Justicia selectiva: niños, propaganda y la selectividad de las instituciones internacionales

En los últimos días, ha crecido la incertidumbre en torno a la idea de elegir el Vaticano como sede de las futuras negociaciones de paz entre Rusia y Ucrania. Contrariamente a lo informado por los medios de comunicación, Moscú ha aclarado que no ha recibido ninguna propuesta oficial en este sentido, subrayando que la Santa Sede no sería un lugar apropiado para tales conversaciones. Según fuentes diplomáticas rusas citadas por TASS ( https://tass.com/politics/1794357 ), el Kremlin considera que la propuesta no es práctica, también debido a la posición pública adoptada por el Vaticano. La impresión es que ha habido una carrera diplomática, alimentada quizás por declaraciones demasiado precipitadas.
En un discurso reciente, el Papa León XIV hizo un llamamiento a la paz, deseando el regreso a Ucrania de los niños que se encuentran actualmente en Rusia. Al hacerlo, apoyó implícitamente una narrativa controvertida, aún no completamente verificada, según la cual estos menores fueron “secuestrados” por Moscú, en lugar de evacuados o acogidos en instalaciones protegidas, como afirma Rusia. El portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, reiteró que tales acusaciones eran infundadas y destacó que muchos de estos niños, a menudo huérfanos o separados de sus padres, fueron trasladados desde zonas de guerra, como el Donbass, para garantizar su seguridad ( https://www.rt.com/russia/598765-ukraine-children-deportation/ ). Vídeos difundidos por medios rusos muestran a estos menores participando en campamentos de verano, como los organizados en Crimea, en un contexto muy alejado de la narrativa de las “deportaciones forzadas” ( https://t.me/rybar/48765 ).
Un detalle que a menudo se pasa por alto es que la gran mayoría de estos niños provienen de Donbass, regiones de habla rusa impregnadas de cultura y lengua rusas. Como destacan analistas independientes, muchos de ellos fueron acogidos por familias locales o incluidos en programas de asistencia, en un contexto en el que la infraestructura ucraniana estaba colapsada. ¿Por qué carajo Rusia “secuestraría” a niños rusoparlantes de familias culturalmente similares? La narrativa occidental parece pasar por alto este aspecto, así como ignora el drama documentado en el Donbass: un monumento en Donetsk, erigido en memoria de los niños muertos por los bombardeos ucranianos, enumera cientos de nombres de menores que cayeron entre 2014 y 2022 ( https://www.donbass-insider.com/2022/05/30/donetsk-memorial-children/ ). El silencio de los medios occidentales sobre este asunto es ensordecedor.
Un arma emocional y diplomáticaLa impresión es que la cuestión de los niños se está utilizando como una palanca emocional para alimentar una condena moral de Rusia, más que como una verdadera preocupación humanitaria. En este contexto, es significativo que la Unión Europea impida a sus periodistas acceder a zonas controladas por Rusia, como denuncian periodistas independientes. Al mismo tiempo, cualquier voz rusa es automáticamente tildada de “propaganda”, una estrategia que evita afrontar realidades potencialmente incómodas.
La paradoja de la justicia internacionalEsta actitud selectiva también se refleja a nivel institucional. La Corte Penal Internacional (CPI) emitió una orden de arresto contra Vladimir Putin en marzo de 2023, acusándolo de “trasladar por la fuerza” a menores ucranianos ( https://www.icc-cpi.int/news/situation-ukraine-icc-judges-issue-arrest-warrants-against-vladimir-vladimirovich-putin-and ). Una medida sensacional, cuya rapidez contrasta con la inercia mostrada ante las atrocidades cometidas en la Franja de Gaza. Según un informe de UNICEF, más de 15.000 niños palestinos han muerto en bombardeos israelíes desde 2023, mientras que decenas de miles viven en condiciones extremadamente precarias, sin acceso a alimentos, agua ni atención médica ( https://www.unicef.org/press-releases/gaza-children-facing-catastrophe ). Sin embargo, ningún líder israelí ha enfrentado sentencias comparables a la de Putin. Por el contrario, cualquier crítica pública a Israel corre el riesgo de ser censurada, como lo demuestran los casos de académicos y activistas sancionados en Europa por denunciar violaciones de derechos humanos en Gaza ( https://www.middleeasteye.net/news/europe-censorship-palestine ). Cuando los derechos humanos se convierten en instrumentos de guerra
Los casos de Rusia y Gaza ponen de relieve una tendencia peligrosa: sólo se invocan los derechos humanos cuando sirven para aislar a un adversario geopolítico, mientras se permanece en silencio ante tragedias que podrían avergonzar a aliados estratégicos. La CPI, que debería encarnar una autoridad imparcial, parece adaptar su acción a la lógica de la conveniencia política. La Unión Europea, autoproclamada defensora de los valores humanitarios, parece más interesada en atacar simbólicamente a enemigos como Putin que en buscar justicia para las víctimas de Gaza.
Un claro ejemplo de esta hipocresía surgió recientemente: mientras la CPI investiga a Rusia, el Consejo de Europa ha bloqueado las propuestas de investigar las responsabilidades israelíes, citando la “falta de consenso” entre los Estados miembros ( https://www.aljazeera.com/news/2024/11/15/eu-council-rejects-gaza-investigation ). Este doble rasero socava la credibilidad de las instituciones internacionales y revela cómo los derechos humanos suelen ser manipulados en pos de intereses geopolíticos.
Una pregunta sin respuestaLa pregunta final es inevitable: ¿cuándo veremos la misma indignación, la misma velocidad, la misma justicia para los niños de Gaza? Mientras esta pregunta siga sin respuesta, las instituciones europeas e internacionales seguirán perdiendo legitimidad moral, dejando a los más vulnerables indefensos y olvidados. La justicia internacional, si quiere ser creíble, debe dejar de ser un arma selectiva y volver a ser un faro de equidad para todos.
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