Angie Cepeda: 'Todo el mundo terminaba hablando de la escena del topless y la verdad eso me traumó un poquito'
Angie Cepeda ha trabajado en medio centenar de producciones —sobre todo de cine— en países como Estados Unidos, Colombia, Perú, México, Italia, Brasil, España y Argentina, entre otros, con directores como Sergio Cabrera y Paul Vega. Su impacto frente a las cámaras ha tenido eco en diferentes generaciones: algunos la recuerdan por la telenovela Las Juanas, donde comenzó su carrera; otros por sus primeras apariciones en cine, en Pantaleón y las visitadoras, y los más jóvenes por haber prestado su voz para uno de los personajes de Encanto, la superproducción de Disney alrededor de Colombia. A sus 50 años, Angie Cepeda habla sobre las decisiones que ha tomado para construir una carrera que reta los clichés de las actrices latinas. Esta es su entrevista en la Revista BOCAS.
En 1995, cuando se estaba grabando Ilona llega con la lluvia —la película de Sergio Cabrera basada en la novela de Álvaro Mutis—, Angie Cepeda supo que el resto de su vida se dedicaría al cine. Estaban en una casa en La Habana, los equipos de producción hablaban español e italiano, cada quien se concentraba en su trabajo, todos buscaban la manera de lograr que cada imagen quedara perfecta. Sobre todo, Angie recuerda el silencio, un detalle extraordinario para una actriz que, como ella, venía del ritmo voraz de la televisión.
Angie Cepeda es ahora la protagonista de Astronauta. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
La carrera de Angie Cepeda ha estado marcada por las decisiones: renuncias, pasos o búsquedas que ha tomado siempre con cabeza fría para construir una carrera que refleja lo que ella es: una actriz colombiana —costeña, para ser exactos, aunque sería difícil decir si de Magangué, Cartagena o Barranquilla— que ha intentado no caer en el estereotipo de la mujer latina y sexualizada, y que con cada papel busca aprender, crear y, sobre todo, gozar su trabajo. Son más de medio centenar de producciones en las que ha trabajado, entre las que destacan Ilona llega con la lluvia (1996) de Sergio Cabrera, Pantaleón y las visitadoras de Francisco Lombardi, Samy y yo (2002) de Eduardo Milewicz —en donde trabajó con Ricardo Darín—, Il paradiso all’improvviso (2003) de Leonardo Pieraccioni, El amor en los tiempos del cólera (2007) de Mike Newell, y Encanto, entre otras. Por no hablar de telenovelas icónicas como Las Juanas (1997), con la que se hizo reconocida en todo el país, o la presentación de programas como Persiana americana, de Jorge Enrique Abello y Karl Troller, en donde ella entrevistó a personajes como Juanes cuando era el vocalista de Ekhymosis.
Angie Cepeda se enamoró totalmente del cine en Ilona llega con la lluvia. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
“Yo creo que haber terminado aquí fue una cosa del destino”, dice. Sin embargo, cada paso en su carrera, cada papel aceptado, cada viaje, responde a decisiones casi estratégicas. Cuando sentía que estaba siendo vista como modelo, o que la estaban encasillando en el estereotipo de la típica belleza latina, buscaba dar giros de 180 grados, tomarse tiempos y elegir con cuidado el siguiente paso. Todo para construir frente a las cámaras un personaje que respondiera a lo que es ella en el día a día: una mujer amiguera, irreverente y, sobre todo, tranquila y juiciosa.
Nació en Magangué en 1974. Fue la única de su familia que nació allí, ya que justo en ese momento su papá fue asignado alcalde de ese municipio. Dice que toda la vida ha sido nómada: pasó su infancia en Cartagena y Barranquilla, donde fue princesa del Carnaval y cantó con Lisandro Meza en un pueblo del Atlántico, y su juventud en Bogotá, donde empezó a estudiar publicidad e hizo sus primeros papeles. Luego estudió en Los Ángeles con Eric Morris, un maestro de la actuación que también ha trabajado con Jack Nicholson y Johnny Depp. Y también, sin echar raíces del todo, ha pasado su vida en Lima, México, Madrid y Buenos Aires, siempre siguiendo los proyectos que le apasionan.
