No llores por mí Alesina. Así inspiró el economista italiano la recuperación de Argentina


Los estudios sobre la "austeridad expansiva" del profesor de Harvard y Bocconi, fallecido hace cinco años, son la base del sorprendente plan fiscal de Javier Milei
Hace cinco años murió inesperadamente Alberto Alesina, profesor de Harvard y Bocconi, uno de los economistas italianos (y no el único) más influyentes del mundo. Sus estudios y sus ideas –como recordaba hace unos días su esposa Susan en el Corriere della sera, el periódico en el que Alesina escribía junto a Francesco Giavazzi– siguen inspirando a las jóvenes generaciones de economistas. Pero no sólo eso. Incluso los responsables políticos, en diversas partes del mundo, incluso en los lugares más distantes y donde hasta hace poco era impensable que las ideas liberales de Alesina pudieran arraigar como en Argentina.
Demos un paso atrás. Entre los muchos aportes teóricos producidos en su dilatada carrera, la figura de Alesina en los últimos años ha estado estrechamente vinculada a –y criticada por– el concepto de “austeridad expansiva”. La tesis del economista era, en esencia, que los ajustes fiscales son a menudo necesarios y, cuando lo son, es preferible llevarlos a cabo mediante recortes del gasto en lugar de aumentos de impuestos. Esta visión se basó en una línea de estudios producidos a lo largo de los años junto con otros economistas italianos (Ardagna, Favero, Giavazzi, Pagano, Perotti, etc.) y en el análisis de aproximadamente doscientos planes plurianuales de consolidación fiscal llevados a cabo en dieciséis países de la OCDE desde los años 1970 hasta 2014.
Muchos críticos han acusado a Alesina y sus colegas de inspirar las políticas de austeridad adoptadas en Europa desde 2010, que han profundizado la crisis económica y aumentado las deudas públicas. Esta crítica se basa, sin embargo, en una descripción un tanto caricaturesca, que atribuye a Alesina la tesis de que la austeridad es siempre beneficiosa y “expansiva”. Obviamente este no es el caso. Pero donde, como en Argentina, el mensaje de Alesina fue recibido correctamente –y en condiciones económicas mucho más extremas que las de Europa– los resultados fueron claros y, en cierto modo, inesperados. Al final, los conceptos expresados por el economista italiano, junto con sus colegas, no eran tan absurdos.
La idea básica de Alesina es que la austeridad, en teoría, no sería necesaria si los gobiernos adoptaran políticas fiscales prudentes. Es decir, si sólo tuvieran déficit cuando la economía estuviera en recesión o enfrentaran crisis particulares y acontecimientos excepcionales, y luego cubrieran el déficit en períodos en que la economía estuviera creciendo. Una regla de sentido común, que retoma el sueño bíblico de las vacas gordas y las vacas flacas. Pero esto precisamente ocurre sólo en los sueños. O en todo caso, los gobiernos a menudo no son tan sabios como el patriarca José. Ocurre entonces que a menudo los gobiernos se ven obligados a consolidar el presupuesto en los momentos más inoportunos: cuando hay una crisis económica y pedir dinero prestado es muy caro porque los inversores pierden la confianza en la capacidad del Estado de honrar sus deudas. Si excluimos las teorías extrañas según las cuales “el déficit es un mito” y nunca fue un problema (ahora incluso lo es para Estados Unidos), es necesario poner en orden las cuentas.
En estas circunstancias, es el segundo punto de Alesina, la austeridad es necesaria para restablecer la confianza y puede llevarse a cabo de dos maneras: aumentando los impuestos o reduciendo el gasto público. Lo que surge del análisis de los planes de austeridad en los países de la OCDE es que la austeridad implementada mediante la reducción del gasto es mucho menos costosa (en términos de pérdida de PIB) que la implementada mediante el aumento de los ingresos. Y, en algunos casos, este tipo de austeridad puede ser “expansiva” porque la reducción del gasto público es más que compensada por el crecimiento del consumo y la inversión y, por lo tanto, produce crecimiento económico. El punto político final de esta política es que no es del todo seguro que la austeridad haga perder elecciones: muchos gobiernos han logrado ajustar sus cuentas públicas, quizá introduciendo medidas de liberalización para estimular la economía, y han sido reelegidos.
En diversos foros internacionales, más recientemente en una conferencia en Harvard, el ministro de Desregulación argentino Federico Sturzenegger –economista formado en Estados Unidos– reiteró que el plan de estabilización macroeconómica del gobierno de Javier Milei se basa precisamente en los estudios de Alesina. Argentina estaba al borde de la catástrofe económica: economía en recesión, déficit presupuestario, sin acceso a los mercados, controles de capital, Banco Central con reservas negativas, inflación del 300 por ciento, imposibilidad de cumplir el plan con el FMI y los plazos asociados. Como nadie estaba dispuesto a prestarle dinero al gobierno, ni en el exterior ni en el país, la única forma de financiar el déficit era mediante la monetización del Banco Central y, en consecuencia, la inflación.
En el primer mes, el gobierno de Milei realizó un ajuste fiscal de 5 puntos del PIB, casi en su totalidad mediante recortes al gasto público. ¿Qué pasó? La inflación cayó (del 25 por ciento al 2,5 por ciento mensual) y, después de un descenso inicial, el PIB se recuperó rápidamente. Después de un año, Argentina ha salido de la recesión y ahora crece a un ritmo del 6 por ciento anual, debido al derrumbe de un impuesto tan distorsionador como la inflación que financiaba un gasto público enormemente ineficiente, que ha sido sustituido por el motor del crédito y la economía privada. “¡Significa que el multiplicador keynesiano fue negativo!” dice Sturzenegger. La pobreza también cayó al 35 por ciento (por debajo del nivel anterior) después de un pico de más del 50 por ciento después de un año. Y, no es de sorprender que, a pesar de un trato duro e impopular, el gobierno de Milei siga gozando de un alto consenso y sea ciertamente superior a sus predecesores.
Argentina no está entre los casos estudiados por Alesina, que se limitan a los países de la OCDE, pero ciertamente es un laboratorio amplificado de sus estudios. Por supuesto, el contexto argentino es muy diferente al nuestro y las distorsiones económicas del modelo peronista-socialista son tan enormes que cualquier recorte garantiza ganancias de eficiencia. Pero hay algo que también se aplica a Italia. En 2024, el gobierno Meloni, con el ministro Giorgetti, realizó un ajuste fiscal de casi 4 puntos del PIB (del -7,2 por ciento al -3,4 por ciento), obtenido casi en su totalidad mediante el recorte del gasto del Superbonus (unos 80 mil millones en 2023): el PIB en 2024 creció un 0,7 por ciento, exactamente como en 2023. El impacto del recorte del gasto fue cero. Si no fuera negativo, como en Argentina, el multiplicador del bono de construcción sería cero. ¿Está usted seguro de que entre los 1,110 billones de euros de gasto público, equivalentes al 50 por ciento del PIB, no hay otras partidas de gasto que haya que reducir?
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