democráticas. Refiriéndose a Michels y a la necesidad de élites en las democracias modernas, acierta en parte al señalar que las necesidades técnicas y burocráticas de los sistemas de gobernanza democrática conllevan cierta necesidad de la existencia de élites. El problema con esta tesis, para mí, radica en si estas élites surgen de las condiciones materiales, las condiciones económicas privilegiadas, y no de la educación, la capacidad política y el liderazgo. El sistema democrático solo es sostenible con élites competentes desde un punto de vista técnico, en términos de formación, experiencia vital e incluso capacidades humanas. No estoy de acuerdo con la “ley de hierro de la oligarquía”, considerando que no todas las organizaciones resultan en liderazgos con estas capacidades, tanto humanas como económicas.
Añadiendo también la visión de Weber , la necesidad de liderazgo no es incompatible con la democracia, e incluso las visiones tradicionales y primarias de la democracia reconocían la necesidad de formar líderes y conectarlos con los ciudadanos, así como encontrarlos precisamente con los ciudadanos.
Tiendo a comprender el profundo realismo de la teoría clásica de las élites considerando el contexto histórico en el que surgió. El ascenso de líderes fuertes y aislados, la violencia política y la disminución del tamaño de la élite marcaron la época. Sin embargo, considerando la existencia de élites compatibles con el régimen democrático, me inclino más a coincidir con Weber, Schumpeter y Robert Dahl en sus visiones alternativas del demoelitismo. Como mencioné al principio, el tamaño geográfico y poblacional de los regímenes y organizaciones democráticas nos obliga a aceptar la definición de democracia como una competencia legítima por el voto ciudadano, abandonando las concepciones clásicas de la democracia creadas para microrrealidades mucho más complejas. Weber tiene razón cuando afirma que, si bien las élites pueden elegir a sus líderes, el resto de la ciudadanía aún tiene el poder de reemplazarlos y evaluarlos. La visión plebiscitaria de la democracia es otra consecuencia de una élite y una democracia enfermas, que necesitan validación personal en lugar de una evaluación programática de las acciones de la élite como poder "duro y blando". Creo que las élites sólo necesitan este nivel de validación individual en un sistema democrático cuando están fragmentadas y en decadencia.
En cuanto a J. Schumpeter, su visión drástica de las masas y su funcionamiento es sumamente relevante en los regímenes democráticos actuales. Cada vez creo más que los votantes, las masas, se comportan de forma impulsiva e impredecible y toman decisiones fácilmente manipulables, no tanto por las élites gobernantes, sino por el populismo y las élites no gubernamentales: los "zorros" de los medios de comunicación, la opinión pública y los sectores financiero y tecnológico.
El marxismo es relevante para comprender la compatibilidad entre las élites y la democracia, ya que las élites económicas permanentes con una alta acumulación de riqueza conducen a un deterioro de las cualidades humanas y técnicas de las élites gobernantes y a una falta de circulación dentro de ellas, lo que impide la existencia de un régimen democrático. La existencia de una democracia, especialmente en el ámbito económico, permite un equilibrio entre las élites y los votantes, entre gobernantes y ciudadanos.
En conclusión, los regímenes democráticos requieren inevitablemente élites. Dependen de la creación y aplicación de las leyes, y requieren su evaluación y modificación según las necesidades de la sociedad. La democracia requiere visión y conocimiento técnico, así como procesos burocráticos para armonizar las leyes con la realidad, para adaptarlas a la voluntad popular y sus necesidades. Este proceso es complejo, varía según el estado y comienza a presentar profundas deficiencias en muchos países, pero garantiza opciones para los votantes y los funcionarios electos, garantizando la democracia sin caer en el radicalismo. Abogo por una democracia completa (política, económica, cultural y cívica), pero nunca por una democracia radical donde la mayoría aplasta a la minoría, donde la demagogia y las emociones sustituyen las decisiones racionales e informadas de todos los ciudadanos.
observador