Ahora, en un estudio en Bogotá para la sesión fotográfica de BOCAS, lleva el pelo suelto, unos jeans anchos y una camiseta negra. Cuando se sienta a que la maquillen, pide que sean lo más sutiles posible. Llegó a la ciudad para presentar Astronauta, el proyecto más reciente en el que participó: la historia de una pareja y de una crisis personal, que fue rodada en Lima y donde Angie se reencontró con Salvador del Solar, con quien ya había trabajado en Pantaleón y las visitadoras.
En un sofá, detrás de la cámara, abre una maleta de viaje y comienza a sacar la ropa con las que se imagina la foto: conversa con el fotógrafo, se imagina poses y combinaciones. Crea las imágenes en conjunto con él. Así es Angie Cepeda: una mujer descomplicada y tranquila, que encontró en el cine la manera de vivir a su propio ritmo.
Usted ha actuado en películas basadas en obras muy importantes para la literatura latinoamericana: Ilona llega con la lluvia de Álvaro Mutis, Pantaleón y las visitadoras de Mario Vargas Llosa y El amor en los tiempos del cólera de Gabriel García Márquez. ¿Cómo se relaciona con la literatura en su trabajo?
Fue una suerte haber hecho parte de las adaptaciones de estos libros tan maravillosos. Por ejemplo, en El amor en los tiempos del cólera, del director Mike Newell, me acuerdo que cuando me leí el libro me encantó ese personaje, el de la viuda de Nazaret. El casting para esa película fue en Madrid, y allí fue donde conocí al director. Yo hice la audición para otro personaje, Olimpia Zuleta, pero con mi mánager, solo por haber leído el libro, habíamos hablado de la viuda. Cuando conocí a Mike le dije: “Oye, si no quedo para este, considérame para la viuda, que me encantó ese personaje”. Y así fue: me hicieron callback para la viuda y fue muy fuerte: la escena era en la que ella se quedaba dormida con Florentino y empezaba a hablar de su difunto marido, pero era muy sexual; algo difícil de lograr porque era una sexualidad bonita, para nada morbosa. Yo me lancé con toda, y a pesar de que me moría de la vergüenza, me dieron el papel.
Angie Cepeda protagonizó una telenovela de antología para la televisión colombiana: Las Juanas. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
¿Cómo ha hecho para manejar esos estereotipos? ¿De ser relacionada con esa imagen de la mujer latina, sensual?
No fue fácil. Yo nunca me consideré un sex symbol. Mucho antes de hacer Pantaleón y las visitadoras, participé en un calendario que se llamaba Sueños del 94. Eran fotos muy bonitas, pero me acuerdo que al final yo quise alejarme de ese mundo de las fotos y acepté hacer Persiana americana, un programa de música muy chévere en donde me tocaba entrevistar a todas las bandas que venían. Ahí en YouTube uno todavía encuentra mi entrevista con Ekhymosis, con Juanes con el pelo hasta la cintura. Aunque era como presentadora, era una manera más espontánea, una manera de ser irreverente dentro de la televisión. Yo lo hice para tratar de sacarme de encima esa imagen de ser sexi, simplemente porque no quería ser vista así. Después vino Pantaleón y mi personaje de Olga Arellano, y… ¡Uf! Para mí eso fue tenaz. Fue muy duro porque desde el libro yo vi que era un personaje muy distinto a mí. Yo hice muchas cosas para poder abordarlo: cambié la voz y el acento, lo estudié, le metí muchas ganas… Pero sentía que todo el mundo terminaba hablando de esa escena del topless, de mi físico, y la verdad eso a mí me traumó un poquito… Bueno, traumar no es la palabra. Me incomodó. Me incomodaba que la atención de toda la sociedad fuera hacia allí y no hacia mi trabajo. Ya después todo empezó a cambiar. ¿Y por qué cambió? Porque yo rechacé una cantidad de personajes. ¡Ni loca! Yo no iba a dejar que me encasillaran ahí; habría sido mi muerte profesional si dejaba que pasara eso.
Angie Cepeda trabajó en Estados Unidos con Robert Duvall. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Hábleme de sus primeros recuerdos: usted nació en Magangué, pero creció en Barranquilla.
