Aplazar el fin del mundo

Al entrar al edificio diseñado por Oscar Niemeyer en el Parque Ibirapuera, los visitantes de la 36.ª Bienal de São Paulo son recibidos por un frondoso jardín que los invita a pasear. En la instalación de la artista nigeriano-estadounidense Precious Okoyomon, los visitantes pisan el suelo, sienten el roce de las ramas en sus rostros y vislumbran un estanque lleno de pequeños peces.
Aunque no tan exuberante, la naturaleza emergerá en otros espacios de esta Bienal. Marlene Almeida, de Paraíba, investigadora y recolectora de suelos brasileños, exhibirá algunas de sus muestras en el pabellón, además de presentar la obra Terra Agônica, completamente en tonos terrosos y con soporte de rocas. Allí, el planeta prospera, pero también sufre, como lo demuestra la estructura de carbón creada por Antonio Társis, de Bahía.
Y lo que vemos en la Bienal –que se extenderá hasta enero de 2026– se extiende a otras instituciones artísticas de la ciudad.
En el año de la Conferencia Internacional sobre el Clima en Belém, es como si la naturaleza, que el arte siempre ha utilizado para representar lo sublime, ahora se utilizara predominantemente para llamar la atención sobre los desastres en curso.
La naturaleza, que en la historia del arte sirvió a lo sublime, se convirtió en una forma de denuncia.
En la misma semana que comenzó la Bienal, se inauguró en el Museo de Arte de São Paulo (Masp) la exposición Historias de Ecología, con obras de artistas, activistas y movimientos sociales de 22 países, en exposición hasta febrero de 2026. Y en el Itaú Cultural, también en la Avenida Paulista, comenzó la Ocupación Ailton Krenak, que, aunque no es una exposición en sentido estricto, vincula arte y naturaleza.
"Todos los pueblos indígenas tienen una profunda conexión con la naturaleza, y la creación siempre ha existido, aunque nunca se le haya llamado arte", afirma Moara Tupinambá, consultora de Ocupação. "La diferencia es que siempre pedimos permiso a estos materiales para transformarlos. Y lo que ha cambiado en los últimos años es que los artistas indígenas han empezado a ser reconocidos por el sistema artístico".
En la Ocupación, se revela a un krenak que, además de escritor y activista, también es diseñador. «En su obra, retrata a los no humanos como seres cercanos a nosotros: las montañas, los animales y el río, tan importantes para él», describe Moara, antes de explicar que, en la región del río Tapajós, de donde proviene, los habitantes tienen una conexión especial con todo lo que les rodea.
Moara nos conduce así a uno de los aspectos centrales de la curaduría de la exposición del MASP: la visión no jerárquica de la naturaleza, que implica una relación horizontal entre humanos, animales, ríos, bosques, montañas y hongos, y la búsqueda de modelos de vida más solidarios y sostenibles.
Ciclos de la vida. Calendario, del colombiano Aycoobo Wilson Rodrigues, obra expuesta en Historias de Ecología, en el Masp, y el dibujo del río Jururá, de Ailton Krenak, expuesto en Itaú Cultural. Imagen: Colección Masp y Colección Ailton Krenak.
“Hay muchas maneras de conceptualizar la palabra ecología, pero podemos decir que surgió en el siglo XIX y que, a partir de la década de 1960, se entendió que no estaba separada de lo humano”, comienza André Mesquita, uno de los curadores.
Pero en la década de 1960, aunque muchos artistas, impulsados por el movimiento ecologista, fueron a lugares lejanos para crear obras vinculadas a cuestiones ecológicas, casi siempre eran hombres blancos nacidos en ciudades.
Con Historias de Ecología, la institución busca, según Mesquita, ir un paso más allá de la denuncia: "Más que sólo señalar la crisis, queremos acercar otras formas de vida y pensar cómo podemos vivir en solidaridad".
La exposición se divide en cinco secciones. En la primera, «Red de la Vida», la ecología se presenta como una red de relaciones entre personas, comunidades y, por supuesto, entre los seres humanos y la naturaleza.
Este concepto central incluye "Txaísmo, Florestania", de Jaider Esbell (1979-2021), macuxi de Roraima y uno de los primeros artistas indígenas en integrarse al sistema artístico. "Florestania" es un juego de palabras con "ciudadanía": los bosques, al igual que los ciudadanos, tienen derechos.
Artistas indígenas revelan formas más solidarias de estar en el planeta
Joeca Yanomami, residente de la comunidad Watoriki en el territorio Yanomami, presenta en esta misma zona una obra que representa a Davi Kopenawa en la sede de las Naciones Unidas (ONU) en Nueva York. En 2023, el líder presentó el informe "Yanomami bajo ataque" al Secretario General Adjunto de la ONU.
La sección Vir-a-Ser (Devenir) aborda la relación no vertical entre los seres. En ella, Michel Zózimo, de Rio Grande do Sul, imagina el mundo animal como un lugar donde todos son a la vez presas y depredadores. Chico da Silva, de Parintins, Amazonas, representa a un pez devorando un árbol. Rosana Paulino, en su serie Metamorfosis, construye seres híbridos.
La sección Geografías del Tiempo aborda la emergencia climática. Anna Julia Fridbjörnsdottir, de Islandia, crea un reloj de sol con una morsa extinta; la artista británica Suzanne Treister usa una carta del tarot para llamar la atención sobre el futuro del planeta; y la artista estadounidense Brittany Nelson trabaja con una foto tomada por una misión de la NASA.
“Muchas de las obras son pura geopolítica”, dice la curadora Isabela Rjeille, señalando obras de la sección Territorios, Migraciones y Fronteras, fuertemente marcada por la temática del desplazamiento humano –que la 36ª Bienal también abraza.
