El colapso del glaciar Birch en Blatten debería servir como un electrochoque.

Ante el creciente número de desastres naturales, no es realista confiar en las estructuras de protección, afirma este columnista del periódico suizo "Le Temps". Debemos tener la valentía de considerar la reubicación de las poblaciones más amenazadas.
Tan pronto como ocurre un desastre, se repite la frase, como un credo: «Reconstruiremos». En el Lötschental [un gran valle del cantón del Valais], bastaron solo unas horas después de que la montaña cubriera el pueblo de Blatten para que las autoridades prometieran un futuro a la población. Este mensaje de esperanza es necesario en tales situaciones, para evitar la resignación, para demostrar que la vida continúa, a pesar de todo. Pero, profundamente humano, ¿no esconde este reflejo emocional también una parte de negación?
Durante décadas, el hombre ha seguido domando la naturaleza, extendiendo su influencia y dándose la libertad de vivir donde desee, llegando incluso a olvidar las realidades topográficas y climáticas del territorio. Represa ríos, construye barreras contra avalanchas, crea diques de protección o teje enormes redes metálicas para retener los bloques de roca que se desprenden de la montaña.
Con estas soluciones artificiales, sueña con dominar los elementos. ¿Acaso no son suficientes? ¡Qué demonios! La operación se repite a mayor escala. Las estructuras protectoras son cada vez más grandes, más altas, más resistentes... hasta que llega un acontecimiento que lo demuestra...
Courrier International