Es que yo he sido nómada desde el día en que nací. Creo que fue lo que me tocó: antes de que yo naciera, mi familia vivía en Cartagena. Allá nacieron mis hermanas, Ivette y Lorna, y de repente se fueron para Magangué, porque a mi papá lo nombraron alcalde. Ahí nací yo. Ya después vuelven a Cartagena y allí es donde están mis primeros recuerdos reales. Sí, me acuerdo de un par de cosas en Magangué, la casa abierta, las hamacas colgadas, pero de Cartagena sí recuerdo la libertad: nos íbamos a la playa en bicicleta, cuando todo el barrio de Castillogrande era todavía de casas. Era delicioso. Ya luego mi mamá consiguió trabajo en Barranquilla, como fiscal regional, y ahí viví como desde los nueve años hasta los 19. Esa fue otra etapa: tengo los recuerdos de mi primer carnaval, porque yo fui princesa del Carnaval; de mi primer amor… Todo eso.
¿Y cómo fue ese primer amor?
Con todo el cariño, pero prefiero no profundizar en ese tema por motivos personales.
¿Cómo es la historia de que en un Carnaval terminó cantando con Lisandro Meza?
¡Ay, sí! Imagínate que yo tenía 17 años y fui princesa del Carnaval y yo no sé por qué yo me sabía una canción de ese señor que tenía un pedazo al revés: “En la ciudad de Pamplona hay una plaza, en la plaza hay una esquina, en la esquina hay una casa…” ¡Marica, todavía me acuerdo! Es todo un trabalenguas y al final aparece una estera, una vara, una lora y vuelve a terminar en la ciudad de Pamplona. Yo no sé de dónde me aprendí eso. Una de las partes más divertidas del Carnaval es que nos vamos de pueblo en pueblo, por todo el Atlántico, entonces en uno de esos pueblos había un concierto de Lisandro Meza y de repente coge el señor y dice: “¿Quién se sube a cantar esta canción?”. Y yo me la sabía y la canté con él y me gané una botella de aguardiente.
Angie Cepeda Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
¿Cómo entra la cultura en su vida?
Yo creo que era una cosa más de destino. A mi mamá le gustaba la música, a mi papá la poesía, no sé. Pero yo no tenía ninguna referencia real de que eso tuviera que ver con el cine. De hecho, Lorna, mi hermana, estudió psicología, yo estudié publicidad… Pero yo sí siempre tuve una pasión por crear. Lo típico: en el colegio armaba obras de teatro, bailes, me inventaba la coreografía. Me acuerdo mucho de un baile de Vogue, la canción de Madonna, y yo no hacía más que repetir el video para buscar todos los detalles. Y ya cuando empecé a ir a cine y a ver películas, mi hobby favorito era encerrarme en mi cuarto a recrear los personajes. Yo, sola en mi cuarto, me ponía una media velada en la cabeza, como si fuera mi pelo, y me divertía mucho: pasaba horas inventando historias. Por eso digo que fue el destino, fue algo que llegó a mí. En ese sentido, mi mamá siempre me apoyó en todo. Mis papás se separaron cuando yo tenía como seis años, entonces en esa época la que influenciaba mis decisiones era mi mamá. Mi papá volvió a entrar en mi vida después, pero en esa época era mi mamá, y sí, ella nos apoyó en todo. Cuando le dije que me quería ir de Barranquilla, me apoyó y me dijo: “estudias por lo menos seis meses en Bogotá y vives en donde tu tía”. Y luego, cuando le dije que iba a dedicarme a la actuación, me apoyó totalmente.
Hábleme de Las Juanas. Fue la primera telenovela grande en la que actuó y fue todo un hito para la televisión en Colombia.
Eso fue una locura. Era estar en un proyecto que era como la antinovela, de alguna manera. Me acuerdo de Bernardo Romero Pereiro, que era un crac. La música, que era tan alegre… Porque tenía algo que era muy garciamarquiano, un tono, unos personajes, unos paisajes como del realismo mágico. El rodaje fue en Corozal y la pasamos increíble. Fue ahí en Las Juanas donde un productor peruano me vio y me dijo que quería que participara en una novela en Perú que se iba a llamar Luz María, un melodrama con todas las letras. Yo no estaba segura, pero a él se le metió en la cabeza que tenía que ser yo, y aunque en Colombia se hacían unos proyectos superchéveres, regionales, como Las Juanas, Hombres, Caballo viejo… porque de verdad se hacía una televisión bien particular, yo dije: “¿Cómo voy a desaprovechar esa oportunidad?”.