Los efectos del "poder del dinero que destruye las cosas bellas" siguen muy presentes en el centro Habitar o Clima. Allí, Cristina Ribas, de Rio Grande do Sul, reflexiona sobre los efectos de las recientes inundaciones en Rio Grande do Sul, y Manfredo de Souzanetto, nacido en Jacinto, Minas Gerais, muestra cómo la minería ha transformado el paisaje de su estado natal.
En este mismo núcleo, una obra del Movimiento de Afectados por Represas (MAB) dialoga con un cuadro de Djanira (1914-1979) que ya en los años 70 mostraba la tierra carcomida por la minería.
No sorprende que, cuando CartaCapital lo contactó para hablar sobre la relación entre el arte contemporáneo y el medio ambiente, Paulo Herkenhoff, uno de los curadores más importantes de Brasil, se propusiera mirar atrás en el tiempo.
En Grecia, se creía que el contorno de las sombras daba origen a la pintura. Y luego tuvimos los jardines, la topiaria, que es el arte de modelar los árboles, y varios momentos especiales de la pintura en los que se retrataba la naturaleza en busca de lo sublime, dice Herkenhoff, protagonista de otra Ocupación en Itaú Cultural.
Para ejemplificar la evolución de esta relación –entre ser humano, arte y naturaleza–, recuerda, en Brasil, a Ana Maria Maiolino con Entrevidas (1981), en la que el suelo está cubierto de huevos que simbolizan la fertilidad, y a Claudia Andujar, “una clásica denunciante de la destrucción”.
Pueblos indígenas. Meemeba es una pintura de Brus Rubiu Churay, artista de la Amazonía peruana.
El gran cambio, dice, en sintonía con André Mesquita del MASP, es que los nuevos protagonistas nos han permitido acceder a otras maneras de representar esta relación. «Además, hoy en día hay cada vez más personas que alaban la naturaleza, y su conservación está en la agenda global», recuerda Herkenhoff.
Él mismo organiza una exposición sobre este tema, que se inaugurará en FGV Arte de Río, y que toma prestado el título de Krenak: Posponiendo el fin del mundo. En ella, se entrelazarán cuestiones ecológicas, tanto positivas como denunciantes, con diversos diseños de jardines.
La omnipresencia de la naturaleza en tantas exposiciones es atribuida por Aline Albuquerque, curadora de la muestra El Poder de Mis Manos –en exposición en el Sesc Pompeia, en São Paulo–, a la llegada a las instituciones de figuras invisibilizadas por la historia del arte.
"La naturaleza también aparece porque los artistas que viven, por ejemplo, en zonas rurales han ganado espacio", dice Aline. Cita a Eliana Amorim, cuya obra utiliza extractos de plantas, y al colectivo Terroristas Del Amor, de Cariri, Ceará, quienes muestran la hierba limón uniendo los patios de sus abuelas negras.
Los desastres climáticos y los desplazamientos humanos aparecen en varias obras
"Nuestra exposición tiene una fuerte conexión con la naturaleza porque los artistas que elegimos para presentarla tienen una estrecha conexión con ella", continúa la curadora, quien trabaja en Porto Iracema das Artes en Fortaleza. "Este proceso está conectado con el protagonismo de artistas africanos e indígenas; en resumen, artistas que tienen una relación diferente con la tierra y la arcilla, por ejemplo".
Este es, de hecho, un enfoque diferente al de, por ejemplo, el artista británico Anish Kapoor, quien recientemente, en colaboración con Greenpeace, llevó a cabo una acción para denunciar los daños causados por la industria de los combustibles fósiles. En una plataforma petrolífera del Mar del Norte, Kapoor instaló una pantalla blanca y vertió sobre ella mil litros de un líquido rojo.
Paulo Herkenhoff utiliza una reflexión del filósofo estadounidense Richard Rorty (1931-2007) para intentar dar sentido a este momento en que la naturaleza se extiende por el mundo de las artes visuales, con mayor o menor énfasis. El arte, afirmó Rorty, no salvará al mundo. Pero si cambia nuestra forma de pensar sobre él, ya nos estará ayudando a salvarlo.
El arte de seguir el curso de los ríosLa II Bienal de la Amazonía, que se realiza en Belém, sede de la COP30, busca compartir el conocimiento de ocho países panamazónicos
Por Paulo Paiva Nogueira
En los patios de las abuelas negras. Capim-Santo, del colectivo Terroristas del Amor, de Cariri, participa en la exposición El Poder de Mis Manos, en el Sesc Pompeia. Imagen: Ana Dias.
Desde los glaciares hasta los manglares, desde las montañas hasta el mar, los biomas no están aislados: se comunican, se desbordan y se hacen eco entre sí. Este flujo continuo, en el que un hilo de agua de deshielo en lo alto de una montaña puede convertirse en una inundación río abajo, inspira la II Bienal de la Amazonía, que reúne a 74 artistas y colectivos de ocho países de la región Panamazónica y el Caribe.
Bajo el concepto Verde-Distância –inspirado en la novela Verde Vagomundo (1971), del paraense Benedicto Monteiro–, la exposición, realizada en Belém, ciudad sede de la COP30, reflexiona sobre cómo los ríos que se entrelazan en la Amazonia abren caminos y traen a la luz el pensamiento afrodiaspórico y la memoria de los indígenas, caboclos y otros pueblos que llegaron a la inmensidad amazónica.
Por las corrientes del territorio panamazónico fluyen no sólo conocimientos y cosmogonías, pero también historias de violencia y resistencia. Todo esto viene a...
surge en la interconexión de obras como las de Mestre Zimar, de Maranhão, Kuenan Mayu, la artista Magüta/Tikuna, Wilson Díaz, de Colombia, y Delfina Nina, de Perú.
CartaCapital