Adiós a James Watson, ganador del Premio Nobel por el descubrimiento del ADN: tenía 97 años.

James Dewey Watson, el biólogo, bioquímico y genetista estadounidense que, junto con Francis Crick, descifró la estructura de doble hélice del ADN, uno de los hitos más importantes de la historia de la ciencia, falleció a los 97 años. Murió el jueves 6 de noviembre en un centro de cuidados paliativos en Long Island, Nueva York. Su hijo Duncan confirmó la noticia al New York Times, explicando que Watson había sido hospitalizado por una infección y posteriormente trasladado a cuidados paliativos.
El descubrimiento, realizado en 1953, sentó las bases de la genética moderna, la biotecnología y la medicina de precisión. Por este trabajo, Watson y Crick compartieron el Premio Nobel de Fisiología o Medicina de 1962 con Maurice Wilkins. Desde entonces, la doble hélice se ha convertido en un icono universal: el símbolo mismo de la vida.
La vida de Watson, sin embargo, no estuvo exenta de sombras. Tras dirigir y transformar el Laboratorio Cold Spring Harbor en uno de los centros de investigación más prestigiosos del mundo, se vio obligado a dimitir en 2007 a raíz de unas declaraciones racistas publicadas en el London Sunday Times, en las que cuestionaba la inteligencia de las personas de ascendencia africana. Estos comentarios provocaron una ola de indignación internacional y la revocación de todos los títulos honoríficos del laboratorio que había dirigido durante 25 años. «James dijo muchas tonterías en su vida. Esas fueron las peores», comentó Bruce Stillman, su sucesor al frente del centro de investigación, en aquel momento.
Nacido en Chicago en 1928, hijo de un recaudador de impuestos y una empleada universitaria, Watson demostró una inteligencia precoz: a los 15 años ya cursaba estudios universitarios. Tras doctorarse en la Universidad de Indiana bajo la tutela del premio Nobel Salvador Luria, se trasladó a Cambridge, donde conoció a Francis Crick.
En 1953, gracias en parte a datos no autorizados de la investigadora Rosalind Franklin, ambos lograron construir el modelo de la doble hélice del ADN, revelando el mecanismo por el cual la información genética se replica de una generación a la siguiente. Ese descubrimiento, publicado en Nature, cambió la biología para siempre.
Watson relató esa hazaña en el famoso libro «La doble hélice», publicado en 1968: unas memorias brillantes y polémicas que enfurecieron a sus colegas por su tono irreverente y las descripciones sexistas de Franklin. Sin embargo, el libro se convirtió en un clásico de la divulgación científica y fue incluido por la Biblioteca del Congreso entre los 100 libros estadounidenses más importantes del siglo XX.
Tras recibir el Premio Nobel, Watson siguió ejerciendo una enorme influencia en la ciencia contemporánea. En 1989, se convirtió en el primer director del Proyecto Genoma Humano, la gigantesca iniciativa internacional que culminó, en el año 2000, con el mapeo completo de los genes humanos. «Se oponía a la idea de que el "libro de la vida" pudiera patentarse», recordó Stillman. Una postura que la Corte Suprema de Estados Unidos ratificó en 2013, dictaminando que los genes que se producen de forma natural no pueden patentarse.
Alto, desgarbado y siempre algo desaliñado, Watson era descrito por colegas y estudiantes como brillante y difícil, capaz de ideas brillantes y comentarios desconcertantes. El biólogo E.O. Wilson lo llamó «el Calígula de la biología». En 2014, subastó su medalla del Premio Nobel, declarando que se sentía «marginado» por la comunidad científica; fue adquirida por más de cuatro millones de dólares por el magnate ruso Alisher Usmanov, quien posteriormente se la devolvió.
A pesar de las controversias y los contratiempos, el nombre de James Watson sigue estando indisolublemente ligado al descubrimiento del ADN, «el secreto de la vida». Un legado que ninguna controversia puede borrar. (Por Paolo Martini)
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