¿Cómo fue esa experiencia en Perú?
Pues se trabajaba con apuntador, imagínate. Lo primero que yo dije fue: “oigan, no. Yo me estudio el papel y lo hago, pero no voy a estar actuando con una voz en la oreja que me dice qué decir”. Pero fíjate por qué digo que es el destino: si no hubiera ido, no habría llegado a Pantaleón y no habría hecho tantas cosas que me pasaron por entrar al cine.
Hábleme de esa palabra: “destino”. ¿Cómo la entiende y cómo la conecta con su parte más espiritual?
Yo pienso que en el universo hay una sincronía que hace que todo funcione. Todo va en cadena, nada es casualidad; ni lo bueno ni lo malo. Y solo hay decisiones: ¿cómo reaccionas ante una situación? Me voy a poner filosófica, pero yo pienso que cuando uno nace hay como un mapa de elementos que lo van armando a uno: las decisiones del padre, de la madre, pero a partir de un momento, uno adquiere esa responsabilidad. En ese sentido, creo que todo al comienzo de mi vida fue el destino: yo tenía que estar en la universidad donde estaban grabando Sangre de lobos para que me vieran y me invitaran a participar en televisión, por ejemplo, pero hay un punto donde uno dice: ¿cómo dirijo ese destino? ¿Hacia dónde quiero ir? Y se crea una mezcla de las dos. Es eso lo que te va guiando. Y creo que la clave en eso es la aceptación. Es algo que viene con el tiempo, pero es la capacidad de ver lo que se presenta y decir: ¿me resisto o lo acepto? Y no vale la pena resistirse, sino que si no te gusta hay que reencauzarlo con una decisión.
"Yo nunca me consideré sex symbol". Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Por ejemplo: ¿en qué momento usted tomó la decisión de dejar a un lado la televisión y dedicarse al cine?
Fue con Ilona llega con la lluvia, la primera película en la que participé. Ahí volvemos a hablar de destino: yo había hecho Candela, que fue mi primer protagónico, con Víctor Mallarino, y con Florina Lemaitre, y ahí estaba Sergio Cabrera como productor, lo cual luego me llevó a hacer esa película. Me acuerdo de que rodábamos en una casa vieja en La Habana, en Cuba. Y me acuerdo también de los silencios, eso era lo que más me gustaba. El equipo de producción italiano, ahí, con sus acentos, y Margarita Rosa, toda hermosa, yo la veía actuar y quedaba ¡guau! ¡Todo era tan pulcro y con tanto respeto! Los tiempos eran totalmente diferentes a los de la televisión: se tomaban horas para iluminar y había como una mística detrás de cada cosa que iba sucediendo. A mí eso me fascinó. Yo entiendo que hay momentos en la vida que hay que tomar con intensidad y tiempos en los que las revoluciones bajan, pero yo prefiero ir con calma. Ahí dije: “Me voy a dedicar a esto toda la vida”. Y sabía que no era inmediato y que el siguiente paso era prepararme, tenía que estudiar.
Y se fue a Estados Unidos.
Sí. Yo estudié con Eric Morris, un profesor de actuación maravilloso. Estudié con él y con su pareja, Susana Morris, en Los Ángeles, durante años: yo trabajaba, me salía un proyecto, lo hacía, y cuando no estaba rodando volvía para estudiar. Y es curioso porque acá vuelve a jugar el destino, las sincronías. Al principio estaba obsesionada con irme a estudiar a Nueva York, pero tenía una representante que vivía en Los Ángeles y ella me dijo: “¿Cómo así que Nueva York? ¡Vente para Los Ángeles!” Luego me fui a Argentina a rodar Samy y yo, en donde también estaba Ricardo Darín, y les pregunté: “¿ustedes conocen a algún coach de actores en Los Ángeles?” Y me dicen: “Claro, Eric Morris”. Y fueron distintas personas: el director, también Leonardo Sbaraglia, que es otro actor argentino con el que hice otra película que se llamó Oculto… Entonces me animé, llamé y dije: “¿Qué tengo que hacer para estudiar allá?”. Y me dijo: “Nada. Venir”. Y ya está, me fui a Los Ángeles.
