Los pobres no pueden esperar

El 13 de junio de 2025, el Papa León XIV publicó su mensaje para la IX Jornada Mundial de los Pobres, que se celebrará el 16 de noviembre. El Santo Padre afirma que «los pobres no son un pasatiempo para la Iglesia, sino nuestros hermanos y hermanas más queridos, porque cada uno de ellos, con su propia existencia y también con las palabras y la sabiduría que aportan, nos lleva a tocar la verdad del Evangelio con nuestras propias manos». Recuerda a todas las comunidades cristianas que «los pobres están en el centro de toda acción pastoral».
Muchos pueden refugiarse en las palabras del propio Jesucristo, en el Evangelio según Juan: «Siempre tendréis pobres con vosotros…» (Jn 12,8a), justificando así la inevitabilidad de la pobreza y el hecho de que nunca podremos erradicarla. ¡Pero esto no es cierto! Debemos reducir la pobreza y sus alarmantes cifras al máximo, ya sea mediante una distribución justa de la riqueza, salarios justos y apoyo estatal; o mediante la promoción social y la educación, rompiendo los ciclos de su transmisión de generación en generación.
En Portugal, tenemos unas cifras de pobreza alarmantes para un país europeo. Según el Instituto Nacional de Estadística, en 2024, el 19,7 % de la población portuguesa estaría en riesgo de pobreza o exclusión social. En otras palabras, casi dos millones de portugueses no tienen lo suficiente para vivir con dignidad. No podemos permanecer indiferentes y en silencio.
Debemos reavivar una vez más nuestros corazones con las palabras del Padre Américo, fundador de la Obra da Rua. Escribió en las páginas de su libro Pão dos Pobres : “El gran remedio es elegir al más pobre de los pobres; al más desaliñado de los inmundos; al más despreciable de los despreciados. Es tomar al más gravemente enfermo de entre los enfermos, al más hambriento de entre los hambrientos y al más adicto de entre los adictos. Aplicar el remedio según el paciente y según las heridas de cada uno; cuidar de todos ellos con intención muy correcta y muy silenciosa”. Pero no se detuvo en las palabras. Creó el Património dos Pobres, en el que cada comunidad construyó casas para los más desfavorecidos; el Calvário para los enfermos terminales o desamparados y el Gaiato para los niños huérfanos o abandonados.
Recuerdo a mi catequista de primera comunión, quien me contó de las veces que el Padre Américo subía al púlpito de la Iglesia de Bonfim vestido con una capa negra y predicaba, apelando a la generosidad de los fieles. Siempre llevaba consigo a dos jóvenes de su trabajo. Mi catequista me contó que el fervor del sacerdote era tan grande que la gente vaciaba sus carteras en las bolsas de limosna de los niños y las mujeres se quitaban las joyas y las donaban para ayudar a los pobres.
Debemos repetir las palabras de D. António Francisco dos Santos, quien en su primera homilía como obispo de Oporto, en abril de 2014, dijo: «Seamos audaces, creativos y decididos. Sobre todo allí donde están en juego los vulnerables, los pobres y los que sufren. Los pobres no pueden esperar».
Quienes viven en la pobreza no pueden esperar. Los pobres existen y merecen toda nuestra atención y cuidado. Si cada comunidad, barrio o parroquia presta atención a quienes sufren privaciones y reacciona, brindando asistencia y resolviendo las situaciones más urgentes, el mundo comenzará a cambiar gracias a nosotros y a nuestra cercanía.
No podemos esperar que el Estado lo haga todo. Lo que debemos hacer es exigir que los organismos estatales, desde las autoridades locales hasta el gobierno, apoyen a quienes están en el terreno y conocen la realidad. ¿Cómo podemos celebrar, celebrar y celebrar procesiones monumentales cuando hay hermanos y hermanas en nuestras tierras que cuentan sus finanzas para sobrevivir y tienen que elegir entre comer o tomar medicamentos, entre comer o soportar frío o calor extremos? Necesitamos pedir a las comunidades cristianas que hagan más y digan menos.
observador