Zygmunt Bauman, ser judío en el siglo XX

Minimizado por lo que la vida me enseñaría años después, el drama de mi infancia se me antoja más bien una vivencia grotesca. Una especie de antisemitismo de producción a muy pequeña escala [...] De todos modos, el más traumático de los encuentros con mis perseguidores designados sí pesó con fuerza sobre el resto de mi infancia y rasgó de una vez por todas el velo de la falsa seguridad tras el que vivía. Una vez mi madre, tras haber hecho la compra, vino a recogerme al colegio. Quienes poseían en aquel entonces el privilegio de mi caza –dos adolescentes desocupados– estaban allí. Los cuatro hicimos el camino de vuelta a casa y [...] me fueron dedicando durante todo el camino la consabida sucesión de sonidos e improperios tan conocida para mí. Miré a mi madre. Me llevaba muy pegado a ella, pero mantenía la cabeza baja, con los ojos fijos en los adoquines [...], mi madre, la omnipotente y omnisciente, no tenía poder para defenderme, ¡no sabía qué hacer! ¡Se sentía humillada, tenía miedo! Desde aquel día y durante muchos años, viví atemorizado”.
Son líneas de Mi vida en fragmentos (Paidós)/ La meva vida en fragments (Arcàdia), un libro que funciona casi como una autobiografía en el que la socióloga polaca Izabela Wagner, gran biógrafa de Zygmunt Bauman (Poznan, Polonia, 1925-Leeds, 2017), reúne textos escritos por el padre de la modernidad líquida sobre sus ideas y su azarosa vida, a veces para transmitírsela a sus hijas y nietas, de tal manera que se asemejan a una autobiografía. Una biografía tan zarandeada por la historia y las fuerzas políticas y sociales como la que sus teorías describirían después.

Zygmunt Bauman y su esposa Janina fotografiados en 1948 antes de contraer matrimonio
REDACCIÓN / TercerosNiño judío en una ciudad, Poznan, donde apenas había judíos, pero que se convertiría en bastión de Democracia Nacional, cuya utopía era una vida libre de judíos, Bauman conoció pronto la discriminación, los insultos, las patadas y el miedo y salvó su vida en la huida de la invasión nazi de 1939 primero en un tren al que seguían los bombardeos y bajo el que se tenían que ocultar y más tarde luchando contra la idea de su padre de elegir el pueblo judío de Izbica para instalarse en medio de una comunidad fuerte donde se ayudarían: Izbica sería uno de los primeros donde se llevaría a cabo un asesinato en masa de la población.
Con sus padres acabarían en la URSS y allí Bauman abrazaría el sueño comunista y se alistaría al ejército polaco que combatía con los soviéticos, en el que permanecería como comandante en una unidad de inteligencia hasta ser expulsado en 1953 de nuevo por la cuestión judía, que le acabaría alejando de Polonia en 1968 en medio de otra purga.
“Cuando trabajaba en la biografía de Bauman no tenía acceso al material más privado, pero durante su elaboración él falleció y meses después su familia me entregó estos documentos. Había un manuscrito de 54 páginas de 1987 que titulaba Los polacos, los judíos y yo. Una investigación sobre lo que me hizo ser lo que soy ”, recuerda Wagner, que finalmente lo encajaría con otros textos de Bauman en este collage que en Francia ha aparecido como autobiografía.

Zygmunt Bauman con colegas en los años sesenta
REDACCIÓN / TercerosUn collage que impacta desde una infancia casi de terror. “Era la realidad de la población judía en Polonia. Es una historia bastante oculta porque en el comunismo no debía hablarse, pero el antisemitismo en algún momento de los treinta fue mucho mayor que en Alemania. Exclusión de estudiantes universitarios, acoso y persecución muy dura en todos los niveles de la vida social, y Bauman sufrió un acoso más fuerte porque su madre decidió vivir en un distrito polaco no judío, porque en ellos nunca se producían pogromos, así que vivió en un entorno muy hostil solo con la protección de su pequeña familia, pero gracias a eso dominó la literatura y la escuela polacas y fue de los mejores de toda la región. El riesgo que corrió su madre fue inteligente”.
Con el paso a la URSS, a Bielorrusia, huyendo de los nazis, vio en la escuela “que las promesas de igualdad y el fin de la discriminación eran ciertas y se convirtió por primera vez en el mejor estudiante pese a ser judío y polaco. No era propaganda vacía. Se sintió libre por primera vez”, dice Wagner. Se enrolaría muy pronto como soldado para luchar contra los nazis en una unidad polaca dentro del Ejército Rojo. “Cuando le conocí me llegó a decir ‘soy un soldado’”, recuerda Wagner sonriendo, una respuesta de Bauman a su leyenda negra. “Pero sus decisiones en mi opinión fueron las correctas, ignoraba la existencia del gulag y además estaba luchando contra el fascismo”.
Entre la modernidad líquida y el amor líquidoZygmunt Bauman, en sus últimas décadas, se convirtió en una estrella pop de la sociología con conceptos como: modernidad líquida, sociedad líquida o amor líquido para definir el actual momento en el que las realidades sólidas de nuestros abuelos, como el trabajo y el matrimonio de por vida, se han desvanecido. Y han dado paso a un mundo más precario, provisional, ansioso de novedades y, con frecuencia, agotador. “Ser flexible significa no estar comprometido con nada para siempre, sino listo para cambiar la sintonía, la mente, en cualquier momento. Eso crea una situación líquida. Como un líquido en un vaso, en el que el más ligero empujón cambia la forma del agua. Y eso está por todas partes”, subrayaba.
Pronto vio que incluso dentro del partido comunista ser judío era un problema –“cuenta la enorme presión para cambiar los nombres”– aunque “él estaba protegido por su oficial superior, un héroe de las brigadas internacionales. Una vez su superior fue enviado a Corea, lo echaron de su unidad en 1953. No podían confiar en él porque era judío y su padre había ido a la embajada de Israel interesado por hacer la aliá”.
Lee también“Como en Polonia entonces era imposible estar sin trabajo, le enviaron a la universidad. Allí iba al triple de velocidad que los demás, pero su carrera se paró cuando su protector allí, el supervisor de su tesis doctoral, murió, y empezaron a enviarle mensajes de que quizá no era muy bienvenido. Acabaría marchando en 1968, un año en el que en enero comenzaron las protestas en la Universidad de Varsovia contra el autoritarismo. El poder temía que trabajadores y estudiantes se unieran y el antisemitismo les pareció una forma muy efectiva de enfrentar a la gente y presentaron un movimiento trotskista como algo con núcleo sionista. Y le mencionaron como figura clave. Les dijeron a todos: 'Si se sienten sionistas, váyanse, les ayudaremos'. Obviamente les despojaron de todo y tenían que renunciar a su ciudadanía. Y tan pronto se fue Bauman, silenciaron por completo su actividad, todo su legado”.
Y, concluye Wagner: “Él decía que era pesimista al hablar de la humanidad a corto plazo y optimista a largo. Le extrañamos. Y quizá debamos admitir que en la crisis actual los intelectuales echamos la culpa a los políticos, a los trabajadores, a otros, y quizá debemos admitir que los intelectuales no nos estamos mirando lo suficiente. Él lo hizo”.
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