Angie Cepeda fue princesa del Carnaval de Barranquilla cuando tenía 17 años. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
¿Cómo se aprende a actuar?
Pues él tiene dos libros que son una guía total. El primero se llama No Acting, Please (No actuar, por favor) y el segundo Irreverent acting (Actuación irreverente). Su técnica se trata, básicamente, de unir la actuación con las vivencias y la experiencia. Es muy diferente: se trata de encontrar unas herramientas para ir a los lugares más profundos de ti mismo y encontrar el punto donde lo que está pasando en la película es real. También habla de que hay que descubrir, no planear, el siguiente momento. Ser impredecible, como en la vida real. Por ejemplo, hay unas ideas preconcebidas de cómo tienen que ser las cosas: si estás triste, tienes que ponerte a llorar. Y no necesariamente: en muchos momentos uno está triste y se ríe; cada quien vive la tristeza a su manera. Yo, por ejemplo, cuando se murió mi mamá no solté ni media lágrima en el momento, y se murió en mis brazos. Yo veía que todo el mundo lloraba y solo estaba así, con ella, en shock. Si a mí me ponen a actuar esa escena, seguramente van a querer que llore, pero el hecho de no llorar tal vez puede darle más fuerza. No lo sé. Hay que descubrir la experiencia y ver a dónde te lleva eso. De eso se trata la técnica y por eso a mí me encantó llegar hasta allá. Además, yo, que venía de hacer televisión, tenía muchas mañas. Y es difícil desaprender. Recuerdo que uno de los ejercicios más difíciles para mí era en el que uno tenía que sentarse en una silla y no hacer nada.
Angie Cepeda ha filmado películas en Argentina, España, Italia, Perú y Estados Unidos. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
Quiero invitarla ahora a hacer un repaso rápido por su carrera. Cuénteme una anécdota que tenga con Ricardo Darín en Samy y yo.
No, pues Ricardo es tremendo actor. Me acuerdo una vez que hicimos una escena muy chévere, larga, en un plano secuencia, y en medio de la escena empezó a llover. Él es demasiado bueno: empezó a hacer el texto incluyendo la lluvia, yo le seguí la cuerda. Es muy chévere tener un compañero de escena que admiras y que te inspira, porque eso también eleva tu trabajo.
Una con Robert Duvall, el inolvidable Tom Hagen de El Padrino...
Yo hice dos películas con Robert Duvall. La primera se llamaba A Night in Old Mexico, en donde él actuaba; la segunda fue Wild Horses, donde actuaba y dirigía. La primera me la gané con un casting, y aunque él solo participaba como actor, insistió en que yo debía ser la elegida. Me acuerdo que el día anterior a que empezara el rodaje me mandó una carta muy bonita en donde hablaba de por qué él pensaba que yo era perfecta para interpretar a Patty, el personaje que iba a interpretar. Eso me conmovió, me hizo sentir bienvenida… Y esa era su intención, darme seguridad, porque yo estaba muy nerviosa por trabajar con una persona como él, que yo había admirado siempre, y el primer día de rodaje, en que él no trabajaba, fue y se puso a contar chistes… Me hizo sentir parte de ese equipo y eso se lo voy a agradecer toda la vida. Después de que hicimos esa película juntos, me ofreció el papel en Wild Horses, que él iba a dirigir: allí él hacía de mi padre, y fue maravilloso.
Una de Il paradiso all'improvviso.
La hicimos en Ischia, una isla divina en el sur de Italia donde también se hizo The Talented Mr. Ripley. Yo creo que nunca he comido tan bien como cuando hicimos el rodaje de esa película; pedía spaghetti alle vongole creo que todos los días. Un día, en medio del rodaje en una casa cualquiera, una persona del equipo de producción hizo una pasta casera, así, de la nada, en un momentico. Eso solo pasa en Italia.
