Encíclica “Laudato si'”: los principales extractos elegidos por “La Croix”

Mi llamado: El desafío urgente de salvaguardar nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, porque sabemos que las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca retrocede en su plan de amor, nunca se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún tiene la capacidad de colaborar en la construcción de nuestra casa común.
Deseo saludar, animar y agradecer a todos aquellos que, en los más diversos sectores de la actividad humana, trabajan para garantizar la protección del hogar que compartimos. Quienes se esfuerzan con ahínco por afrontar las dramáticas consecuencias de la degradación ambiental en la vida de los más pobres del mundo merecen una gratitud especial. Los jóvenes nos instan a un cambio. Se preguntan cómo es posible afirmar que estamos construyendo un futuro mejor sin pensar en la crisis ambiental y el sufrimiento de los excluidos (n.º 13).
La tecnología, vinculada al sector financiero, que se autoproclama la única solución a los problemas, suele ser incapaz de ver el misterio de las múltiples relaciones que existen entre las cosas y, en consecuencia, a veces resuelve un problema creando otro. El antropocentrismo moderno ha acabado colocando la razón técnica por encima de la realidad. La vida se abandona a las circunstancias condicionadas por la tecnología, entendida como el principal medio de interpretación de la existencia (n.º 20).
(…) Cuando proponemos una visión de la naturaleza únicamente como objeto de lucro e interés, esto también tiene graves consecuencias para la sociedad. La visión que consolida la arbitrariedad del más fuerte ha fomentado inmensas desigualdades, injusticias y violencia para la mayor parte de la humanidad, porque los recursos terminan perteneciendo al primero en llegar o al que tiene más poder: el ganador se lo lleva todo. El ideal de armonía, justicia, fraternidad y paz que propone Jesús es la antítesis de tal modelo… « Que no sea así entre ustedes; al contrario, el que quiera hacerse grande entre ustedes, que sea su servidor» (Mt 20,25-26)» (n. 82).
(…) Una ecología integral requiere una apertura a categorías que trasciendan el lenguaje de las matemáticas o la biología, y nos orienten hacia la esencia de lo que significa ser humano. Tal como sucede cuando nos enamoramos de alguien… Esta convicción no puede desestimarse como romanticismo irracional, ya que tiene consecuencias en las opiniones que determinan nuestro comportamiento.
Si nos acercamos a la naturaleza y al medio ambiente sin esta apertura al asombro y la admiración, si ya no hablamos el lenguaje de la fraternidad y la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras actitudes serán las del dominador, el consumidor o el puro explotador de recursos, incapaz de poner límites a sus intereses inmediatos. Por otro lado, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo existente, la sobriedad y la preocupación por la protección brotarán espontáneamente. La pobreza y la austeridad de San Francisco no eran un ascetismo puramente externo, sino algo más radical: una renuncia a transformar la realidad en un mero objeto de uso y dominio (n.º 11).
«No somos Dios. La tierra nos precede y nos fue dada». Esto nos permite responder a una acusación contra el pensamiento judeocristiano: se ha dicho que, a partir del relato del Génesis, que nos invita a «dominar» la tierra (Gn 1,28), estaríamos fomentando la explotación desenfrenada de la naturaleza al presentar una imagen del ser humano como dominador y destructor.
Esta no es una interpretación correcta de la Biblia, tal como la entiende la Iglesia. Si bien es cierto que los cristianos a veces hemos malinterpretado las Escrituras, hoy debemos rechazar firmemente la idea de que, por haber sido creados a imagen de Dios y tener la misión de gobernar la tierra, se derive un dominio absoluto sobre las demás criaturas. Es importante leer los textos bíblicos en su contexto, con una hermenéutica adecuada, y recordar que nos invitan a «cultivar y cuidar» el jardín del mundo (Gn 2:15).
Mientras que «cultivar» significa arar, limpiar o trabajar, «guardar» significa proteger, salvaguardar, preservar, cuidar y velar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre los seres humanos y la naturaleza. Cada comunidad puede aprovechar de la abundancia de la tierra lo que necesita para sobrevivir, pero también tiene el deber de salvaguardarla y asegurar su fertilidad continua para las generaciones futuras; porque, en última instancia, «la tierra es del Señor» (Sal. 24:1), «la tierra y todo lo que hay en ella» le pertenecen (Dt 10:14). Por esta razón, Dios niega cualquier pretensión de propiedad absoluta: « La tierra no se venderá sin pérdida de todos los derechos, porque la tierra es mía, y ustedes son solo extranjeros y huéspedes para mí» (Lv 25:23) (n. 67).
¿Por qué incluir en este texto, dirigido a todas las personas de buena voluntad, un capítulo que se refiere a las convicciones de fe? Soy consciente de que, en el ámbito político y del pensamiento, algunos rechazan con vehemencia la idea de un Creador, o la consideran tan insignificante que relegan al ámbito de lo irracional la riqueza que las religiones pueden ofrecer para una ecología integral y para el pleno desarrollo de la humanidad. En otras ocasiones, se las considera una subcultura que solo debe tolerarse. Sin embargo, la ciencia y la religión, que ofrecen diferentes enfoques de la realidad, pueden entablar un diálogo intenso y fructífero para ambas (n.º 62).
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