La geopolítica de los microchips: aranceles, tensiones y una carrera tecnológica global

En el mundo moderno, los microchips son más que simples componentes tecnológicos: son el motor invisible de la economía global. Desde teléfonos inteligentes, automóviles y electrodomésticos, hasta armamento militar y redes de inteligencia artificial, prácticamente todo depende del flujo estable de semiconductores.
En este contexto, la decisión del gobierno estadounidense de imponer aranceles del 145 % a productos chinos y restringir el acceso de China a tecnología avanzada de chips tiene consecuencias que van mucho más allá del comercio: representa una batalla estratégica por el liderazgo tecnológico global.
Los semiconductores no solo definen el rendimiento de dispositivos electrónicos, sino que también son instrumentos clave en la seguridad nacional, la infraestructura energética, la medicina y la inteligencia artificial. En otras palabras, quien controle el diseño, la producción y el suministro de chips tendrá ventajas geoestratégicas críticas.
Por ello, tanto Estados Unidos como China han convertido el acceso a estos componentes en un asunto de Estado. Washington busca frenar el avance tecnológico de Pekín, mientras que China trata de lograr autosuficiencia para reducir su dependencia de fabricantes extranjeros.
Desde 2022, el gobierno estadounidense ha implementado una serie de medidas para limitar la exportación de tecnología de chips avanzados a China. Estas restricciones afectan directamente a empresas chinas como Huawei, SMIC y otras involucradas en inteligencia artificial y supercomputación.
Con la nueva oleada de aranceles en 2025, los microchips y componentes relacionados que se ensamblan o procesan en China —aunque provengan de otras partes del mundo— enfrentan mayores costos para ingresar a Estados Unidos, complicando aún más la cadena de suministro.
Mientras tanto, la atención se desplaza hacia los verdaderos gigantes de la fabricación de chips: Taiwán, Corea del Sur y Japón. Empresas como TSMC (Taiwan Semiconductor Manufacturing Company), Samsung e Intel dominan el mercado global de semiconductores avanzados.
Taiwán, en particular, produce más del 60 % de los chips del mundo y casi el 90 % de los más sofisticados, lo que lo convierte en un territorio altamente estratégico. Cualquier interrupción en su industria tendría consecuencias devastadoras para toda la economía global.
Ante estas presiones, China ha acelerado su inversión en investigación, desarrollo y manufactura local de chips. El gobierno ha destinado más de 150.000 millones de dólares en subsidios, apoyo a startups y modernización de su industria.
Sin embargo, alcanzar la capacidad tecnológica de sus rivales llevará tiempo. China aún depende en gran medida de equipos especializados de países como Países Bajos y EE.UU., los cuales han restringido la venta de maquinaria crítica, como la litografía ultravioleta extrema (EUV), necesaria para fabricar chips de última generación.
Consciente de su dependencia externa, especialmente de Asia, Estados Unidos ha comenzado a reindustrializar su sector de microchips. El CHIPS and Science Act, aprobado en 2022, destina más de 52.000 millones de dólares en subsidios y créditos fiscales para fomentar la producción nacional.
Empresas como Intel, Micron y TSMC están construyendo nuevas fábricas en Arizona, Texas y Ohio, con el objetivo de reducir la vulnerabilidad ante interrupciones globales y evitar que rivales geopolíticos controlen componentes tan críticos.
La guerra tecnológica entre EE.UU. y China no es un conflicto abstracto: ya se traduce en precios más altos, demoras y escasez en productos tan cotidianos como computadoras portátiles, tarjetas gráficas y automóviles.
Cuando una empresa no puede obtener chips a tiempo o los paga más caros debido a aranceles, ese aumento de costos se traslada al consumidor final. Además, los desarrollos tecnológicos también se ven afectados, ya que los fabricantes deben replantear su diseño de productos para ajustarse a la disponibilidad de componentes.
A diferencia de guerras anteriores centradas en territorios o recursos naturales, la batalla actual se libra por el control de la tecnología. El dominio de los microchips determinará quién lidera la inteligencia artificial, el armamento del futuro, la automatización industrial y, en última instancia, la economía global.
Ni Estados Unidos ni China están dispuestos a ceder terreno, y el resto del mundo se ve obligado a elegir bandos o buscar neutralidad estratégica. Mientras tanto, las empresas y consumidores deben adaptarse a un escenario más volátil, más caro y más incierto.
Síguenos en nuestro perfil de X La Verdad Noticias y mantente al tanto de las noticias más importantes del día.
La Verdad Yucatán