Qué belleza. Esa fue mi película de pandemia. Fíjate que yo casi no hago ese casting porque decía que había que preparar una canción de entre dos y tres minutos que ellos pudieran conocer, y aunque he cantado en dos películas, yo ni soy cantante ni me siento cómoda cantando, pero un día vi que tenía el tiempo y dije: “Voy a mandarlo, no pierdo nada”. Escogí una canción de Grease, una que hace Betty Rizzo y está en mi tono, me la aprendí, me grabé sola y me eligieron. El rodaje fue virtual. Uno iba relajado, sin maquillaje, en sudadera, y luego era un reto porque se trata de sentir y de expresar todo con la voz.
Ahora se está estrenando Astronauta. ¿Qué la llevó a tomar la decisión de actuar en esta película?
Lo primero es que me gustó la historia porque habla de las vivencias de una pareja. Y eso es muy universal: son conflictos de seres humanos que se narran de una manera muy sencilla, y aunque esta historia se rueda en Lima, puede pasar en cualquier parte. Otra cosa fue que me dijeron que ya Daniel Hendler iba a actuar, y yo tenía muchas ganas de actuar con él. También estaba Salvador del Solar, que desde Pantaleón somos amigos, y estaba Paul Vega, el director, y como él también ha sido actor, sabía que eso iba a ser muy positivo.
Yo siento que los directores-actores o las directoras-actrices tienen una sensibilidad diferente: como han vivido el oficio en carne propia, le dan un espacio al actor en el set para que encuentre sus propias respuestas, entonces fluyen más los ajustes. Yo sabía que con Paul íbamos a poder tener ese ejercicio creativo. Y sí, así fue.
Angie Cepeda nació en 1974 en Magangue. Foto:Hernán Puentes / Revista BOCAS
En su vida, usted tuvo relaciones con personajes reconocidos, como el cantante argentino Diego Torres. Sin embargo, siempre ha evitado hablar o exponer su vida personal. ¿Cómo maneja ese límite entre lo público y lo privado?
Cuando salí con Diego ese tema fue una locura y yo creo que ahí aprendí que no era buena idea tocar ese tema en los espacios de trabajo. Hoy, a mí me parece raro hablar de eso. ¿Por qué uno va a querer que la gente opine sobre lo que uno hace? Si en una conversación surge el tema de mi vida, de mis amigos, de la gente que me rodea, puedo abrir mi corazón; pero el chisme de “con quién estás saliendo” es superficial y cansón.
¿Y cómo ha hecho para evitar ese tema en las redes sociales, donde la vida queda tan expuesta?
Yo no tengo la habilidad de ser una instagramera, así, con todas las de la ley. Es una característica que creo que define bastante mi personalidad. Hay días en que estoy conectada con el sol, con mi sol, y hay otros en que estoy más conectada con mi luna, entonces me quiero encuevar. Yo no puedo fingir eso en Instagram: si me quiero encuevar, ese día no hay post, punto, y tampoco voy a estar pensando en que tengo que crear contenido porque tengo que postear. Hay días que me fluye, me conecto con eso y me da por compartirlo, y es que realmente no sé hacerlo de otra manera. Ahora: sí admiro a la gente superordenada que lo maneja tan bien, pero es bastante trabajo y yo, simplemente, no soy así.
Ya para terminar: usted le ha dedicado la vida al cine. Pero usted, ¿va a cine?
Sí, mucho. Me puedo ver dos películas en un día. El cine hay que verlo en pantalla grande porque la actuación para cine es distinta, todo es más sutil, y uno necesita como de esa amplitud para poder captar todos los detalles. Es triste que se esté perdiendo esa costumbre. Yo aprovecho cuando tengo que viajar por trabajo para ver las películas locales: es lo que más disfruto hacer. Si estoy en Madrid, trato de buscar qué películas españolas que no voy a poder ver en ninguna otra parte puedo ir a ver.
¿Y qué tal es verse a sí misma en pantalla?
Es una sensación rara. Siempre da un poquito de pudor ver una película en la que uno mismo actúa por primera vez. Ahora pido los links y siempre la veo antes, sobre todo porque puede haber muchas diferencias entre lo que estaba escrito en el guion, lo que uno vive en la producción y lo que sale después del montaje. Me pasó en varias ocasiones que llegué a una première y esa sensación fue aterradora.
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