Oscar Peterson, la obsesión de un padre en carne y teclas

No siempre, pero afortunadamente sí casi siempre, se da que cuanto más famoso y legendario es un músico, menos se le nota esa condición en la distancia corta. Así debió ser Oscar Peterson, un genio del piano que escribió su historia con una humildad tan desarmante que parece querer decirle al lector: «Tú también puedes».
'Mi vida en el jazz' (Libros del Kultrum), el primer libro sobre la vida y obra del artista traducido al español, se va a publicar en castellano el próximo 1 de septiembre aprovechando la estela del centenario de su nacimiento, que se celebra este viernes 15 de agosto.
Parido y criado en Montreal (Canadá), el jovencito Peterson tuvo una infancia parecida a la de nuestro Paco de Lucía, al verse abocado a convertirse en músico virtuoso por empecinamiento de su padre, que a los cinco años le obligó a tomar clases de piano, un instrumento por el que tuvo una «curiosidad práctica natural en los niños de esa edad, seguida del más absoluto desinterés», dice el artista en la primera confesión de su autobiografía.
Peterson relata con amistosa cercanía que primero tuvo una profesora que enseguida se vio sobrepasada por las capacidades de su alumno, y aun así no fue capaz de ver su potencial ni encontrar la manera de impulsarlo. Oscar le dijo a su padre que la despidiera y fue entonces cuando llegó Louis Hopper, un maestro que supo escuchar lo que había más allá del sonido que emitían las cuerdas tecleadas por el chaval. Conectaron, se emocionaron tocando juntos, y el discípulo aprendió mucho. Pero Hopper pronto entendió que él tampoco era el indicado para guiar los pasos de Oscar, aunque él no estuviese de acuerdo. «Louis Hopper se marchó de mi vida de la forma indicada por la canción de Duke Ellington: 'All too soon' (muy, pero que muy pronto, demasiado)».

El libro se sumerge entonces en la década de los cuarenta, cuando Peterson se batía el cobre con la Johnny Holmes Orchestra en Montreal y conoció al fundador de los sellos Verve y Pablo, Norman Granz, apoderado, productor, promotor, amigo y fiel consejero que lanzaría su carrera al estrellato. Por invitación de este antirracista declarado (y azote de los críticos de jazz) se uniría a la mítica Jazz at the Philharmonic, para después formar los tríos que dieron lustre a su dilatada y triunfal carrera, con artistas de la talla de Ray Brown, Barney Kessel, Louis Hayes, JoePass, Niels-Henning Ørsted Pedersen, Jeff Hamilton, Herb Ellis o Ed Thigpen.

A lo largo de unas muy asequibles trescientas páginas, Peterson retrata con cariño y admiración a sus compañeros de viaje en su insigne travesía jazzística, deteniéndose en anécdotas y detalles de índole humana que cargan de emoción un volumen de interés a priori académico magníficamente traducido por Antonio Padilla y repleto de fotografías que ilustran los grandes momentos que marcaron la vida de uno de los pianistas más importantes del siglo XX, en un relato donde no faltan las inmersiones introspectivas y las reflexiones sobre la política del momento, el racismo y su propia vida.
Peterson acabaría compartiendo escenario, camerino y las incomodidades propias de la carretera –así como el hostigamiento y las vejaciones de sus racistas convecinos– con grandes del género como Ella Fitzgerald, Dizzy Gillespie, Billie Holiday, Count Basie, Nat King Cole, Louis Armstrong o Duke Ellington,y su carrera abarcaría más de cinco décadas, tiempo en el que grabó más de un centenar de álbumes, y fue galardonado con numerosas distinciones –como las concedidas en los Grammy, el Black Theatre Workshop, el Peabody Conservatory of Music, o la la Academia Nacional de Artes y Ciencias de la Grabación– y su ingreso en el Salón de la Fama del Jazz.
El maestro pianista falleció en 2007 a los 82 años, apenas cinco años después de publicar estas memorias (que en la edición española van acompañadas del acceso, vía código QR, al repertorio de la compilación en CD que acompañaba en 2002 a la edición original), dejando a neófitos, iniciados, aficionados, conversos, coleccionistas, idólatras, adoradores del maestro y amantes del jazz un legado incomparable tan atemporal como la música a cuyo servicio y celebración que se consagró en cuerpo y alma.
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